Primer día de febrero en la ciudad. La verdad es que no me propuse ningún objetivo al comenzar el año. Fue, más que nada, por temor a fracasar en el intento. Creo que se trató de un error: Pensándolo bien, debería haberlo hecho, no tenía nada que perder, excepto no poder lograr lo que me había propuesto. Hablando a futuro, ya tengo decidido inscribirme en algún curso del Centro de Formación Profesional. La experiencia del año pasado fue buena, más allá del aprendizaje. Se formó un lindo grupo y todos tiramos para el mismo lado. Así que eso me da un estímulo para pensar que en este ciclo puede darse una situación similar. A veces los cursos que más me gustan no tienen mucha salida laboral, por lo tanto, buscaré que haya un equilibrio. Puedo anotarme en dos -como hice el año pasado-, uno que realmente me guste y otro que tenga mayores posibilidades de inserción en el empleo.
Si tengo que hablar de mí, puedo afirmar que estoy más cerca de los 50 que de los 40, y es hora de capitalizar los conocimientos que uno ha adquirido en el transcurso del tiempo. Es momento de dejar de buscar excusas absurdas, las oportunidades no se presentan constantemente como muchos suponen. Aparecen cada tanto, y es una virtud poder advertirlo y capitalizar ese hallazgo.
A menudo se
vuelve complicado establecer un rumbo y seguirlo con tenacidad. Todos tenemos
flaquezas, aspectos que no nos agradan de nuestra personalidad, que no nos
convencen. Hay que aprender a vivir con eso también. Las relaciones humanas son
complejas porque quienes que participamos de ellas también lo somos. La
envidia, el rencor, el desamor, el resentimiento, son emociones naturales que
no escapan a la realidad. Pero para tener una salud mental óptima, esos
sentimientos negativos no deberían ser predominantes. Pueden estar ahí,
flotando en el inconsciente pero no ser parte de un diagnóstico porque en tal
caso estaría rozando lo patológico.
Se trata de aceptar
que no cumplimos con todos los mandatos de la sociedad, porque están
idealizados. La vida familiar de la clase media está falsamente planteada, es
una imagen ficticia que alguien creó porque pensó que era útil para algo. Las
familias del siglo XXI no son las mismas del siglo pasado, porque los vínculos
se construyen de otra manera. La gente se relaciona distinto, y está bien,
porque los lazos de sangre no hacen a la composición un grupo familiar como se
lo conoce hoy. Yo estoy convencido de que todavía queda mucho por recorrer para
avanzar hacia una sociedad libre de prejuicios, es necesario comprender que
cada uno hace la vida que quiere, y mientras no perjudique a nadie es
absolutamente válido.
En el periodismo
hay que cultivar un criterio amplio y darles lugar a todos los actores sociales,
no sólo a los de mayor gravitación e influencia. En mi caso, no tengo
inconvenientes en entrevistar a cualquier persona por sus méritos sin importar
su condición. Sería muy mezquino dejarse llevar por lo que dicen los sectores
dominantes y no dar espacio a las minorías. Si partimos de ideas equivocadas, siempre
será más complejo arribar a conclusiones esclarecedoras. Hacer lo que hace “la
masa” es lo más sencillo, porque no estás asumiendo ningún riesgo. Para dar dar
un paso adelante hacia los sectores que se sientan discriminados es fundamental
ejercer la tolerancia. Los estigmas se alimentan de la ignorancia, y hay gente
que parece estar muy cómoda con eso. La zona de confort es peligrosa. Dejamos
de hacer cosas por temor a cómo nos juzguen, o bien porque estamos cómodos en
nuestro pequeño rincón que nos otorga una falsa sensación de seguridad.
Por eso, en el ejercicio del periodismo, hay que luchar día a día para darles voz a quienes no
la tienen, a los que han sido silenciados, a los que se ven obligados a callar
ante un discurso hegemónico. Yo lo entiendo de esa manera, y ojalá seamos cada
vez más aquellos que no se rinden ante la comodidad y buscan incomodar desde un
medio de prensa, ya que el periodismo nació para informar sobre los hechos que
se pretender ocultar, sea porque son actos de corrupción, o porque a alguien no
le conviene que eso se sepa y tenga trascendencia pública. Y, por otra parte,
el periodista debe resignar a la pretensión de ser influyente o de convertirse
en un “justiciero”, todo lo que le corresponde hacer es contribuir a honrar la
profesión del mismo modo en que cada uno buscará consolidarse en la suya. Nos
estamos viendo pronto. Punto final.