Es tan válido el tesón del chico que carga bolsas de cemento o de harina a un camión, como el de quien está metido 12 horas en una oficina con el jefe respirándole la nuca. En mi profesión, enriquecerse no es la norma, es la excepción. Se enriquecen los que están cerca del poder político de turno y bajan línea todo el día para los medios en los que trabajan. Yo siempre tuve una mirada "macro" de las cosas, no me gusta quedarme en el chiquitaje. Si algo está bien hecho, no me importa quién lo hizo ni de qué partido es. Pero cuando las cosas salen mal, parece ser que caen todos en la volteada. El éxito es "de todos"; de los compinches y amigotes del club o del bar; en cambio el fracaso o la derrota son huérfanas. En la política es así, si sos candidato y perdiste, perdiste vos, no todos los que te votaron o los que te acompañaban en la lista.
Hay mucho de vanidad en esto de los "méritos", porque uno quizás considera que lo que hizo no ha sido suficiente, o que personas poco preparadas para informar gozan de mayores beneficios. Lo que yo hice por mí, ya está hecho, no vale la pena plantearme si obtuve un reconocimiento o lo que sea que buscaba. Y mientras tenga voluntad, continuaré dando lo mejor que pueda como el primer día. Nunca va a ser suficiente lo que hagas, porque tu vida o la mía puede cambiar en un instante y vas a tener que enfrentarse a situaciones que jamás imaginaste. Y tomar decisiones rápidas, sobre la marcha, es algo que todos hemos debido resolver. Porque el tiempo no para, el tiempo no espera. Simplemente transcurre como arena entre los dedos.
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