Lo acontecido nos debe servir de lección a todos los lobenses, cada uno con la responsabilidad que le toque. No podemos relajarnos y bajar la guardia, pese a que esto nos llena de impotencia a quienes tenemos conciencia ciudadana. Si la paciente evoluciona bien como se informó hasta ahora, lo que debe hacerse es reforzar los controles y que los permisos de circulación que se otorgan sean más estrictos. Nadie puede salir con cualquier pretexto.
Pero mi intención es dar vuelta de página, ya que el tratamiento que se le dio al tema me agotó, del mismo modo que -creo yo- a muchos de los colegas que hace años nos dedicamos a esto. Si estábamos bregando para que se nos concedan nuevas libertades, como hacer actividad física de forma individual, sería una pena ver revocadas esas posibles excepciones. A nadie le es grata la realidad que estamos viviendo, y que atraviesa varios ejes, desde el sanitario, seguridad en la vía pública, hasta la economía y el empleo. Por dar un ejemplo doméstico, el mes que viene es mi cumpleaños y sé que será distinto a los anteriores, porque no podré celebrarlo como solía hacerlo. Es un mero ejemplo, ya que no me preocupa demasiado: ya habrá oportunidad para invitar a los amigos y hacer un asado.
Casi sin darnos cuenta, estamos cerca de desandar la segunda mitad del año, aunque en realidad tampoco hay que darle mayor importancia a este último tramo de 2020. Al fin y al cabo, lo que no hemos hecho en los meses restantes, difícilmente lo podamos materializar de apuro en este "segundo capítulo". Sepan disculpar el pesimismo, pero no conviene ilusionarse en vano.
Mayo se está yendo sin pena ni gloria, y
uno se pregunta qué ha pasado durante todo este tiempo, qué cambio sustancial se ha
producido en su vida, qué logro importante ha sido alcanzado. La respuesta no suele
ser muy alentadora, por cierto. Quizá me motiva redactar estas líneas la
obsesión por el paso del tiempo, por el correr de las agujas del reloj, las
hojas del calendario, y las metas incumplidas, las promesas rotas, y el tiempo
que no nos da tregua y sigue avanzando implacable.
Hoy realmente tuve ganas de exponer estos pensamientos en un
post, aunque el lector atento podrá hallar semblanzas similares en textos
anteriores. Uno procura no repetirse, ser original, pero no somos más que el reflejo de lo que otros han creado hace siglos.
¿Pero qué se supone que deba hacer, encerrarme en una
burbuja de cristal? La naturaleza de mi profesión me obliga a estar en
permanente contacto con lo que pasa, aunque sabemos que tiene acceso a la realidad
considerada como un todo, sino a aquello que nos es permitido ver, husmear,
investigar. Pienso que cuando uno tiene cierta edad resulta un tanto ingenuo
renegar por la injusticia de la sociedad, por la hipocresía de la gente, por la
mentira que todos ven y nadie se hace cargo de denunciar. Y eso ocurre porque
te vas dando cuenta, con resignación, que las cosas van a seguir así, que no
está en tus manos cambiar absolutamente nada ni siquiera con un voto, porque
los mismos que vos no votaste volverán en una versión reciclada dos años
después, en un entramado de alianzas y frentes electorales que no existen en
ningún país desarrollado. Cada dos años asistimos a esta pantomima. No es ni más ni menos, que los vicios de una democracia imperfecta. Pero democracia al fin.
Sea como fuere, todos necesitamos un poco de distensión, razón por la cual trataré de mantenerme a prudente distancia de toda esta oleada tóxica de noticias
nefastas que nos van envenenando de a poco. Que levanten el pie del acelerador
y nos den un respiro, al menos por unos días. Punto final.