Los días post-elecciones son como despertarse luego de un terremoto. La vida sigue, todo parece estar en calma, la rueda sigue girando porque hay que laburar. Pero no deja de ser una falsa sensación. Ocultamos la preocupación refugiándonos en la rutina que debemos cumplir. Optamos por el escapismo, llegado el caso, cuando la realidad se nos torna insoportable.
Haber cubierto ayer los comicios en Lobos no es algo nuevo para mí; con los años ya he desarrollado una suerte de "gimnasia" en función de lo que implica estar pendiente minuto a minuto de los resultados, a la usanza del rating televisivo. Antes no era así, desde luego, porque no existían las redes sociales, la conectividad era deficiente, y había un cúmulo de factores que requerían redactar una larga crónica con todo lo que había sucedido, una vez que ya se conociera el ganador. En ese sentido hubo un cambio notable, y los que ya tenemos varios años en la profesión nos hemos adaptado. Los más novatos no atravesaron esa transición, de manera que para esos colegas es natural el modo de informar que se emplea hoy por hoy.
Lobos eligió que el actual Intendente permanezca en el cargo cuatro años más. Lo cual hace pensar que la ciudad continuará sumida en la chatura y la mediocridad que ostenta en la actualidad. No dejo de reconocer lo que a mi modo de ver está bien hecho en la gestión de gobierno, pero analizando un período de 8 años, no es significativo, deja sabor a poco. Se podría haber hecho mucho más para mejorar la calidad de vida de los lobenses, y no se hizo. No quiero ser redundante en referirme a planes de viviendas, radicación de industrias, u obras públicas de magnitud, porque ya lo dijeron los referentes de la oposición durante la campaña. Tengo la honestidad intelectual suficiente para decirlo, considerando que no tengo compromisos políticos con nadie, ni estoy afiliado a ningún partido, cualquiera que me conoce lo sabe bien. Cada uno hará su propia lectura o análisis, la democracia es así, y pese a sus puntos débiles, es mejor que vivir en una monarquía, como ocurre en varios países europeos.
A nivel local, fue una elección reñida, la más pareja desde 2015. Y ahora los
argentinos tendremos que votar por tercera vez, en ese mamarracho denominado
balotaje. No pierdo las esperanzas de que algún día, un Presidente reúna el
consenso suficiente para modificar el sistema. Esto, como yo lo concibo, debería
ser así: 1) Eliminar las PASO. 2) Se vota una sola vez, y además se le quita el carácter
obligatorio. 3) No hay segunda vuelta: El que gana, aunque sea por un voto, ya
puede festejar y el resto se va a su casa. Como en el fútbol: Podés ganar un
partido por goleada, o por 1 a 0, pero en ambos casos el resultado es el mismo.
Bueno, para todo lo que modestamente propongo, habría que reformar la
Constitución, y no creo que ningún político lo haga porque no le conviene, ni a
él ni a sus cortesanos y aplaudidores.
Otra cosa: El
voto electrónico es rápido y eficiente, y si ha habido dificultades en
determinados distritos como pasó en CABA, es por errores del sistema informático, no
por la modalidad en sí. Si alguien se tomara el trabajo de probar
exhaustivamente el correcto funcionamiento de las máquinas antes de que llegue
el día de las elecciones, de seguro que no habría ningún contratiempo, como de
hecho no los hay en ninguno de los países desarrollados donde desde hace décadas
se vota de esta manera. Además, no se derrocha guita para imprimir boletas
larguísimas, sobres, y urnas de cartón. Por el momento, plantear todo esto suena
demasiado utópico. Pero es una discusión (o un debate) que en algún punto tiene
que darse para terminar con los anacronismos y con los negocios de los punteros. Habrá que desandar un camino muy extenso para aplicar reformas estructurales de fondo. Mientras tanto, sólo resta sentarse a esperar hasta el 19 de noviembre. Nos estaremos viendo pronto. Punto final.
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