Los exabruptos de
Milei ya han colmado la paciencia de la gente. No sólo son agraviantes, sino
innecesarios. Ni siquiera son declaraciones que se puedan capitalizar
políticamente. Los ataques homofóbicos del Presidente -que luego su “vocero estrella”
intentó en vano enmendar- son vergonzosos. El resultado es que todo se tiñe de
una pátina gris y decadente. Las minorías sexuales merecen ser respetadas por
encima de todo sesgo conservador, porque costó mucho que la sociedad tomara
conciencia de que tenían los mismos derechos que los heterosexuales. Parecen
empeñados en destruir todas las conquistas de derechos que se lograron al cabo
de varias décadas de lucha y de marginalidad por parte del colectivo LGBTQ+. Y
todo atisbo por justificar ese atropello no hace más que darles la razón a los
sectores de ultraderecha que pregonan la vida tradicional en familia y el
hogar. El Ministro de Justicia, de antecedentes lamentables en su juventud,
agita la propaganda neofascista del gobierno como una causa popular, cuando
nadie le dio luz verde para emprender esos ataques. El Presidente debería
dedicar su tiempo a mejorar la economía, que parece que es lo único que sabe
hacer, hechas varias salvedades. ¿Alguien le habrá pulido el discurso que
pronunció en Davos o simplemente dijo a boca de jarro lo que realmente piensa? Estos
tipos son peligrosos, yo no me fiaría de ellos bajo ningún concepto. Que Trump
pronuncie dichos parecidos no significa que Milei tenga legitimidad para
hacerse eco de esas barbaridades.
Pero qué se puede
esperar, si el lugar para el debate es cada vez más estrecho y por televisión
lo único que transmiten son las estupideces de la China, Wanda, Icardi, y algún
nefasto personaje más. Están aquellos que no son conscientes de ello y se
siguen revolcando en el fango mientras que continúan coartando derechos
adquiridos. El nivel es paupérrimo. Hasta la TV Pública destina minutos de
pantalla para dar cuenta de las boludeces de chismerío vernáculo, nos dan de
comer bosta y nosotros estamos consumiendo eso, nadie le hace asco al plato. Yo
no soy un intelectual como para creerme superior, pero sí puedo discernir entre
lo importante y lo banal. No hace falta ser muy instruido para eso. Deberíamos
pensar en lo que viene, que por cierto representa un desafío importante. En los
meses de verano la política “hace la plancha”, pero cuando finalice el receso
estival, nos encontraremos ante una pelea encarnizada de varios dirigentes y
aspirantes a candidatos por posicionarse en la consideración pública.
El poder real se construye con otras armas. Hoy da la sensación de que los libertarios quieren imponerse en la batalla cultural, pero yo me atrevería a afirmar que varios de sus postulados siguen generando rechazo entre la sociedad. No les basta con haberse ganado el apoyo de los grandes medios por sus medidas económicas, van por más. El problema es que sus referentes carecen de autoridad moral como para pontificar desde el púlpito consignas antiprogresistas. Ese perfil reaccionario genera reservas y dudas entre el electorado independiente. Un electorado que puso en el gobierno a Milei por la ruptura con el pacto social y el advenimiento de la antipolítica. Funcionarios sin experiencia que cada paso que dan suman un nuevo escándalo porque no saben conducirse ni expresarse con altura en un debate público. Deberían darse cuenta de que cuando más hablan, peor es la recepción que provocan esas declaraciones. Aunque quieran proferir un discurso de barricada, la ciudadanía no está interesada en eso, sino en parar la olla todos los días. Por esa razón, cuando los opositores al gobierno anterior hablaban despectivamente del “plan platita”, no entendían cómo funciona la política. Si vos inyectás guita en los bolsillos de la gente, aunque vayas camino a un déficit descomunal, poco importa en el corto plazo.
Hace varias décadas que en la Argentina no hay un plan, se toman decisiones para revertir determinadas variables como la inflación, pero eso no puede llamarse plan, son medidas que apuntan a la contingencia. Son curitas para un enfermo terminal, digamos. Lo que quiero decir es que la estabilidad en que se vive es artificial, porque si el gobierno dejara flotar el dólar libremente sin la intervención del Banco Central (el mismo banco que el presidente dijo aborrecer), otra sería la historia. Ninguno de los que están en el gabinete nacional tiene estatura de estadista. Son improvisados. Quizás saben cómo contrarrestar una crisis de confianza con un shock que genere respaldo en los mercados, pero para alcanzar ese fin es suficiente con tener sentido común, algo de lo que la clase política carece por completo. Habrá que ver hasta cuándo se sostiene la bicicleta financiera, que arroja ganadores y derrotados por igual.
El ministro Caputo tiene
atada su suerte a la de Milei. Si se manda una cagada o las cosas comienzan a
salirse de cauce, el alud arrastrará al Peluca, a menos que sepa desmarcarse a
tiempo, cosa que no sucederá en el corto plazo porque para el FMI y la prensa
internacional vamos bárbaro. Si los salarios tuvieran un mayor poder
adquisitivo, ello repercutiría favorablemente en el consumo, aunque haya
quienes sostienen que genera inflación. Hay que ser prudente y preguntarse
seriamente si todavía seguimos en recesión, porque para dar esa etapa por
superada, la recuperación de la economía no debe impactar sólo en
determinados sectores, sino que debe darse en todos los estamentos. Comer,
pagar impuestos, y vivir al día sigue siendo una gran odisea para millones de
argentinos que quedaron fuera del sistema. Y han quedado fuera, porque nunca
nadie se preocupó en incluirlos. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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