Hay un ejercicio mental que me parece interesante, y es el siguiente: Tratá de recordar cuándo fue la última vez que tuviste un buen día, de principio a fin. Es decir, incluyendo las horas de sueño. Si te cuesta hacer memoria o descubrís que pasó mucho tiempo, quizás sea una señal de que algo funciona mal. No es fácil pasar 24 horas sintiéndose pleno, tranquilo, sin sobresaltos. Podemos hacerle frente a una situación adversa, pero la manera de lograrlo no es para todos por igual. Yo descubrí que hacer actividad física me despeja la cabeza, y aunque sea un poco haragán para mantener una continuidad, vamos a darle gas mientras se pueda.
Un buen día es aquel que te provoca satisfacciones, como el reencuentro con tus amigos, el saludo afectuoso de alguien que te envía un mensaje al celular, pero por sobre todas las cosas, la convicción de que vas en la dirección correcta. Es lo más arduo de dimensionar, porque la única forma de encontrar ese camino es habiendo transitado previamente otros que no te dieron el resultado que esperabas. Una especie de prueba y error. Yo ya soy consciente de aquello que no me sirvió hasta ahora, por lo tanto todo eso lo descarto, busco otras estrategias. Lo notable es que cuando estás bien, te vinculás mejor con la gente, podés rendir mejor en tu trabajo, y tenés las antenas puestas en lo que realmente importa, no en pavadas o boludeces (esto último se bastante subjetivo).
Todos quieren que
sus hijos vayan a la universidad y se conviertan en ingenieros o abogados, y esa
aspiración paterna puede considerarse válida en la medida que no genere presión
y frustración a esos jóvenes. Porque en esta vida, aunque sea cursi decirlo,
debemos tratar de hacer lo que nos gusta y vivir de ello. Y no necesitás un
diploma en un cuadrito colgando de la pared para serlo. Hablando de cuadritos,
si notás que tu hijo tiene talento para el dibujo o las artes plásticas, no lo tomes como
un vago, dale incentivos para seguir, llévalo a tomar clases que le permitan
desarrollar ese potencial
Como periodista,
nunca aspiré a ser masivo, ni a que mi opinión sea replicada por miles de
lectores. Algunos dirán ser influyente es bueno, pero si lo llevás a determinado nivel
se vuelve una carga muy pesada. Habrá quien apruebe o no mi manera de ver los
hechos cotidianos, pero no es el objetivo principal que me motiva. En
definitiva, lo único me parece relevante es que aquel que lea una nota mía o lo
que fuere, reciba un material bien escrito, bien redactado, y después saque las conclusiones que desee.
Pensá en esta muestra del ninguneo mediático: En estos días se están disputando los Juegos Panamericanos en Chile, los deportistas argentinos están teniendo una buena cosecha de medallas, pero casi ningún medio les dedica espacio. Eso sí es lamentable, porque muchos atletas no tienen sponsors o están en un nivel amateur, compiten en condiciones desiguales y aun así lo hacen dejando todo en cada disciplina. Están representando al país dignamente. Salvo los canales deportivos, el resto no les ha dedicado ni un segundo de pantalla, y en los diarios digitales, menos aún.
Pero, resumiendo, yo no creo que todo tiempo pasado haya sido mejor. Que uno se sienta nostálgico no es más que extrañar una parte de tu pasado que, por definición, no volverá. Rescato los avances tecnológicos, la mejor calidad de vida que trajeron consigo los avances de la ciencia, pero me pregunto a cuántas personas en este país llegan todos esos progresos que acabo de enumerar.
Preguntémonos, por ejemplo, cuántos pibes leen un libro fuera de la escuela, por el placer de la lectura. No pierdo las esperanzas de que sean muchos más de los que pensamos, y que cuando crezcan, esos chicos se conviertan en buenos escritores, algo que sólo se puede conseguir leyendo a los autores que marcaron el rumbo en la literatura contemporánea. Nos estaremos viendo pronto, gracias por vuestra paciencia. Punto final.
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