21 de noviembre de 2020

Lo que el viento nunca se llevó

La ciudad, paulatinamente, va recuperando la normalidad que supo tener. Ya es tiempo de que así suceda, sobre todo si tenemos en cuenta que la curva de contagios va decreciendo y que existe la posibilidad cierta de la vacuna. Respecto a esto último hay que ser cautelosos, porque se habla de diciembre como el mes en el cual estaría disponible, pero no hay  nada que haga pensar que podrá llegar en tan corto plazo. Ni siquiera en los países desarrollados. Por supuesto que detrás de esto hay un gran negocio de los laboratorios, y podemos suponer que el antídoto estaba listo desde hace varios meses pese a lo cual no había noticias al respecto. Pero esto forma parte de las teorías conspirativas que circularon profusamente durante el último tiempo. 

La verdad es que todos hemos tenido que adaptarnos, algunos en mayor medida que otros, y ese proceso no resultó grato para nadie. No había mucho que se pudiera hacer, más que adecuarse a una realidad que dejó de sernos ajena para formar parte de nuestras vidas. Hoy por la tarde salí a caminar un rato, y Lobos parecía una ciudad "de juguete": los comercios y edificios lucían diminutos ante la falta de clientes, porque la plata no alcanza, y la mayoría de nosotros priorizamos lo esencial. Si un par de zapatillas "de marca" sale 10.000 pesos, qué pensar para el resto de las prendas de vestir. En lo personal, la marca es lo que menos me desvela, siempre he comprado los jeans o pantalones más baratos, por citar un ejemplo. Pero estamos a 40 días de fin de año. De más está decir que ese lapso se pasará volando, creo que ya no hay margen posible para que vuelvan las clases en 2020, y tampoco habrá muchos padres que acepten llevar a sus hijos a las escuelas. 

En la Argentina siglo XXI, da la impresión de que vivimos en la ley de la selva. Cada uno hace la suya, y si te pueden pisar la cabeza para obtener una ventaja o lograr sacarte del medio, lo harán sin miramientos. Podemos creer que la desidia de los políticos y funcionarios ha contribuido a que la sociedad civil pierda toda confianza en los valores. Pero sería un análisis parcial si no entendemos que seguimos siendo masoquistas:  pareciera que nos gusta que nos mientan, que nos engañen, que nos caguen, porque esta gente que está en el poder llegó a ese lugar por medio del voto popular. No se trata de hacer leña del árbol caído, porque llegará el día en que la situación se normalizará. Pero pensemos cuántas veces no nos importa nada del prójimo, en las situaciones más simples y cotidianas. No hace falta que ocurra una pandemia para empezar a ser un poco más solidarios. Basta con pequeños gestos, con ceder el paso a un anciano si vamos en el auto aunque estemos muy apurados por llegar a casa, por ejemplo. 

La gente tiende a conmoverse cuando ocurren hechos como los que estamos viviendo, pero tan pronto como pierden espacio en los medios de comunicación, se olvida y todo vuelve a como era antes: la falta de educación, el maltrato, la agresión verbal, el escaso apego a las reglas de convivencia. Si fuéramos tan solidarios como decimos ser, no arrojaríamos bolsas de basura en las bocas de tormenta, por citar un caso. Los baños públicos estarían limpios, no habría actos de vandalismo, no destruiríamos monumentos, ni los adolescentes ensuciarían las paredes con aerosol. Por eso, insisto en esto: a nadie le importa. Nos rasgamos las vestiduras sólo cuando alguien nos toca el culo a nosotros. Si le sucede al vecino, será un problema suyo. Pero si esto sirve para que la gente que dona alimentos se sienta más "buena" y reconfortada en el espíritu, con esa estrechez de sentido común y esa miopía de pensamiento, entonces le damos para adelante. Y es cuando aparecen los 0-800, los números para "ayudar", para sentirnos reconfortados porque supuestamente hicimos algo que nos deja la conciencia tranquila de que no somos tan mezquinos y que somos personas sensibles ante la tragedia. Ojalá que cuando vuelva la calma y todos los que tienen laburo puedan volver a sus empleos en forma presencial, perdure en nosotros algo de ese espíritu de súbita solidaridad. Punto final.


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