Siempre mis
padres me habían advertido que tuviera cuidado con los gitanos, puesto que lo
único que hacían, era procurar sacarte plata. Pensé que se trataba de una
estigmatización, no había tenido el precedente de algo parecido. Hasta que un
día, cuando doblaba en una esquina céntrica, vi a una de ellas, que llevaba varias pulseras multicolores y atuendos verde y rojos, como si se tratara de
una especie exótica que desentonaba con los colores propios de los que
predominan en cualquier calle comercial. Parecía un tucán. No tuve tiempo de reaccionar, irrumpió
hacia mí, me propuso intempestivamente ver las líneas de mi mano derecha, para
leer el futuro. Me negué, le di unos diez o quince pesos (que en aquella época
todavía conservaban algún valor), y con eso la gitana siguió su camino y se dio por satisfecha. No
me preguntó ni me sugirió más nada, tomó el dinero y se fue. Una amiga me había dicho que, si no les das algo de dinero, te echan una maldición. Hasta ese entonces, la única personalidad que abiertamente de autodenominaba "gitano" (quizás con fines artísticos) era Sandro.
Evité transitar
por la misma calle en los días sucesivos, pero esta mujer parecía tener un GPS
en su cabeza. Salí de mi casa una mañana, alcancé a hacer media cuadra, y me disponía a
tomar un taxi a cuando la volví a ver.
- - Otra
vez usted. Por favor, ya le dí lo que pretendía. No me moleste más- le dije, en
una mezcla de queja, ruego y fastidio.
- - Sí,
otra vez yo. Mire, no me gusta que nadie me regale nada. Usted me dio plata
para sacarme de encima, y no es el primero que lo hace. Adiviné su intención,
como adivino casi todo.
- - No
creo en nada de lo que pueda decirme.
- - Si lo piensa
de ese modo, está en su derecho. En fin, voy a leer las líneas de su mano gratis. Tómelo como una
contraprestación.
- - Me
tengo que ir a trabajar, honestamente no tengo tiempo para eso- protesté
- - Son
las 7: 30, usted no entra a trabajar hasta dentro de una hora, pero por alguna
razón siempre acostumbra llegar antes que los demás.
- -¿Cómo
lo sabe?
- -Muy
simple, le reitero: Me dedico a eso.
- - Le
doy 15 minutos para que haga lo que tenga que hacer, no le voy a pagar nada extra,
y ese es el trato. ¿Lo entendió?
- -Sí
perfectamente, porque yo misma se lo propuse antes. Ahora, abra la palma de su
mano derecha.
Como no tenía nada para perder (ni para ganar,excepto tiempo), acepté.
- - Mire,
por lo que puedo ver acá, lleva una vida llena de frustraciones a consecuencia
de un amor que se fue y que aún no ha podido superar. En consecuencia, no haga
caso a esas frases coloquiales, al estilo de “Un clavo saca a otro clavo”. Pese
a ello, Ud. está en pareja con otra mujer, pero no lo hace feliz, y ambos lo
saben.
- - Creo
que ella no.
- - Sí,
lo sabe. Y muy bien. Sigue con usted sólo porque le conviene, y porque a ella le
ilusiona la posibilidad de tener hijos, algo que nunca sucederá.
No pude pronunciar palabra. La gitana prosiguió:
- - Básicamente, hay algunos antidepresivos que usted toma que le impiden, digamos… tener la potencia
sexual necesaria para consumar el
acto en toda su plenitud. Pero no se preocupe, sé que los hombres son muy sensibles ante eso, por
lo cual es lo único que diré a menos que usted quiera seguir preguntando sobre
el tema.
- - Realmente no hay mucho que agregar, supongo
que mi primera mujer se también se habrá sentido frustrada.
- - Claramente,
sobre todo cuando ella misma le sugirió que hicieran un tratamiento in vitro,
algo que usted rechazó. En aquellas ocasiones Usted mantenía aún su virilidad, pero ella no conseguía quedar embarazada. Para ese entonces, Usted ya había perdido interés en tener hijos, vale decir, mucho antes de lo que parece, porque priorizó su carrera profesional. Pero, para serle franca, su actual pareja, es
decir, Mónica, está aburrida y hastiada de la relación que hasta ahora
mantienen, y no sólo por el sexo o por los hijos. Por supuesto, nunca se lo
dirá, a menos de que discutan con una violencia verbal tal que la obligue a
ella a sacar un as de la manga, o el veneno que tiene dentro, y ello la haga incurrir en golpes bajas, como es tomar como argumento un hecho doloroso o vergonzante para su persona. Eso
va a ocurrir, inevitablemente, pero no en el corto plazo. Le quedan uno o dos
años antes de que todo explote por el aire. Perdone por la digresión, ya
llevamos 15 minutos aquí, en la vereda, a media cuadra de su casa. ¿Alguna
pregunta más?
- - ¿Cuándo
voy a morir?
- - No
respondo ese tipo de preguntas, porque darían lugar a situaciones que lo van a sumir
en una depresión o en una profunda angustia. Me lo consultan muy a menudo, y
sólo acepto cuando hay una enfermedad avanzada y el final es inminente. Bueno,
creo que he compensado los 15 pesos que me dio. Y no se preocupe, los gitanos
no somos tan
peligrosos para la sociedad como usted cree. Le dejo mi tarjeta.
Guardé en el bolsillo ese trozo minúsculo de cartulina, y me di cuenta de
que, durante ese lapso, habían pasado infinidad de taxis y remises sin pasajeros a los que bien podría
haber recurrido para que me liberaran de ese pesado trámite de dedicar mi atención a la gitana y desandar el
camino hacia el laburo.
Finalmente, llegué a la oficina. La rutina transcurrió como cualquier otro
día, dentro de los parámetros normales. Eso me dio tiempo para revisar la tarjeta
que la supuesta gitana de otorgó. La sorpresa fue mayúscula. “Alicia Brítez,
psisóloga egresada de la UBA especialista en terapia Cognitivo-Conductal. M.N
número XXX, ídem M.P.". No había dirección alguna respecto al consultorio
particular, sólo un número telefónico.
Lo que sí puedo afirmar, a modo de
conclusión, es que aquellos comentarios peyorativos que escuché de Alicia por
parte de gente que no tenía otra cosa mejor que hacer, sentí que no cobraban mayor
asidero. A “prima facie”, resultaban verosímiles. Entendí que ese grupo que hasta el día de hoy es perseguido, tiene una gravitación significativa, en su mayoría en países como Hungría, Bélgica y otros limítrofes, y se expandió con rapidez hacia el resto de Europa y América. Lo concreto es que esa mujer me dio indicios de que sabía demasiado de mí bajo su condición de vidente como para emprender seriamente una hipotética terapia en la cual, al igual de las otras, es el propio paciente quien debe dar a conocer al profesional los motivos de su visita para iniciar el tratamiento.
Mientras todavía no salía de mí asombro, no pude evitar pensar que algunos habían logrado lo que tantas veces la limitada mentalidad argenta no logra resolver desde su intrínseca mediocridad: "No meter a todos en la misma bolsa". Una bolsa repleta de rituales y costumbres que preferíamos relegar, sin motivos valederos,y conservar en el "freezer" de la ignorancia. Hasta que ocurren hechos como el que acabo de exponer que, quizás, serían más dignos de la literatura fantástica.