Primeras horas del 31 de diciembre. Es inminente el final de 2023, del mismo modo que lo es el comienzo de 2024. Permítanme una digresión: Qué lejos estamos de todas las expectativas que existían en torno al año 2000, ¿lo recuerdan? Creo que esto ya lo he contado antes, pero cuando era chico me preguntaba cómo sería el nuevo milenio, qué edad iba a tener yo en aquel momento, y por supuesto, tratándose de lo que imaginábamos como una instancia bisagra, no faltaban las teorías conspirativas. Siempre los caprichos de la numerología o los recovecos de la pseudociencia son terreno propicio para presagiar un cataclismo. Transcurrieron más de dos décadas: Si hacemos memoria, Internet empezaba paulatinamente a aparecer en los hogares, pero el colapso de 2001 trajo consigo que perdiéramos la brújula forzosamente. Nadie tenía un mango, el país estaba en ruinas y todo lo que era considerado prescindible era postergado. Era la decisión más atinada, desde luego.
Tranquilos: Sé que no es la mejor ocasión como para hablar del contexto socioeconómico, ni de las consecuencias que las decisiones políticas traerán aparejadas en nuestra vida cotidiana. No tardaremos en percibirlas, de modo que -a los efectos de esta nota- prefiero dejarlo así.
No recuerdo exactamente cómo fue el 30 y 31 de diciembre de 2022, debo decirlo. Quizás haya sido un día común y corriente. Mientras pueda conservar buena salud, trato de no quejarme en demasía, porque aprendí a considerarla como el bien más preciado. Vos ves a Bruce Willis o a Michael Fox, por citar dos actores consagrados y que han ganado millones de dólares, que padecen enfermedades degenerativas y no han encontrado un tratamiento que detenga ese deterioro. La vida es azarosa. De un día para otro, aquello que habías planificado o que dabas por sentado queda reducido a una mera ilusión. El futuro, obviamente que sí. Es un salto al vacío que todos aceptamos como parte de las reglas del juego.
Asimismo, hay
experiencias que te marcan: A la mayoría nos ha tocado el shock de ver a un amigo
caminando por la calle como si nada o haber compartido una charla de café, y al
día siguiente tener la mala noticia de que partió de este mundo. Reitero: Es un
mazazo, un shock terrible, básicamente porque cuando sabés que alguien está
enfermo, te vas preparando mentalmente para lo que es irremediable. En cambio,
cuando no hay nada que haga prever ese desenlace y damos por hecho que esos
seres queridos nos acompañarán por unos años más, te chocás contra una pared.
No sé por qué me sale escribir esto, realmente debe ser un bajón si alguien lo
está leyendo.
Es cierto, sí,
que al presenciar situaciones extremas nos interpelamos, nos preguntamos “de
qué me quejo”, y eso nos hace un poco de ruido. Si renegás porque no tenés
plata para los cigarrillos y cerca tuyo vive una familia en una casilla de
chapa que apenas logra sobrevivir con changas, sería una afrenta al sentido
común que esos contrastes no motoricen en vos un proceso interior ligado a la reflexión.
Pero yo descubrí
que esa suerte de consuelo y/o compensación, o bien de acomodar las fichas ante
la disparidad del otro o de sus condiciones de vida, no dura
mucho. Te podés quedar pensando en eso uno o dos días, y después casi sin darte
cuenta te vas a seguir quejando sobre lo que te afecta puntualmente a vos. Vale
decir que aunque uno intente ponerse en el lugar de aquel que está atravesando
una posición de “desventaja” en términos comparativos, nos es imposible
naturalizar y asimilar determinadas experiencias que se nos antojan lejanas a
nuestra realidad. Precisamente, por este motivo: No dejamos de considerarlas
desgracias ajenas.
Por otra parte,
debemos comprender que hay que ponerle un límite al enrosque, de lo contrario
te volvés un tipo insoportable. Lo he vivido en carne propia, ya que pensé que
era el único que rompía las bolas por hechos irrelevantes o carentes de
gravedad, hasta que un par de veces me encontré con gente que me superaba en
ese sentido. En cierta manera, era como verse en un espejo roto. Eso me hizo ir
entendiendo que si sos excesivamente demandante con tus reclamos –aunque los
consideres justos-, no vas a conseguir nada, excepto que el resto salga
corriendo ni bien te ve. Y otra cosa más: Nos gusta engañarnos declamando que
somos un pueblo solidario (me refiero al pueblo argentino), y en rigor de
verdad continúa primando el individualismo. No estoy seguro de si llegará el
tiempo en que esa indiferencia se tornará en una actitud más comprometida.
Existen personas que despiertan amores y odios por igual, pero que no son
indiferentes para la mayoría. A su vez, están lo que desean hacerse notar a
cualquier precio y ni siquiera así logran que los demás se percaten de ellos.
Si podemos frenar
el carro, desensillar hasta que aclare, y no dejarnos llevar por un horizonte
que -a priori- parece ser bastante sombrío, no lo haremos por el
bien de nadie, sino por nosotros mismos, lo cual no es un esfuerzo menor. Vale
intentarlo, debemos convencernos de ello, lo demás vendrá por añadidura. Nos estaremos viendo el año próximo.
Punto final.
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