La mañana se
presentó tranquila, sin mayores sobresaltos. Me levanté temprano para hacer las
cobranzas de los avisos publicitarios y estimo que esta tarea la finalizaré
mañana. Cuando les haya cobrado a todos los clientes, será momento de ver
cuánta plata recaudé a fin de ir regulando en lo que resta del mes. Me levanté
sin haber podido dormir casi nada, e indudablemente es algo que me pone de
malhumor, sumado a que tengo que comenzar la jornada con un notorio cansancio.
No me quedó otra solución que dormir una breve siesta, que por suerte me hizo
muy bien porque venía con los cables pelados, un efecto arrastre de los últimos
días. De a poco voy dándole volumen a la producción periodística, lo cual no es
un dato menor porque mi intención ha sido (dentro de lo posible) publicar
noticias que no estén en otros medios. Si todos publicamos lo mismo, el lector
no encontrará ninguna novedad, y le será indistinto consultar un portal de
noticias u otro.
Por supuesto,
cada periodista tiene su estilo propio para redactar, su impronta, y ese factor
también hace la diferencia. Yo cambié el enfoque que tenía hace 10 o 20 años.
Me refiero a que antes redactaba notas muy largas, y si bien no consideraba que
estuviera mal, hay algunas a las que se les pueden suprimir varios párrafos sin
desvirtuar su contenido. Cuando cubrís un acto protocolar, por ejemplo, y
transcribís lo que viste desde la primera a la última coma, a los discursos no
los lee nadie. Lo que sí se puede hacer es incluir alguna frase destacada o que
dé lugar para la polémica. Desgrabar discursos de más de 15 minutos debe ser lo
más tedioso dentro de esta profesión. A veces salen mejor si son improvisados,
eso varía según el oficio del orador, porque son más espontáneos. En caso de ser
leídos, lo que pasa es que cuesta hacer las pausas correctas, no enredarse con
alguna palabra difícil de pronunciar. Yo no recuerdo haber pronunciado un
discurso en tiempos recientes, pero si lo hiciera seguramente también me
sucedería lo mismo. Cuando se entregan medallas o distinciones, todo el acto en
sí mismo se vuelve más extenso. Lo mismo cabe si se trata de reconocimientos
que una institución desea hacer a particulares. Y ni hablar de los
descubrimientos de placas, que generalmente son un homenaje a personas que ya
han fallecido o a socios vitalicios.
Para ese tipo de
notas (aniversarios o inauguraciones) es necesario ser conciso pero a su vez no
omitir ningún dato sensible. La crónica no puede quedar incompleta, y una forma
de salvar esa cuestión es hacer una mención breve de todo lo acontecido, sin
profundizar. Hay gente que cuando tiene que hacer una alocución no toma
conciencia de que la atención del auditorio se dispersa si todo se vuelve
excesivamente largo. O incluso más: Tedioso. Pero también hay que comprender
que redactar un discurso no es tan sencillo como se cree si uno no quiere dejar
a nadie afuera. Cuando hay que mencionar a quienes contribuyeron al desarrollo
de una determinada de un club, una escuela, o lo que sea, una omisión
involuntaria puede caer pésimo, porque los familiares de esa persona se
sentirán dolidos de que no haya sido tenida en cuenta.
Pero a veces,
sucede a la inversa: Hay actos protocolares tan breves y con tan poco
entusiasmo que dejan la sensación de que sólo se hicieron para cumplir con una
fecha patria, para sacarse el compromiso de encima. Acá en Lobos, los actos más
recientes por el Día de la Memoria dieron vergüenza ajena. A nadie le importó
hacer una reseña de lo que se estaba conmemorando, o enumerar las dolorosas
consecuencias que trajo la dictadura. Como dije antes, era evidente que esos
actos se realizaron para “cumplir” con la efeméride, pero sin ningún apego al
sentido real de esa efeméride. Desde que asumió esta gestión municipal, se le
ha dado muy poco interés al Día de la Memoria. Y aquí es necesario hacer una
salvedad: Los funcionarios de turno podrán no estar de acuerdo con lo que se
está conmemorando, pero es un feriado, y como tal, corresponde dejar de lado
posturas personales.
Este año, más
allá de las fiestas populares como las del locro, del alfajor, de la empanada,
del asado, y alguna otra que me esté olvidando, no se ha puesto el menor empeño
en realzar los actos patrios. Y si esa actitud mezquina y caprichosa se
profundiza, están contribuyendo a desdibujar el sentido para el cual esas
fechas fueron concebidas. Todos los países honran a sus próceres y a sus
mártires, a los que forjaron la historia, a las víctimas del terrorismo, a los
que protagonizaron gestas heroicas. Si esto continúa así, el ejemplo y el
legado que le estamos dando a las nuevas generaciones es pésimo, porque cuando
sean adultos, tendrán el recuerdo de actos insulsos, sin alma, sin la menor
vocación por perpetuar a lo que hicieron grande a la Argentina. También es
cierto que los próceres estuvieron durante mucho tiempo bajo una pátina de
bronce, y no era frecuente hacer alusión a sus debilidades que los enaltecían
aún más. Pero, por otra parte, no me cabe duda de que en el siglo XXI surgirán
nuevas figuras que construyan la identidad del país y que –al cabo de un
tiempo- sean homenajeadas por su aporte a la construcción ciudadana. Nos
estamos viendo pronto. Punto final.
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