Martes por la noche en la ciudad. Como cualquiera de ustedes, estoy
comprometido con hacer mi trabajo del modo más profesional posible. Tiene que
ver con mi formación y con haber elegido voluntariamente una carrera para poder
dedicarme a ella a futuro. Pero a veces hay circunstancias personales que hacen
que uno no pueda rendir al 100 %. Atravesé un período de bajón bastante jodido,
por suerte me logré recuperar, y ahora estoy de nuevo al ruedo. Si ustedes
han leído mis notas anteriores, verán que yo nunca dejo de agradecer el hecho
de contar con una familia que me banca y me apoya en todo. Ellos están en los
malos momentos y también en las alegrías. Y eso no quiere decir que sean
obsecuentes o que no me marquen mis falencias, todo lo contrario: El hecho de
tratarse de seres queridos les otorga esas facultades, a la que no daría lugar
si un desconocido me las planteara.
Me tuve que recuperar, sí, de un período de depresión, y creo que no soy el único. Ni siquiera me importa que algunos no quieran reconocer que han pasado por ese tipo de situaciones. Somos humanos. Y yo soy totalmente honesto al poner en el tapete lo que pretendo expresar.
Hoy grabé un nuevo programa para la tele y estoy conforme con el resultado. Me sentí cómodo, y el invitado también. Cuando las cosas fluyen, te das cuenta enseguida, de igual manera que sos vos mismo el que te comés la cabeza cuando estás encerrado en tu propio laberinto. La gente que no sabe lo que uno ha tenido que pasar podrá juzgarte con liviandad, al final de cuentas no tienen por qué saber de todo, y hay cuestiones que uno prefiere mantener en reserva.
Cuando no le encontrás la
vuelta, aparece la frustración, la culpa, un cúmulo de sentimientos negativos. La ominosa sensación de fracaso, de tiempo perdido, de que toda tu vida ha sido un gran fracaso, que no has alcanzado nada relevante. Hasta que
comprendés que le estás faltando el respeto a tu propia vida pensando así. El
impulso vital es lo único que nos sostiene, y cuando las noches se hacen largas
y aburridas, comenzás a maquinarte, porque el cerebro es un maldito órgano que
no descansa, entonces hacés conjeturas absurdas, que se convierten en pensamientos
repetitivos que machacan donde más duele. Pero eso es todo lo que diré. Hoy,
puedo decir que estoy bien, de lo contrario no estaría escribiendo este posteo.
Sólo puedo escribir por placer cuando estoy tranquilo. Por eso, una pregunta
recurrente ha sido siempre si es cierto que el arte nace del dolor. No lo sé,
pero a mí no me sale, cuando me siento mal lo último que pienso es en sentarme
a escribir. Trabajo a reglamento porque sé que tengo que hacerlo, pero no es
una experiencia grata.
Cuando dejás de
reprocharte cosas o de sentir pena por vos mismo, comienzan a activarse otros
circuitos en tu mente. La comida vuelve a tener sabor. Hasta un cigarrillo se
disfruta mucho más. Una ducha caliente, un café con un amigo, todo se
transforma. Claro que para alcanzar esa revalorización, fue necesario haberlo
pasado mal. No queda otra, los hechos se van dando así.
Para no hacerlo
más extenso, quiero decirles que si me molesto en escribir sobre lo que me
pasa, es porque quizás esté siendo un poco egoísta, creyendo que lo mío le
interesa a alguien más. Las vivencias son intransferibles, y cada uno
decodifica la realidad con un lente distinto. A veces estoy harto de quién
soy, ni yo me aguanto, y me empiezo a fastidiar pero no tengo a nadie a quién
culpar. Todo pasa por mí, yo me hice el rulo y en consecuencia tengo que
hacerme cargo.
Queda mucho
camino por recorrer, pero estoy dispuesto a transitarlo de la mejor manera, de
eso estoy seguro. Al final del día, descubrís que una mala racha es lo único que
te permite valorar los buenos tiempos. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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