No hay nada más contraproducente que buscar respuestas en
lugares equivocados. No es casualidad que haya tanta gente que está cautiva de
las sectas o grupos fundamentalistas, o que hace años que malgastan su dinero
con malos profesionales de la salud mental. La terapia en sí misma constituye
una extraordinaria alternativa para salir adelante de un momento difícil, pero
cuando el propio paciente no percibe evolución alguna es momento de recurrir a
otro psicólogo o psiquiatra para no perder tiempo ni dinero en una situación
que es desgastante emocionalmente.
Todos hemos tropezado dos veces con la misma piedra, y si
bien es cierto que de los errores se aprende, hay momentos o situaciones que nos
inducen a repetir el furcio. Las cosas no ocurren porque sí, al menos para mí.
Cada uno actúa en función de las opciones que tiene disponibles, y hay veces en
que hay que elegir el mal menor, porque ninguna de ellas nos satisface
plenamente. Ya hemos hablado aquí del boom que tuvieron en su momento los
libros de autoayuda, un fenómeno típico de la posmodernidad, de una sociedad y
de un estilo de vida que se ha ido imponiendo en los últimos años. El mundo de
hoy exige rapidez, información al instante, comunicación inmediata vía
Internet, y confundimos a esto con un avance o una evolución. Es absurdo
renegar de la tecnología, pero también lo es volverse prisionero de ella. Para
los fanáticos de los discos de vinilo, por ejemplo, la aparición del CD en la
década del '90 significó el principio del fin. Y para quienes crecimos después
y adoptamos el CD, los formatos de compresión de audio como el MP3 o un simple pendrive para escuchar música implicaron adaptar nuevos hábitos. Es lo mismo que pasó con el videocassette, el DVD, y ahora Netflix.
Lo que ocurre es que el concepto del ocio también ha cambiado. Tomar mate
en un parque o en una plaza ya no es tenido en cuenta para un grupo de
adolescentes que pasan horas frente a una Playstation. El hábito de comprar un
diario es totalmente ajeno para estos jóvenes, que sólo leen los textos
escolares, en el mejor de los casos. Tampoco les interesa navegar en un diario
online, porque las redes sociales insumen la mayoría de su tiempo. Creo que
muchas cosas están cambiando, y no todos podemos adaptarnos a ese cambio,
porque somos de generaciones diferentes. Si a mí, que soy relativamente joven,
a veces me cuesta, no quiero ni pensar el esfuerzo que le demanda a una persona
de 70 años, por ejemplo. Tener que hacer un reclamo por teléfono es casi una
tortura. Ya no hay una persona detrás de un mostrador, hay un número al cual
llamar para elevar una queja que nunca llega, lo mismo cabe para un reclamo de
EDEN, es un centro de telemarketing y nadie da la cara del otro lado de la
línea. En fin, así estamos. Esta noche de marte ando algo pesimista, parece.
Quizás no es ni más ni menos que un signo de los tiempos que vivimos. Punto
final.