Arranqué el jueves (y lo que va del viernes) con bastante actividad, no estrictamente periodística en todos los casos. Tipo triángulo de las Bermudas. Tuve la mala suerte de que se me hizo el mediodía cuando debía hacer unas compras en el súper, y como era de esperar, estaba lleno de gente. Pero logré moderar mi malestar, cuando "alguien" (el encargado, supongo) se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y habilitaron otra caja. Es parecido a lo que les toca vivir a mucha gente que viaja a CABA en hora pico con el tema de los peajes. Después fui a una verdulería muy conocida, había una señora antes que yo, pero la dueña se puso a hablar boludeces y a hacer sociales, dilatando por tiempo indeterminado el turno del siguiente cliente, es decir, yo. Por lo cual, me fui, ni valía la pena confrontar, no es el único comercio del ramo. En los profesional, el laburo consistió en indagar en distintos portales de noticias, y encontré algunas cosas interesantes, que uno busca redactar o modificar levemente para que tengan un atractivo pero sin desvirtuar su contenido.
Bueno, luego me enteré leyendo la página de Ambito Financieron que el Banco Central tiene previsto lanzar un billete de 2.000 pesos. En parte, está bien, para que los cajeros no estén llenos de papeles pintados que dificultad su reposición. Pero ya que lo van a hacer, que también impriman billetes de 5.000. Es lo más lógico, hasta un niño pensaría como yo. Probablemente en un futuro, cuando asuma un nuevo gobierno, al cabo de unos años se hará necesario hacerlo con pesos de mayor denominación, pero lo que este Gobierno no quiere hacer es aceptar la escalada de la inflación y por ese motivo se mostró reticente a emitir nuevos pesos. Llevamos demasiados años de inflación y descontrol, con o sin los K, y uno se pregunta cómo es posible que un país continúe funcionando en esas condiciones. Con hospitales, escuelas y universidades públicas. El acceso gratuito a la salud y a la educación sería mucho mejor en términos de aparatología e insumos, si no se desviaran fondos con fin incierto. ¿Quién no vio alguna vez una ambulancia estacionada en el domicilio particular de algún médico? ¿Quién no escuchó la historia de los que hacían sonar la sirena del vehículo para despejar el camino e ir a buscar una pizza? No estoy diciendo que esto siga pasando hoy, pero era una práctica aceptada porque todos hacían la vista gorda y no había ningún control, porque lo que usaban una ambulancia sin que haya una emergencia de por medio, nos estaban robando descaradamente. El combustible lo pagábamos nosotros como contribuyentes. Lo mismo ocurre con algunos móviles policiales que permanecen 15 minutos o más con el motor en marcha, en una situación cualquiera, no ligada a la seguridad. Cuando uno tiene que pagar sus propias cosas, cuida la guita, y cuando viene de arriba, no.
Entender las
demandas excesivas de la gente es una tarea complicada a la que me he ido
acostumbrando por la naturaleza de mi trabajo, y ello también implica interactuar
con mis pares o mis auspiciantes. Sepan disculpar si me limito a una sólo frase
para referirme a ello, simplemente ya no me nace pasarme de rosca y relatar mis
más recónditos pensamientos en un blog, en cambio sí me resulta útil para hacer
catarsis o filosofía barata.
Fuera de lo que
es estrictamente laboral y/o profesional, no es fácil encontrar personas con las
cuales se puedan compartir gustos musicales, películas, o maneras de entender la
vida. Y ojo, que no hablo únicamente de pareja, eh! Solamente de alguien para conversar un
ratito, mate por medio, y sentir que esa persona sintoniza tu misma onda. Que puedas hablar del
cine de los años '50 sin que te mire como un resto fósil. Habría que perder el prejuicio que abunda con las películas en blanco y negro, como si no hubieran sentado las bases de todo lo que hoy se estrena en las grandes salas. Que aprenda a
disfrutar del talento de un actor de cine o de una serie, y que a su vez te inculque lo que a el/ella le interesa, porque es un intercambio de experiencias. Que sepa distinguir lo
sutil de lo banal, lo exótico de lo mundano, el buen gusto de la grosería, lo
burocrático de lo existencial. Claro que en la vida real, las coincidencias se dan de otra manera, no hay un manual de requisitos, hay química, o lo que en psicología se denomina transferencia.
Cambio de tema: La última vez que
fui a un shopping del Gran Buenos Aires fue en otra dimensión, en 2012 o un par de años después: Recuerdo que me compré
algunas cosas cuando todavía no se habían encarecido tanto: un disco de Alicia
Keys ("Girl on fire"), un DVD de Michael Jackson ("Live in
Bucharest"), y una edición especial de dos discos de la película "Un
tranvía llamado deseo" (la versión de Marlon Brando y Vivian Leigh).
Son pequeños
hábitos que uno cultivaba y que aún hoy están ligados a un objeto que te provoca satisfacción, porque no hay que ser retrógadas, y que por un lapso más un menos breve te
alegran la vida, o que te hacen permiten apreciar el talento desde un lugar no
snobista ni intelectual, sino por el mero disfrute de escuchar o ver algo que
considerás notable.
Un celular nuevo
no te va a cambiar la vida (a lo sumo, te la podrá hacer más fácil, más cómoda, por cada vez les agregan algo nuevo); en cambio un buen libro o una buena película, sí. Tienen ese poder de hacerte ver
las cosas de otra manera, de meterte, aunque sea por un instante, en la cabeza
del músico que hizo los arreglos, o del director que escogió tal o cual plano,
y de sentir lo mismo que sintió él. Porque una obra, no es ni más ni menos que
un placer compartido, expuesto al juicio de valor y a la crítica de los otros.
De no ser así, se volvería una manifestación egoísta y vanidosa, porque el autor terminó haciendo
un mamarracho para un público reducido que seguramente considerará a esa obra
de gran valor. Pero me viene a la memoria una frase, o un aforismo, que no deja de darle cierre a esta nota: "El gusto no se discute". Punto final.
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