Por alguna
extraña razón, no he podido compartir en Facebook mi últimos posteos. Y es
raro, considerando que no infrinjo las normas comunitarias, que no se trata de
spam ni nada parecido. Será un algoritmo que anda dando vueltas por ahí.
Mientras tanto, sigo escribiendo.
El último libro
de Paul Auster tiene el inconveniente de que la traducción es mala. Parece como
si el encargado de tal tarea estuviese traduciendo El Quijote, no sé. Es muy
rebuscada, con modismos muy antiguos. Ello hace que la lectura se vuelva
farragosa para una obra extensa, que supera las 800 páginas. Estoy hablando de
“4321”, que en rigor es el anteúltimo libro antes de su muerte (fue escrito en
2017), pero sí el último que puede conseguirse en el mercado editorial
vernáculo. Es una novela ambiciosa y desmesurada por su extensión, el propio
escritor se impuso un trabajo metódico todos los días para poder terminarla.
Habría que revisar el texto en su idioma original para determinar si no se
podría haber hecho justicia con una traducción mejor.
Estoy intentando
recuperar mi ritmo habitual, y para lograrlo me establezco rutinas. No me
sobrecargo con información irrelevante, que no me sirve ni siquiera con una
finalidad de distensión.
Estaba viendo por
televisión el testimonio de un muchacho, camarógrafo de Telefe, a quien
detuvieron y metieron preso por error, luego de aquella caliente refriega en
las adyacencias del Congreso, con todo tipo de disturbios. Como les decía, este
joven, que debe tener más o menos mi edad, no tenía nada que ver con los
agitadores o activistas. Estaba haciendo su trabajo, no arrojó ni una sola
piedra. Lo llevaron a declarar, le denegaron la excarcelación y estuvo en la
cárcel de Marcos Paz en un pabellón común, junto a los peores criminales. Y
todavía hay cinco personas en su misma situación que siguen presas. Es
inadmisible que pase esto. ¿La Policía no es capaz de identificar a los que
alteran el orden público o agarran gente al voleo?
Yo le haría juicio al Estado por haberme privado de mi libertad arbitrariamente, aunque se sabe que esa clase de juicios tienen muchas dilaciones y son difíciles de ganar. Lisa y llanamente, a este chico y a muchos más que ni siquiera conocemos el nombre, los acusaron de terroristas. ¿Cuántos infiltrados habrá habido que destrozaron todo con la complicidad de los servicios de inteligencia? Varios, sin duda. Uno vio por televisión escenas de vehículos incendiados, vidrieras vandalizadas, un caos absoluto. Cabe la posibilidad de que ese berretín anárquico haya sido orquestado deliberadamente por personas que no eran manifestantes. Muchos de ellos tenían el rostro tapado para no ser identificados, pero también para protegerse del humo y de los gases lacrimógenos.
Haber quedado en el medio de ese quilombo sin comerla ni beberla
no debe ser nada grato. Por eso, como mencionaba en otra nota, uno se permite
dudar de lo que ve. Un tipo con varias protestas encima es fácilmente
identificable porque ya se puede escanear las facciones del sujeto, o conocer
la agrupación a la cual pertenece. Tiene un prontuario, digamos, aunque no sea
la palabra más precisa. Y así fue cómo cayeron en la volteada muchos ciudadanos
que estaban en el lugar de los hechos pero sin perpetrar delito alguno.
Rara vez comento
algo que veo por TV, pero me llamó la atención, y lo que dijo el camarógrafo me
pareció creíble. No dio la impresión de estar fingiendo nada, ni tenía sentido
que lo hiciera. Los resortes del Estado están actuando en función al antojo
transitorio del gobierno de turno. Es así de simple. Por ese motivo, entre
tantos, es menester refundar la resistencia, pero a la usanza de lo que fue en
su momento la resistencia peronista recurriendo a la lucha armada. Hay que
resistir en el campo de las ideas. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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