El ejercicio de la geopolítica implica, entre otras cosas, la capacidad de establecer alianzas o acuerdos con otros países por cuestiones estratégicas. Vos vas a Washington a pedir apoyo para negociar con el FMI. Es razonable, si tenemos en cuenta que los yanquis son los socios de mayor peso del organismo (¿Te suena algo llamado “Bretton Woods”, Alberto F. o Guzmán?). Los tipos no se la jugaron pero por lo menos, se comprometieron a destrabar la amenaza del default. Ahora, ¿Que hacés vos, días más tarde? Vas a Rusia, a Barbados (éste último destino totalmente al pedo, porque es una isla del Caribe recientemente independizada de la Corona Británica), y exponés un discurso totalmente opuesto al anterior. Entonces, no hace falta ser un estadista para imaginar el pensamiento de los diplomáticos yanquis: “¿Estos tipos, los argentinos, que vinieron a pedirnos la escupidera, son boludos o se hacen?”.
Una cosa es tener un alineamiento automático con EE. UU, que todos sabemos que no funcionó. Los diplomáticos de Washington soplan para donde va el viento. Han apoyado dicaturas sangrientas en su cruzada anticomunista.
Pero volvamos a la actualidad, otra cosa, bastante distinta, es dialogar conociendo que tu interlocutor es una potencia mundial y que no te conviene meterte en quilombos porque tienen la capacidad de destruirte (en términos de armamentismo y poderío militar), de un día para otro. Retomo lo que venía diciendo: Vas a pedirles un respaldo a los norteamericanos, y después te reunís con Putin vaya a saber por qué, ya que Rusia no tiene demasiada gravitación en lo que respecta a un salvataje financiero. Entonces, esos mismos yanquis apelaron al famoso refrán: “Dime con quién andas, te diré quién eres”, y te dejaron en calzones.
En la diplomacia,
nada es gratis y mucho menos es un currito para improvisados, por lo cual es sólo hecho de
negociar también significa ceder determinadas posiciones. La Presidencia de
Biden podrá ser menos kamikaze que la de Trump, pero eso no necesariamente
quiere decir que sus funcionarios sean ingenuos o que hagan beneficencia. A
ellos les da lo mismo que Argentina exista o no en el contexto internacional. A
nosotros, nos importa sólo porque vivimos acá. Esa es la diferencia. Guido Di Tella (no sé si lo recuerdan),
promovió una forma de relaciones bilaterales con la que no estoy de acuerdo en
absoluto, pero era un diplomático de carrera. No un tránsfuga corrupto al que,
para alejarlo de la escena pública, lo premiaron con una Embajada. O no un
Ricardito Alfonsín que es totalmente ignorante, más aún para una sede
diplomática clave, como es la de España. Relaciones “carnales” como en los ’90,
ni en pedo; pero coherencia en lo que se está planteando a nivel internacional,
sí. Es cierto lo que me decía un amigo, respecto a que, hoy por hoy, China es
un socio comercial mayoritario para la Argentina por la soja, la carne, y toda la bola, y supera
holgadamente a los EE. UU. Sin embargo, eso no es suficiente para “seducir al
capital”, y no combatirlo, como declama la Marcha Peronista.
La embajadas que
deberían ser clave para un país como el nuestro (quizás me olvido de alguna),
serían las siguientes:
- - Todos
los países limítrofes (podríamos agregar a Cuba, en el Caribe).
- - Mirando
hacia el Norte: México, EE. UU. y Canadá.
- - Todos
los países centrales de Europa.
- - Sudáfrica.
- - Australia.
Ahora bien, supongamos que a algún “iluminado” se le ocurra abrir una sede
diplomática en… Burkina Faso. No te pueden dar nada, excepto faso (disculpen el
chiste fácil). Lo mismo cabe para Angola o cualquier país africano que,
lamentablemente, salvo Sudáfrica, está peor que nosotros. Y hay algo que esta
gente no entiende: Una cosa son los discursos para la “tribuna”, como un acto
político en Plaza de Mayo, y otra muy distinta es cómo se posiciona la
Argentina ante la ONU, la OEA, o la CIDH. Se habla mucho de Nicaragua, pero lo
real es que, más allá de que el actual Presidente lleve muchos años en el
poder, ha sido por elecciones libres e indefinidas, dado que la Constitución se
lo permite. Creo que bastantes problemas tenemos como para entrometernos en un
país que, si a cualquier argentino promedio le das un mapa, ni siquiera sabe
dónde queda.
Podemos estar de acuerdo con que el Grupo Clarín concentra una gran cantidad de medios, pero aun así, hoy por hoy, todos ellos casi se equiparan al aparato de propaganda del Gobierno, que logró concentrar en pocos años cerca del 80 % de las señales de radio y TV, además de publicaciones gráficas que se sostienen con la pauta que les otorga generosamente el propio Estado. Pero quizás lo más preocupante sea la confrontación entre periodistas, de la cual trato de permanecer ajeno acá en Lobos o donde me toque estar en un futuro. Hoy parece necesario hablar en términos absolutos. Me refiero a que no se admite que un periodista reconozca logros de este Gobierno K y al mismo tiempo enuncie sus puntos débiles. O se es obsecuente, o si estamos en la vereda de enfrente pasamos a ser considerados opositores, cipayos, gorilas, golpistas, destituyentes.
Quienes me conocen saben bien cómo soy y mi
manera de escribir. O incluso, cómo trato de encarar los programa de tele que
grabo todas las semanas. Los dirigentes políticos suelen enfrentarse entre sí buscando
posicionarse ante la opinión pública en lugar de subirse al ring con los
funcionarios, para cuestionarlos, pedirles explicaciones, ser esclarecedores en
medio de la polémica. Explicar lo que está sucediendo con palabras sencillas,
de forma tal que lo comprenda cualquier ciudadano, ha dejado de ser la misión
del periodista. El periodista vanidoso busca dos cosas: El lucimiento personal
y asumir (también) un posicionamiento ideológico que le garantice beneficios económicos y
acceso a fuentes de información. Yo no soy de ese palo, y nunca lo seré. Pero eso ya dedicaría una nota más larga, y pienso yo, aburrida, porque sería como mirarse el ombligo. Es la gente quien te elige o, en un momento dado, deja de hacerlo. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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