3 de diciembre de 2021

¿Cuándo "estalla el verano"?

 Primer viernes de diciembre. El hecho de pensar que estamos en la recta final del año, nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre acerca de todo aquello  que no fuimos capaces de lograr. Es la vieja cuestión del "vaso medio vacío". Yo ya ni me acuerdo concretamente qué me había propuesto a fines de 2020, sólo albergaba la esperanza colectiva de que 2021 fuera mejor. Y hasta ahora, lo ha sido. Costó mucho esfuerzo, no sólo al común de los ciudadanos, sino a aquellos ligados más estrechamente con la pandemia: Enfermeros, médicos, vacunadores, fuerzas de seguridad. Si el virus vuelve a recrudecer con una nueva cepa, está claro que nadie se va a bancar un nuevo encierro. En mi caso, no pienso hacerlo ante el hipotético escenario de que las autoridades lo exijan. Tengo la libertad de circular libremente como responsable de un medio de comunicación, pero si no fuera así, tampoco me quedaría dentro de cuatro paredes por tiempo indeterminado. La economía se desplomó el año pasado, y lo que se vio en este año no es más que un rebote lógico de haber vuelto a una nueva versión de la "normalidad", que las fábricas e industrias hayan retomado paulatinamente su producción, que el consumo se haya reactivado... pero insisto: Con una inflación altísima, estamos aún muy, muy lejos de afirmar que el "crecimiento" es real. En el mejor de los casos, sería una vuelta a los valores pre-pandemia, que ya de por sí no eran los más alentadores. 

Durante 2020, los únicos que trabajaron razonablemente bien fueron los supermercados, las farmacias, y los servicios de delivery. No mucho más. Y el "boom" de venta de bicicletas, tiene su explicación en que la gente trató de combatir el sedentarismo haciendo la mayor actividad física posible, en los meses que los gimnasios permanecieron cerrados. Ni hablar de hacer turismo: Primero, nadie tenía un mango. Y segundo, cuando finalmente se permitió hacerlo, los protocolos eran tan sistemáticos y exigentes que muchos encontraron una opción más práctica en alquilar durante el verano una quinta con pileta. Por la remanida cuestión de la oferta y demanda, el valor de esos alquileres se disparó notablemente. Era sabido que iba a pasar, porque de hecho lo mismo pasa con el dólar. A más demanda de un producto, más se encarece su costo. El verano de 2022 será clave, porque el Gobierno seguramente no impondrá restricciones y es posible que ese "relajamiento" traiga aparejado un rebrote de contagios. Ojala que no. 

Se está hablando, también, de la aplicación de una tercera dosis de la vacuna, a la cual por ahora sólo pueden acceder los grupos de mayor riesgo. Yo ya me apliqué las dos primeras, incluso pensé que no iba a recibir un tercer pinchazo y borré la aplicación "Vacunate" del celular. Tendré que volverla a instalar y esperar que me llamen en algún momento. 

Ya estamos inmersos en la vorágine de este último folletín por entregas, que nos depara todo tipo de situaciones de diversa índole, derivadas de los festejos navideños y del esfuerzo que todos hacemos por mantener las apariencias y cuidar las formas pese a que nos detestamos mutuamente. Eso así, en la Noche del 24, en la tradicional reunión familiar, no vaya a ser cosa que, alguno exacerbado por el alcohol, en un rapto de honestidad brutal se le escape un “entripado” y genere una disputa no prevista que termine con la parentela agarrándose a botellazos mientras los fuegos artificiales surcan el aire. Pero pongámonos serios. A menudo, nuestra vida se parece bastante a un racimo de senderos que, llegado un punto, se bifurcan, pero que no van a ninguna parte. Antes de que el lector se "horrorice", le confieso que no me convence haber perpetrado una frase tan cursi como la anterior, sobre todo mientras el cursor del procesador de textos, titila, desafiante, invitándome a borrar la pelotudez que he escrito segundos antes, pero en este momento de mi vida los hechos me demuestran que es así. Como ser medianamente sociable que soy, comparto lo que me sucede con otras personas, tratando de no agobiar a mi interlocutor. Cada día me convenzo más de que la apatía y el no saber qué estamos haciendo de nuestras vidas es un común denominador. Por suerte, tenemos tiempo para entretenernos con cosas que nos hacen relegar esos planteos existenciales, y que son un escapismo o una distensión. El que tiene un trabajo (en negro, en blanco, o como sea), se aferra a las migajas conseguidas y hace lo imposible por mantenerlas, a expensas del jefe que te quema la cabeza impunemente abusándose de su posición jerárquica. El que no tiene trabajo, sabe que la mano está dura, obviamente, y eso te obliga a mirar la vida desde un costado. Sentís que se te va el tren, y que no llegás a alcanzarlo aunque pases meses esperándolo en el andén. 

El nivel de agresividad, de locura, de intolerancia que hay en la calle puede atribuirse a diversos factores, pero sin duda, uno de ellos es que te repitan 20 veces al día por televisión un hecho de inseguridad, que constantemente en el "zócalo" de la pantalla aparezca la cotización del dólar, y todo eso contribuye a que te roben la ilusión de pensar que las cosas pueden mejorar. Nunca van a tirar una buena noticia, porque no "vende". A lo sumo, alguna nota de color con los movileros en la playa que termina siendo una gansada. En la era pre-feminista, el principal atractivo del camarógrafo era enfocar culos y tetas. A estar preparados, porque si no hay otro tema que ocupe la agenda, en el verano el común de los programas serán de ese tenor, y no faltará la cobertura a todo glamour de las playas de Punta del Este, el destino elegido por los chetos y la tilinguería argentina. 

A veces es más saludable tener en claro algunas cuestiones básicas de las relaciones humanas antes que vivir suponiendo, erróneamente, que somos víctima de una conspiración de hijos de p... que nos quieren sacar provecho todo el tiempo, ¿No les parece? Además, lo irónico de todo esto es que no somos tan "importantes" como pensamos como para que los demás dediquen minutos de su vida a vivir pendientes de lo que hacemos bien o mal. La mayoría de la gente hace la suya y no le importa nada del resto, y hasta cierto punto está bien que así sea, porque si todos viviéramos en estado de alerta hacia lo que se hace o dice de nosotros, perderíamos el disfrute que nos otorga tener una personalidad definida. 

Dado que vivimos en una sociedad, inevitablemente debemos interactuar con otras personas que no nos caen bien: el kiosquero, la cajera del supermercado, tu jefe o supervisor, tus viejos, tus hijos, en fin... Pero si aprendemos a dimensionar qué valor juega cada uno de ellos en nuestra vida, las cosas se vuelven más simples, porque con los primeros que nombré se trata de una mera relación comercial, en cambio en los últimos casos, estamos hablando de afectos que, al menos teóricamente, deberían ser cercanos. Punto final.




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