19 de junio de 2024

Compartiendo ideas que nos hagan pensar

Por alguna extraña razón, no he podido compartir en Facebook mi últimos posteos. Y es raro, considerando que no infrinjo las normas comunitarias, que no se trata de spam ni nada parecido. Será un algoritmo que anda dando vueltas por ahí. Mientras tanto, sigo escribiendo.

El último libro de Paul Auster tiene el inconveniente de que la traducción es mala. Parece como si el encargado de tal tarea estuviese traduciendo El Quijote, no sé. Es muy rebuscada, con modismos muy antiguos. Ello hace que la lectura se vuelva farragosa para una obra extensa, que supera las 800 páginas. Estoy hablando de “4321”, que en rigor es el anteúltimo libro antes de su muerte (fue escrito en 2017), pero sí el último que puede conseguirse en el mercado editorial vernáculo. Es una novela ambiciosa y desmesurada por su extensión, el propio escritor se impuso un trabajo metódico todos los días para poder terminarla. Habría que revisar el texto en su idioma original para determinar si no se podría haber hecho justicia con una traducción mejor.

Estoy intentando recuperar mi ritmo habitual, y para lograrlo me establezco rutinas. No me sobrecargo con información irrelevante, que no me sirve ni siquiera con una finalidad de distensión.

Estaba viendo por televisión el testimonio de un muchacho, camarógrafo de Telefe, a quien detuvieron y metieron preso por error, luego de aquella caliente refriega en las adyacencias del Congreso, con todo tipo de disturbios. Como les decía, este joven, que debe tener más o menos mi edad, no tenía nada que ver con los agitadores o activistas. Estaba haciendo su trabajo, no arrojó ni una sola piedra. Lo llevaron a declarar, le denegaron la excarcelación y estuvo en la cárcel de Marcos Paz en un pabellón común, junto a los peores criminales. Y todavía hay cinco personas en su misma situación que siguen presas. Es inadmisible que pase esto. ¿La Policía no es capaz de identificar a los que alteran el orden público o agarran gente al voleo?

Yo le haría juicio al Estado por haberme privado de mi libertad arbitrariamente, aunque se sabe que esa clase de juicios tienen muchas dilaciones y son difíciles de ganar. Lisa y llanamente, a este chico y a muchos más que ni siquiera conocemos el nombre, los acusaron de terroristas. ¿Cuántos infiltrados habrá habido que destrozaron todo con la complicidad de los servicios de inteligencia? Varios, sin duda. Uno vio por televisión escenas de vehículos incendiados, vidrieras vandalizadas, un caos absoluto. Cabe la posibilidad de que ese berretín anárquico haya sido orquestado deliberadamente por personas que no eran manifestantes. Muchos de ellos tenían el rostro tapado para no ser identificados, pero también para protegerse del humo y de los gases lacrimógenos. 

Haber quedado en el medio de ese quilombo sin comerla ni beberla no debe ser nada grato. Por eso, como mencionaba en otra nota, uno se permite dudar de lo que ve. Un tipo con varias protestas encima es fácilmente identificable porque ya se puede escanear las facciones del sujeto, o conocer la agrupación a la cual pertenece. Tiene un prontuario, digamos, aunque no sea la palabra más precisa. Y así fue cómo cayeron en la volteada muchos ciudadanos que estaban en el lugar de los hechos pero sin perpetrar delito alguno.

Rara vez comento algo que veo por TV, pero me llamó la atención, y lo que dijo el camarógrafo me pareció creíble. No dio la impresión de estar fingiendo nada, ni tenía sentido que lo hiciera. Los resortes del Estado están actuando en función al antojo transitorio del gobierno de turno. Es así de simple. Por ese motivo, entre tantos, es menester refundar la resistencia, pero a la usanza de lo que fue en su momento la resistencia peronista recurriendo a la lucha armada. Hay que resistir en el campo de las ideas. Nos estamos viendo pronto. Punto final. 


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