Siete y media de la mañana: Los abrigos, ¿dónde están los malditos abrigos? A revolver el placard, a toser (con el pliegue del codo por supuesto) y estornudar con el olor a naftalina que lo inunda todo, a buscar desesperadamente entre perchas que reúnen prendas de las más diversas. Es entonces cuando comprobás que, cuarentena mediante, engordaste 10 kilos y es imposible ponerse una camisa sin que los botones salgan reventados como misiles, porque tu cuerpo también cambió.
Finalmente aparece el suéter o la campera salvadora. Además del COVID, es el tema del día. No se habla de otra cosa que de la ola polar en ciernes. El frío no da tregua y recluye a la gente en sus casas. Los ancianos, a sabiendas de su salud quebrantada, permanecen entre cuatro paredes hasta nuevo aviso, ya sea en un geriátrico o es su domicilio.
Y así es todo. El termómetro del malhumor social está a punto de estallar, pero Alberto y su majestad la Reina K viven en su propia realidad, de manera que los plebeyos estamos abandonados a la buena de Dios. Pero el daño que nos dejó el macrismo fue aun mayor, porque se extendió por 4 años y con un endeudamiento insostenible.
El frío no tiene la culpa, es cierto. Pero no ha sido, precisamente, un invitado esperado en la mesa del banquete nacional. Es, más bien, un intruso que lame las heridas de los pobres y provoca el corte de energía en fábricas e industrias.
Por suerte, en 2008, gracias a las gestiones oportunamente iniciadas por la Corona, recuerdo el anuncio con toda pompa de las comodidades de un tren bala que nos permitiría viajar a Rosario o a Mar del Plata (de todas maneras no alcanzar a emular los logros de Su Majestad Carlos Saúl, que nos prometió remontarnos a la estratófera y viajar a Japón en dos horas). Como buenos súdbitos que somos, hemos de agradecer al Rey y a a la Reina consorte por tan desinteresado gesto.
Hace tiempo ya que no compro más el diario, quizás contra todos mis principios, y decidí esto porque no estoy dispuesto tirar un promedio de 80 pesos por día para leer lo que la TV me repitió veinte veces el día anterior. Obviamente, la lectura de un diario o de cualquier material informativo impreso no se compara con la TV, pero es lo que hay. No puedo gastar en ese tipo de cosas. Antes solía comprar la revista Noticias pero son casi $ 250 por semana por un producto periodístico que está lleno de publicidades y cada vez menos páginas dedicadas a la información propiamente dicha.
Ya no busco más novedades, creo que todo está inventado, que el mundo está lleno de refritos y de cosas que ya fueron hechas y que se vuelven a lanzar con un envoltorio nuevo. Internet, supuestamente la última gran revolución, quizás no sea más que eso. Fake news, además de pan y circo con las redes sociales con memes y gansadas para mucha gente que está al pedo encerrada. Punto final.