Esta Argentina siglo XXI que no deja de sorprendernos, da un paso hacia adelante y dos para atrás. Hay gente que vive sin luz, gas, agua, teléfono, y obviamente sin Internet. No son marginales porque sea su deseo, sino porque nunca nadie se ocupó de ellos. Y no hay que alejarse demasiado de Buenos Aires para comprobarlo. Gracias Macri por tu "Pobreza Cero" y el infame segundo semestre de prosperidad; gracias Alberto por prometernos que tendríamos la heladera llena.
La pregunta que uno suele hacerse, y que surge naturalmente cuando somos testigos directos de estos casos de extrema indigencia y precariedad, es: "¿Qué puedo hacer?" Probablemente, muy poco, excepto sentirnos culpables por tener todas las cosas de las cuales estas almas carecen. Y es así, porque casi sin darte cuenta empezás a pensar de qué me quejo, si este pobre tipo no tiene acceso a los servicios mínimos que le garanticen bienestar y calidad de vida. Y estoy acá, con cuatro paredes y un techo, mientras hay argentinos que la pasan realmente mal, durmiendo en la calle, abrigándose con cartones o con mantas viejas y corroídas por la intemperie. Y cuando llega el verano, ven pasar a quienes se van de vacaciones a la Costa, o simplemente tienen la posibilidad de mojarse un poco las patas en una pileta pública o una Pelopincho, mientras ellos padecen el sol calcinante, los mosquitos, los días interminables, y esas horas que parecen ser eternas. Nunca fui una persona de grandes gestos solidarios, pero sí tengo el criterio suficiente para darme cuenta de que alguien debería hacer algo para que estas personas tengan sus necesidades básicas satisfechas, lo cual me supera y me excede totalmente. Más aún ante una coyuntura de carácter excepcional.
La pregunta que uno suele hacerse, y que surge naturalmente cuando somos testigos directos de estos casos de extrema indigencia y precariedad, es: "¿Qué puedo hacer?" Probablemente, muy poco, excepto sentirnos culpables por tener todas las cosas de las cuales estas almas carecen. Y es así, porque casi sin darte cuenta empezás a pensar de qué me quejo, si este pobre tipo no tiene acceso a los servicios mínimos que le garanticen bienestar y calidad de vida. Y estoy acá, con cuatro paredes y un techo, mientras hay argentinos que la pasan realmente mal, durmiendo en la calle, abrigándose con cartones o con mantas viejas y corroídas por la intemperie. Y cuando llega el verano, ven pasar a quienes se van de vacaciones a la Costa, o simplemente tienen la posibilidad de mojarse un poco las patas en una pileta pública o una Pelopincho, mientras ellos padecen el sol calcinante, los mosquitos, los días interminables, y esas horas que parecen ser eternas. Nunca fui una persona de grandes gestos solidarios, pero sí tengo el criterio suficiente para darme cuenta de que alguien debería hacer algo para que estas personas tengan sus necesidades básicas satisfechas, lo cual me supera y me excede totalmente. Más aún ante una coyuntura de carácter excepcional.
Y que no se entienda esto como una crítica excluyente a los K, porque en la Argentina ha habido miseria desde que yo tengo uso de razón, aunque quizá yo esté siendo recurrente con la cuestión de la pobreza que abordé en un post anterior. Pero déjenme decirles que la clase media es bastante egoísta e hipócrita en su modo de actuar, porque la única vez que tuvieron huevos para movilizarse y se dieron cuenta de que había pobres en este país fue en el 2001, cuando se produjo el fin de la fiesta menemista y los codiciados dólares que el especulador de medio pelo había guardado en el banco quedaron atrapados en el nefasto "corralito" y el posterior colapso.
Desde luego, hubo ahorristas cuya única intención era precisamente ésa, la de ahorrar, pero hubo muchos otros que especularon hasta la debacle acumulando pesos/dólares y vieron esfumarse su efímera riqueza de un zarpazo, mientras las grandes masas de dinero se fugaban a los paraísos fiscales (esto último sigue pasando). Por eso, a pesar de pertenecer a lo que genéricamente se conoce como "clase media", no me siento del todo identificado con ella. Punto final.