Hoy retomé la nueva temporada del programa de TV: Quién iba a decir que llegaría a tener 5 años de continuidad entrevistando a vecinos de Lobos que me han contado historias maravillosas, anécdotas, experiencias de vida. Y por más que uno tenga "cancha", siempre te sentís un poco nervioso. La posibilidad de editar o de eliminar algún furcio siempre existe si el programa va grabado. Pero en esta oportunidad salió de corrido, de un tirón. La fui remando como pude, buscando no enredarme en mí mismo y dejando que el protagonismo lo tenga ese vecino que aceptó participar. Hay que saber manejar los tiempos como si fuera una pelea de boxeo, respetar las pausas, los silencios, esperar el momento propicio para meter una pregunta sobre un tema sensible. Por supuesto, la idea no es que el invitado se sienta incómodo o la pase mal en el estudio. Sin embargo, incomodar se vuelve inevitable cuando esa persona se resiste a hablar de un tema de interés público y sobre el cual tiene responsabilidad, ya sea por ser dirigente político o funcionario.
Pensemos, por ejemplo, en la inseguridad: En lo que va del verano se ha convertido en moneda corriente, con robos de motos y bicicletas que se producen casi todos los días, y es lógica la preocupación que pueda tener cualquier vecino al respecto. Podrán decirme que la Policía no tiene recursos o que le falta personal, pero no son argumentos que convenzan a nadie que fue víctima de un delito.
En cuanto al espacio televisivo, este año arrancamos un poco tarde. Por lo general, llegamos a un acuerdo con la producción a partir de la segunda quincena de enero. No voy a relatar los pormenores, pero se dio así. La cuestión es que yo ya tenía ganas de reanudarlo porque me gusta, es una gran satisfacción a título personal, y puedo manejarme con libertad. Nunca se censuró a nadie, y creo que si eso pasara, yo no lo permitiría y me mandaría a mudar. El invitado podrá cometer un exabrupto, o lo que sea, pero en tal caso debería hacerse cargo de lo que dice, lo demás me excede por completo.
En circunstancias normales, entro al estudio unos minutos antes, intercambiamos algún comentario con el entrevistado previo a la grabación, preparamos todo, y cuando se apaga la luz de la cámara ya está, me voy a mi casa, tarea cumplida.
Dicho así parecería que es un mero trámite, pero lo que no se ve es la producción periodística. Contactar a la persona que pretendés invitar, coordinar un horario, los temas a abordar, enviarle un recordatorio un día antes por si se olvidó... En fin, reitero que lo hago con placer en la medida que no surjan complicaciones, porque ya cuando tenés que recurrir a un "Plan B", se torna más engorroso. No será la primera vez que a último momento han cancelado la invitación por algún motivo, y si no disponés de otra carta en el mazo, estás al horno.
Para concluir, les diría que lo más importante es el producto final, lo que sale al aire, y me exijo lo necesario en caso de que no haya podido encauzar o encaminar la conversación hacia donde yo pretendía. Por eso, cuando llega la siguiente grabación y posterior emisión, lo primero que pienso es en evitar aquello que vi en la pantalla y no me convenció. La autocrítica es la única manera de mejorar, pero sin caer en una presión interna que sea excesiva (u obsesiva). Se trata de darle una cadencia a la conversación, como si fuera una charla cualquiera, y que en ese desarrollo todo fluya de un modo prolijo y profesional, como debe ser porque no es ni más ni menos que lo que la audiencia se merece. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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