Día horrible en Lobos, nublado, con frío, y lluvia intermitente. Un feriado atípico. Pero inclusive en un día hábil, la mayor franja del horario comercial transcurre con escasa circulación de vehículos. Puedo afirmarlo porque ando en bici en diferentes momentos del día, y el pico suele darse entre las 11 y las 12, y entre las 18 y las 19 hs. Luego, calles desiertas. Estamos a fin de mes, y alguien podrá sorprenderse de lo que digo porque hoy es 21, pero como la guita no alcanza, cuando pasás la primera quincena y terminaste de pagar impuestos y deudas varias, no queda otra que apechugar los diez días restantes. En términos periodísticos, siempre que hay un feriado (y sin los actos protocolares de antaño), hay que sacarle agua a las piedras para conseguir algo digno de ser publicado. De manera que decidí aprovechar el tiempo libre que forzosamente tengo, y que no sea tiempo muerto. Encontré cientos de fotos que tenía guardadas en un DVD, las seleccioné y la pasé a un pendrive. Me puse a escuchar radio, a insistir con la lectura. Terminé un libro del periodista Sergio Lapegüe, nada memorable. En dos o tres horas lo liquidé. Básicamente, habla de la vorágine del trabajo y de su experiencia con el COVID que casi lo hace pasar al otro lado. Por la mañana, tomé un café con un amigo, conversamos largo rato, estuvo interesante. A la tarde llegó mi sobrino Lolo, y jugué un rato con él. Eso sí, cuando se engancha con la "Play", no le da bola a nadie, como todo niño millennial. No vale la pena entrar a reflexionar si nosotros éramos felices con menos cosas, porque en esa época también había chicos que tenían de todo. Sus padres podían comprarle los juguetes que estaban fuera de nuestro alcance. Una tarde nublada y con humedad no se lleva bien con la nostalgia, se los aseguro.
Lo que hago en estos casos, volviendo a mi trabajo, es tratar de publicar noticias de interés público. Y si no las hay, prefiero no poner nada antes de caer en cualquier estupidez intrascendente. Dedico varias horas a visitar los diferentes portales de noticias, y siempre se rescata algo. Pero si es una nota a nivel macro, no le sirve a los lobenses que me leen. Por ende, tampoco me sirve a mí.
No dimensionamos muchas acciones que tenemos incorporadas y forman parte de lo cotidiano. Ese motivo hace que no les demos valor. Y esto sucede con frecuencia. En una
sociedad cada vez más alterada, cada uno busca su refugio. Si no encontramos
algo que nos brinde un poco de paz, vamos a terminar colapsando, porque todo el
tiempo nos estamos maquinando con proyectos y nadie sabe qué sucederá mañana.
No hay certezas en este mundo. Yo estoy en una etapa de
redescubrir aquello que realmente me da placer, porque tus preferencias no son las mismas a los 30 que a los 40. Cuando la
realidad te impone un cambio y no estás preparado, sobreviene el desconcierto.
A veces no nos damos el tiempo necesario para hablar de lo que nos pasa, para
escuchar un consejo, porque vamos a mil, porque sentimos vergüenza, o por lo
que sea. Nos cuesta demasiado expresarnos, sacarnos la careta, y como hay mucha
gente forra, no es fácil encontrar alguien en quien confiar para evitar caer en el chusmerío.
Cuando nos levantamos a la mañana y vamos casi instintivamente al baño, estamos solos, el espejo y yo, y a menudo nos devuelve la imagen de un rostro cansado y somnoliento. Afeitarse suele ser una rutina que me molesta, pero es necesario para mostrar una imagen prolija. Ser desaliñado y ser desprolijo no son la misma cosa. Yo trato de no darle demasiada importancia al aspecto físico, a menos que a mí mismo no me empiece a agradar cómo me veo. De eso se trata este posteo, de sostener una imagen, de mantener una sonrisa, de buscar alguna pequeña boludez que nos haga mejor el día. Conozco gente que dedica varias horas al cuidado de sus mascotas, y se entretiene con eso. Otros aprovechan su tiempo libre para leer, o si están atascados en una autopista buscan alguna canción en el stereo del auto. Imagínense al tipo que pasa horas varado en una fila de autos, esperando encontrarse con su familia, y está rodeados de otros automovilistas que pueden ser psicópatas, delincuentes, acosadores, y todos están encerrados, cada uno en su habitáculo, esperando que la fila de vehículos avance. Es tedioso llegar a casa cansado y encontrarse con problemas, encender la tele y ver constantemente cifras de muertos y nuevos contagios. Son cosas que nos van alienando.
A veces
debo confesar que Lobos me aburre, siento que de tanto conocerlo, no me va a
sorprender ni a maravillar. Pero pese a todo, siento que este es mi lugar, y no sé si la vida me hará buscar otro rumbo. Ojalá podamos dejar de
lado ese entorno que nos contamina, esa gente que te chupa la sangre como los mosquitos, y rodearnos de personas
que nos ayuden a crecer. Hay mucho talento en esta ciudad, y eso sí es algo que
me enorgullece, no por mí que quizás no sea depositario de él, sino por el capital humano que tenemos. Esos lobenses que, sin estridencias, se esfuerzan por superarse y tienen la determinación de trascender cultivando su arte o sus conocimientos. Sin ellos, la vida sería bastante peor. Punto final.
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