21 de diciembre de 2021

Las extrañas Navidades que nos trajo la pandemia

 Hoy salí a media mañana al Centro, y el tránsito era un caos, al igual que el lunes. Había gente en todas partes, parecía que se hubieran abierto todas las "jaulas", de esas donde están las palomas y los canarios de años atrás (muchos, pero me acuerdo aún)  que ofrecían los vendedores ambulantes. Más allá de que es el horario pico para los bancos y las oficinas públicas, no pude evitar sorprenderme. Los autos hacían maniobras totalmente peligrosas, lo cual no me importaría si no fuera porque yo andaba en bici y me podrían haber chocado, con lo cual iba a terminar más "roto" de lo que ya estoy. En cualquier comercio al que fueras, por más pedorro que fuese, había que esperar. Algo que, como saben, no me agrada demasiado. Pero bueno, me la banqué. 

El lunes estuvo bastante escaso de noticias, hoy por suerte se reactivó un poco y aunque los anuncios que se hicieron no tengan mucho sustento, todo lo que sea información me sirve. Creo estas serán las Navidades más atípicas de mi vida, porque lo único que haremos en sentarnos a la mesa a cenar algo rico, destapar una sidra  y chau. Quizás la Navidad de 2020 fue parecida, en medio de todo el quilombo del COVID. Pero como en mi familia sólo somos cuatro, además de mi sobrino Lolo, no ha habido -ni habrá- mucha euforia. Para mi sobrino tal vez sí, porque espera los regalos de "Papá Noel", como todo niño de su edad. A veces siento que no puedo dedicar tiempo para jugar con él, o verlo crecer. No coincidimos en los horarios, y si en alguna ocasión eso ocurre, estoy tan molido que me acuesto a escuchar música en la cama. Ultimamente no he tenido días de siesta, porque me he puesto a hacer otras cosas a horas tempranas de la tarde y cuando querés acordar ya son las 5 PM. Eso sí, cuando me duermo, no son menos de dos horas, si es que estoy muy cansado y no me pongo el despertador. Ese sueño, si es reparador, te deja como nuevo. En cambio, si das vueltas en la cama hasta que finalmente te dormís, no es lo mismo.

Pero hoy tengo ganas de hablar un poco de música, cosa que hace rato que no hago. Todos recordamos la "tensa" entrevista entre Charly García y el Gordo Lanata. Pues bien, en un momento dado, el ex periodista independiente lo acusa a Charly de copiarse a sí mismo, y éste a su vez le responde al Gordo que es un pelotudo. Lo más notable es que, aunque Charly estaba más "duro" que pan de ayer, conservaba aún una lucidez sorprendente. Ahora bien, lo que Lanata le recriminó, seamos honestos, es cierto: Hace años, sobre todo en tiempos recientes, que el músico se copia a sí mismo. Hay arreglos de temas viejos que él vuelve a utilizar, como un mago que quiere salvar la ropa sacando de la manga los pocos trucos que le quedan. Soy un gran admirador de Charly, pero no soy incondicional. Aun así, cada disco suena diferente al que le sigue, o al anterior. Por otra parte, también es verdad que Lanata es un pelotudo, pero por otros motivos que no tienen que ver con el rock. Cuando García dice: "Yo nunca me traicioné", habría que analizar qué concepto tiene cada uno de traición. Muchos no toleraron que fuera a la Quinta de Olivos a tocar con Menem, y a una supuesta amistad que cultivó con el riojano más famoso de los '90. Pero bueno, en esos tiempos el país era una joda y valía todo. Si vos escuchás el último disco de Charly, que es de 2017, lo que vas a escuchar es la voz quebrantada de un anciano, por lo tanto, sería hora de sincerarnos y de reconocer que el gran referente de los años '80 no vuelve más. Pero ojo, Bob Dylan también tiene una voz horrible hoy en día, sin mencionar que tiene unos años más que Charly, y sigue teniendo un público fiel. En lo personal, el rockero del establishment más mediocre y decadente de la Argentina es Fito Páez. Cada vez lo detesto más, y no compraría un disco suyo ni aunque me amenazaran de muerte.

En octubre, cuando un grupo de "artistas" se reunió para celebrar el cumpleaños 70 de Charly con la presunta intención de homenajearlo en el Teatro Colón, lo que presenciamos fue un mamarracho absoluto, con gente que ni sabía por qué estaba ahí desde el momento que se subió al escenario. Cuando, en lo que pretendía ser la frutilla del postre, apareció Charly a intentar, digámoslo así, cantar algunas de sus grandes canciones, el resultado fue mucho peor. La fragilidad extrema, el uso de un teleprompter porque no se acuerda las letras, en fin, un desastre. "Alguien", debería haber preservado al ídolo máximo del rock argentino de semejante vergüenza. Es como cuando a un futbolista, el DT le dice "todavía no estás para jugar, no te recuperaste de la lesión". Bueno, acá pasó lo mismo. Charly ya no está como para jugar ningún partido. No hubo ningún "entrenador" que lo protegiera. Quedó expuesto ante una multitud que sólo supo conformar a los fanáticos acérrimos que le perdonan todo. Si el rock es el reviente, el whisky, la cocaína, las pastillas, y las minas, Charly ya pasó por todo eso hace rato. Lo único que puede hacer es dejarnos el recuerdo del genio que fue, y quizás componer música instrumental, porque en eso continúa siendo un virtuoso. 

Duele ver en ese estado a un tipo que escribió páginas memorables con su talento, y que es el único prócer del rock nacional que nos queda vivo, luego del fallecimiento de Spinetta. Me atrevería a afirmar que ni Calamaro ni Páez pueden aspirar a ese cetro, no le llegan ni a los talones. De hecho, hasta Cerati era más creativo e innovador que esos dos juntos. La idolatría implica una ceguera, de la misma manera que muchos hicieron con Maradona. Lo mejor que puede hacer el entorno de Charly, si es que realmente trata de cuidarlo, es dejar que las cosas decanten por sí solas. Nunca volverá a ser el mismo, lo sabemos todos, pero podemos aspirar a un show breve si es que realmente está en condiciones de hacerlo. De lo contrario, mejor que se retire, porque ya tiene un lugar privilegiado en la cultura popular que él mismo se supo ganar. Punto final. 

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