3 de diciembre de 2024

¿Quiénes son los próceres del siglo XXI?

 

La mañana se presentó tranquila, sin mayores sobresaltos. Me levanté temprano para hacer las cobranzas de los avisos publicitarios y estimo que esta tarea la finalizaré mañana. Cuando les haya cobrado a todos los clientes, será momento de ver cuánta plata recaudé a fin de ir regulando en lo que resta del mes. Me levanté sin haber podido dormir casi nada, e indudablemente es algo que me pone de malhumor, sumado a que tengo que comenzar la jornada con un notorio cansancio. No me quedó otra solución que dormir una breve siesta, que por suerte me hizo muy bien porque venía con los cables pelados, un efecto arrastre de los últimos días. De a poco voy dándole volumen a la producción periodística, lo cual no es un dato menor porque mi intención ha sido (dentro de lo posible) publicar noticias que no estén en otros medios. Si todos publicamos lo mismo, el lector no encontrará ninguna novedad, y le será indistinto consultar un portal de noticias u otro.

 

Por supuesto, cada periodista tiene su estilo propio para redactar, su impronta, y ese factor también hace la diferencia. Yo cambié el enfoque que tenía hace 10 o 20 años. Me refiero a que antes redactaba notas muy largas, y si bien no consideraba que estuviera mal, hay algunas a las que se les pueden suprimir varios párrafos sin desvirtuar su contenido. Cuando cubrís un acto protocolar, por ejemplo, y transcribís lo que viste desde la primera a la última coma, a los discursos no los lee nadie. Lo que sí se puede hacer es incluir alguna frase destacada o que dé lugar para la polémica. Desgrabar discursos de más de 15 minutos debe ser lo más tedioso dentro de esta profesión. A veces salen mejor si son improvisados, eso varía según el oficio del orador, porque son más espontáneos. En caso de ser leídos, lo que pasa es que cuesta hacer las pausas correctas, no enredarse con alguna palabra difícil de pronunciar. Yo no recuerdo haber pronunciado un discurso en tiempos recientes, pero si lo hiciera seguramente también me sucedería lo mismo. Cuando se entregan medallas o distinciones, todo el acto en sí mismo se vuelve más extenso. Lo mismo cabe si se trata de reconocimientos que una institución desea hacer a particulares. Y ni hablar de los descubrimientos de placas, que generalmente son un homenaje a personas que ya han fallecido o a socios vitalicios.

 

Para ese tipo de notas (aniversarios o inauguraciones) es necesario ser conciso pero a su vez no omitir ningún dato sensible. La crónica no puede quedar incompleta, y una forma de salvar esa cuestión es hacer una mención breve de todo lo acontecido, sin profundizar. Hay gente que cuando tiene que hacer una alocución no toma conciencia de que la atención del auditorio se dispersa si todo se vuelve excesivamente largo. O incluso más: Tedioso. Pero también hay que comprender que redactar un discurso no es tan sencillo como se cree si uno no quiere dejar a nadie afuera. Cuando hay que mencionar a quienes contribuyeron al desarrollo de una determinada de un club, una escuela, o lo que sea, una omisión involuntaria puede caer pésimo, porque los familiares de esa persona se sentirán dolidos de que no haya sido tenida en cuenta.

 

Pero a veces, sucede a la inversa: Hay actos protocolares tan breves y con tan poco entusiasmo que dejan la sensación de que sólo se hicieron para cumplir con una fecha patria, para sacarse el compromiso de encima. Acá en Lobos, los actos más recientes por el Día de la Memoria dieron vergüenza ajena. A nadie le importó hacer una reseña de lo que se estaba conmemorando, o enumerar las dolorosas consecuencias que trajo la dictadura. Como dije antes, era evidente que esos actos se realizaron para “cumplir” con la efeméride, pero sin ningún apego al sentido real de esa efeméride. Desde que asumió esta gestión municipal, se le ha dado muy poco interés al Día de la Memoria. Y aquí es necesario hacer una salvedad: Los funcionarios de turno podrán no estar de acuerdo con lo que se está conmemorando, pero es un feriado, y como tal, corresponde dejar de lado posturas personales.

 

Este año, más allá de las fiestas populares como las del locro, del alfajor, de la empanada, del asado, y alguna otra que me esté olvidando, no se ha puesto el menor empeño en realzar los actos patrios. Y si esa actitud mezquina y caprichosa se profundiza, están contribuyendo a desdibujar el sentido para el cual esas fechas fueron concebidas. Todos los países honran a sus próceres y a sus mártires, a los que forjaron la historia, a las víctimas del terrorismo, a los que protagonizaron gestas heroicas. Si esto continúa así, el ejemplo y el legado que le estamos dando a las nuevas generaciones es pésimo, porque cuando sean adultos, tendrán el recuerdo de actos insulsos, sin alma, sin la menor vocación por perpetuar a lo que hicieron grande a la Argentina. También es cierto que los próceres estuvieron durante mucho tiempo bajo una pátina de bronce, y no era frecuente hacer alusión a sus debilidades que los enaltecían aún más. Pero, por otra parte, no me cabe duda de que en el siglo XXI surgirán nuevas figuras que construyan la identidad del país y que –al cabo de un tiempo- sean homenajeadas por su aporte a la construcción ciudadana. Nos estamos viendo pronto. Punto final.

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