El fin de semana siempre nos otorga más tiempo para reflexionar sobre lo que somos, y lo que nos pasa. Me parece frustrante ver cómo se trata de encasillar a las
personas según su modo de pensar. O, mejor, dicho según lo que los demás
suponen que piensan. No todo se reduce a posturas o pronunciamientos políticos.
Hay una actitud ante la vida que nos hace tener que tomar partido a cada
momento.
Esto pasa, sobre todo, en un país donde la izquierda y la
derecha han tramado acuerdos a través de su dirigencia para quitarle todo valor
a las ideas. El falso progresismo, alentado por un grupo considerable de
intelectuales, es una muestra más del retroceso. En lugar de buscar una
cohesión, un acuerdo sobre cuestiones básicas e ineludibles, se recurre a una
visión épica de la historia reciente, como si este gobierno viviera librando
una batalla permanente contra monopolios y oligarcas. Los K solían repetir como
un mantra: "Clarín es el enemigo, Clarín miente, Magnetto es un HDP, son
corporaciones mediáticas", etc. La realidad es que fueron bastante torpes,
porque el diario siguió haciendo su negocio y en aquel momento captó otra
franja de lectores, que eran aquellos que se consideraban antikirchneristas.
No hay nada más contraproducente que buscar respuestas en
lugares equivocados, o con gente que no comprende lo que te está pasando. Esto
puede suceder por miopía intelectual, o porque no son capaces de ponerse en el
pellejo ajeno.
No es casualidad que tanta gente esté cautiva de las sectas
o grupos fundamentalistas, o que hace años que malgastan su dinero con malos
profesionales de la salud mental. La terapia en sí misma constituye una
excelente alternativa para salir adelante de un momento difícil, pero cuando el
propio paciente no percibe evolución alguna es momento de recurrir a otro
psicólogo o psiquiatra para no perder tiempo ni plata con alguien que no nos da
la respuesta que necesitamos para salir del pozo.
Todos hemos tropezado dos veces con la misma piedra, y si
bien es cierto que de los errores se aprende, hay momentos o situaciones que
nos inducen a caer en esos errores. Las cosas no ocurren porque sí, al menos
para mí. Cada uno actúa en función de las opciones que tiene disponibles, y hay
veces en que hay que elegir el mal menor, porque ninguna de ellas nos satisface
plenamente. Ya hemos hablado aquí del boom de los libros de autoayuda, un
fenómeno típico de la posmodernidad, de una sociedad y de un estilo de vida que
se ha ido imponiendo en los últimos años. El mundo de hoy exige rapidez,
información al instante, comunicación inmediata vía Internet, y confundimos a
esto con un avance o una evolución. Es absurdo renegar de la tecnología, pero
también lo es volverse prisionero de ella.
Lo que ocurre es que el ocio también ha cambiado. Tomar mate
en un parque o en una plaza ya no es tenido en cuenta para un grupo de
adolescentes que pasan horas frente a una Playstation o viendo series por
Netflix. El hábito de comprar un diario es totalmente ajeno para estos jóvenes,
que sólo leen los textos escolares, en el mejor de los casos. Tampoco les
interesa navegar en un diario online, porque las redes sociales insumen la
mayoría de su tiempo. Creo que muchas cosas están cambiando, y no todos podemos
adaptarnos a ese cambio, porque somos de generaciones diferentes. Si a mí, que
soy relativamente joven, a veces me cuesta, no quiero ni pensar el esfuerzo que
le demanda a una persona de 70 años, por ejemplo. Tener que hacer un reclamo
por teléfono es casi una tortura. Ya no hay una persona detrás de un mostrador,
hay un número al cual llamar para elevar una queja que nunca llega.
Las relaciones humanas entran en cortocircuito cuando se
lleva todo al límite del enfrentamiento. Volviendo al comienzo de esta nota, en
todos los países del mundo existen medios de prensa críticos hacia el poder
político de turno, inclusive lisa y llanamente opositores, y está perfecto que
así sea. Cuando en los comienzos de la gestión de Kirchner uno notaba que
Clarín era complaciente con el Gobierno (no había que ser muy perspicaz para
advertirlo), nadie hablaba de corporaciones o medios hegemónicos. El conflicto
con el campo comenzó a dividir a la sociedad, algo que se podría haber evitado
si no fuera porque el oficialismo decidió jugar a todo o nada por las
retenciones móviles, y así podríamos recordar frases lamentables como la que
hablaba de "piquetes de la abundancia". Es cierto que por aquellos
años el campo se vio beneficiado por la coyuntura económica y la devaluación,
pero suponer que todos los que viven del agro son voraces terratenientes es un
error o una interpretación caprichosa que el kirchnerismo supo capitalizar muy
bien para alimentar la grieta. Como la canción de Pink Floyd, “Us and Them”
(Nosotros y Ellos).
Hoy nos encontramos ante un escenario diferente, que
requiere de gestos y acciones concretas. Es tiempo de que dejemos de hablar de
derechas o izquierdas y empecemos a evaluar las acciones concretas de cada uno.
Pensemos en un país donde los trenes funcionen bien y
lleguen a horario, donde si se hacen piquetes sean por causas genuinas y no
meramente sectoriales, donde los periodistas no sean presionados para ocultar
la realidad, donde la inflación no sea tan voraz con nuestros sueldos, pensemos
en un lugar donde nos gustaría que nuestros hijos vivieran y tuvieran la
capacidad de elegir por sí mismos su destino. Es más, podemos incluso pensar en
un lugar cuya calidad de vida nos motive a concebir un hijo, con la convicción
de que podrá crecer, estudiar y trabajar. Bajemos un poco a lo que nos toca
vivir día a día en la Argentina 2020 y
dejemos de hacer conjeturas sobre hechos cuyos pormenores probablemente nunca
vamos a saber con certeza.