Madrugada de lunes en la ciudad. Tengo la percepción de que estos días de diciembre van transcurriendo con una sorprendente lentitud y parsimonia. Seguramente, el resto de la humanidad sostendrá lo contrario, pero si hoy no echaba un vistazo al almanaque, ni siquiera hubiera recordado qué fecha era. Claro que en la mayor de las veces uno debe ser forzosamente consciente de eso, porque si tenés pautada una nota o una entrevista para un determinado día, no sólo que te vas a perder la posibilidad de hacerla, sino que darás una pésima imagen a la persona que te agendó una fecha y horario para hablar con ella.
Veo mucha gente resignada, más que desesperanzada. No son las mismas cosas, pero es posible que establecer cierta ligazón. Cuando alguien te dice: "No me des falsas esperanzas", una frase que por lo general está asociada al amor, lo que pretende expresar es que no le generes una expectativa en vano. O una promesa que nunca termina en trasladarse a lo hechos. En síntesis, lo que suele hacer el común de los políticos argentinos.
La resignación es aún peor. Significa que te da lo mismo una cosa que la otra. Un inevitable sesgo de tristeza ante algo que se supone irreparable. Por eso, lo único que se les desea a los familiares de un difunto es la resignación. Poder aceptar algo que no concebimos como posible o real. Por eso, también, no podemos concebir un país sumido en la pobreza, en el eterno fracaso, en la inflación, en la inmoralidad. En la mentira alevosa y descarada que ya ni siquiera se esfuerzan por disimular. En el abandono de los gobernantes hacia la sociedad civil que los eligió. Un asalto a la ilusión, parafraseando el título de un libro muy conocido.
Con el paso de los años, uno se vuelve más quejoso. Empieza a molestarte la gente impuntual, descortés, y desagradecida. En realidad, esas personas siempre estuvieron, sólo que antes tu capacidad de tolerancia era distinta. Tener que hacer una larga cola en la caja del supermercado para comprar dos boludeces, ya de por sí es una pérdida de tiempo, pero si a eso le sumamos que el cliente que está adelante decidió pagar con tarjeta, pregunta si lo puede hacer en dos cuotas, le dicen que sí, pregunta si tiene intereses, le dicen que sí, hace un gesto de fastidio, y saca de la billetera una tarjeta negra (de esas que los bancos no se las dan a cualquiera), mi paciencia comienza a deshacerse.
Si los increpo a ambos (cajero y cliente), voy a quedar como un antisocial al ser el único que lo haga entre todos los que estamos esperando nuestro turno, pese a que no tengo dudas de que piensan igual que yo. Y quizás sería un desahogo gritarles a esos dos tarados, pero fuera de eso no cambiaría demasiado. Si vos estás delante de mí en la fila con dos changuitos repletos y ves que yo tengo un jabón y un paquete de harina que me caben en la mano, por una cuestión de cortesía deberías cederme el lugar, ya que el tiempo que demorará abonar mi compra es mínimo. No esperes que eso ocurra: Si son porteños o turistas, difícilmente tengan ese gesto, porque ellos creen que se ganaron "su" lugar y que pueden tomarse media hora pasando tarjetas y preguntando precios y ofertas. Los que estamos detrás somos invisibles para el prestidigitador.
Siempre es aconsejable no dejarse llevar por la indignación, pero también es cierto que si te tragás la bronca, un día terminás explotando con quien menos se lo merece. Tampoco es bueno traer los problemas del trabajo a tu casa, aunque resulte inevitable que cuando alguien de tu familia te pregunta cómo estuvo tu día o cómo anduvo todo en el laburo, no reacciones de la mejor manera.
Por lo general,
cuando cae la noche, es el momento que dedico a redactar alguna reflexión, que
puede surgir desde adentro (es decir, de mis propias convicciones), o
"desde afuera", a raíz de un determinado hecho que me sirve de "disparador", y que vi en Internet o en la televisión.
Estoy mirando cada vez menos tele, y no lo digo por hacerme el superado. Realmente es así, no me genera interés. En parte, pienso que los celulares
modernos hace rato que le ganaron la batalla a la TV. En la mayoría de los bares, hay
una o más pantallas, pero nadie les presta demasiada atención, excepto cuando
hay un partido de fútbol. En el resto de los días, son parte del decorado,
podría decirse. Como si fueran cuadros, pero con imágenes en movimiento.
En este momento, me viene a la memoria cuando hace dos o tres años, entre otras tantas gansadas, se generó una especie de debate acerca de reemplazar el color "azul" para los nenes y el "rosa" para las nenas, bajo el argumento de que era una actitud sexista. Señores, para debatir hay que hacerlo con fundamentos, que quizás yo no los tenga, por eso me abstengo de opinar sobre aquello que no conozco antes de soltar la primera estupidez que se me ocurre. Se trata de una costumbre, no de un acto discriminatorio. Es fácil que nos den todo masticado para no tener que "tragar" (leer). El feminismo fue una reacción dentro de un contexto histórico determinado, la década del '60, que no se pudo plasmar en dicho momento en muchos países como el nuestro, que estaban regidos bajo gobiernos militares y por lo cual eran profundamente retrógradas. Como en casi todo, llegamos tarde, y por esa razón los hippies de San Francisco de 1967 no son los mismos muchachos pelilargos del Siglo XXI, que se convirtieron en yuppies, o en los chetos que abrazan la espiritualidad pero nunca dejan de ser "hippies con OSDE" (o Swiss Medical), y cuya máxima aspiración es tener un monoambiente en Barrio Norte. Punto final.
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