Transcurrió el fin de semana, y luego de varios meses sin salir de mi madriguera para lanzarme a las tormentosas aguas de la noche lobense, decidí volver a aquellos lugares que frecuentaba desde hace años, en particular desde que adopté al Bar de la Porteña como punto de encuentro con mis amigos. Lo singular de este sábado que ya forma parte del pasado reciente es que, como tuve que cubrir un espectáculo artístico, llegué tarde a mi casa y todavía no había cenado. Estaba famélico porque había comido poco a la tarde, de modo que devoré los alimentos que me ofrecieron, descansé un poco, y me cambié la ropa. Todo ello me insumió un tiempo considerable y me salvó del tedio de tener que esperar hasta los nuevos horarios que parecen haberse fijado arbitrariamente para salir a tomar algo. En estos momentos, para ir a un bar y encontrar algún ser vivo en su interior hay que concurrir, como mínimo, a la 1 de la mañana, de lo contrario, el local estará cerrado o con la sola compañía de sus dueños. Parece ser que "la previa" en casas particulares o en quintas de fin de semana se extiende cada vez más, lo cual hace que los jóvenes concurran a los bares y boliches más tarde que hace tres o cuatro años, cuando ya para la medianoche se percibía el bullicio y el movimiento de gente propio de la nocturnidad del fin de semana.
Sobre el Bar de La Porteña ya he redactado varios "posts", tanto elogiando el buen ambiente y la atención de las camareras, como criticando la música funcional que ha ido variando para peor y se transforma en un pastiche imposible de digerir. Lo más probable es que no quiera aceptar que estoy envejeciendo y que la música que guarda un lugar de privilegio en mi "I Pod mental" ya no es objeto de la adhesión masiva, al menos en esos ámbitos.
Algo similar me sucedió cuando la noche languidecía y me ofrecieron ir a La Porteña (el boliche). Debo confesar que no estaba muy convencido de aceptar el convite. Tal vez me traicione la memoria, pero hacía por lo menos 3 años que no frecuentaba la famosa discoteca, y podría haber pasado más tiempo sin hacerlo, pero como no tenía ganas de irme a dormir todavía y no se presentaban demasiadas alternativas a la vista, decidí ir, y nobleza obliga, no voy a negar que la pasé bastante bien, si tenemos en cuenta que ya soy una persona adulta que ya no tiene el entusiasmo y la efervescencia de un chico de 17 años. Me reencontré con viejos amigos y conocidos, bailé con algunas señoritas, renegué (no demasiado) con el pésimo gusto musical de DJ y no hay mucho más que agregar, excepto que mi concurrencia al boliche luego de tanto tiempo hizo que se tratara de un sábado distinto. Al día siguiente padecí la resaca que suele ser un lugar común en estos casos, pero valió la pena ese pequeño malestar dominical si tenemos en cuenta que se trató de un fin de semana en el cual "volví a las pistas" (fugazmente) y demostré que todavía puedo enseñarles a bailar a muchos que se creen los dueños absolutos de la pista con movimientos erráticos e inconexos.
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