23 de julio de 2024

Siempre vuelvo a renacer

 

Martes por la noche en la ciudad. Como cualquiera de ustedes, estoy comprometido con hacer mi trabajo del modo más profesional posible. Tiene que ver con mi formación y con haber elegido voluntariamente una carrera para poder dedicarme a ella a futuro. Pero a veces hay circunstancias personales que hacen que uno no pueda rendir al 100 %. Atravesé un período de bajón bastante jodido, por suerte me logré recuperar, y ahora estoy de nuevo al ruedo. Si ustedes han leído mis notas anteriores, verán que yo nunca dejo de agradecer el hecho de contar con una familia que me banca y me apoya en todo. Ellos están en los malos momentos y también en las alegrías. Y eso no quiere decir que sean obsecuentes o que no me marquen mis falencias, todo lo contrario: El hecho de tratarse de seres queridos les otorga esas facultades, a la que no daría lugar si un desconocido me las planteara.


Me tuve que recuperar, sí, de un período de depresión, y creo que no soy el único. Ni siquiera me importa que algunos no quieran reconocer que han pasado por ese tipo de situaciones. Somos humanos. Y yo soy totalmente honesto al poner en el tapete lo que pretendo expresar. 


Hoy grabé un nuevo programa para la tele y estoy conforme con el resultado. Me sentí cómodo, y el invitado también. Cuando las cosas fluyen, te das cuenta enseguida, de igual manera que sos vos mismo el que te comés la cabeza cuando estás encerrado en tu propio laberinto. La gente que no sabe lo que uno ha tenido que pasar podrá juzgarte con liviandad, al final de cuentas no tienen por qué saber de todo, y hay cuestiones que uno prefiere mantener en reserva. 


Cuando no le encontrás la vuelta, aparece la frustración, la culpa, un cúmulo de sentimientos negativos. La ominosa sensación de fracaso, de tiempo perdido, de que toda tu vida ha sido un gran fracaso, que no has alcanzado nada relevante. Hasta que comprendés que le estás faltando el respeto a tu propia vida pensando así. El impulso vital es lo único que nos sostiene, y cuando las noches se hacen largas y aburridas, comenzás a maquinarte, porque el cerebro es un maldito órgano que no descansa, entonces hacés conjeturas absurdas, que se convierten en pensamientos repetitivos que machacan donde más duele. Pero eso es todo lo que diré. Hoy, puedo decir que estoy bien, de lo contrario no estaría escribiendo este posteo. Sólo puedo escribir por placer cuando estoy tranquilo. Por eso, una pregunta recurrente ha sido siempre si es cierto que el arte nace del dolor. No lo sé, pero a mí no me sale, cuando me siento mal lo último que pienso es en sentarme a escribir. Trabajo a reglamento porque sé que tengo que hacerlo, pero no es una experiencia grata.


Cuando dejás de reprocharte cosas o de sentir pena por vos mismo, comienzan a activarse otros circuitos en tu mente. La comida vuelve a tener sabor. Hasta un cigarrillo se disfruta mucho más. Una ducha caliente, un café con un amigo, todo se transforma. Claro que para alcanzar esa revalorización, fue necesario haberlo pasado mal. No queda otra, los hechos se van dando así.


Para no hacerlo más extenso, quiero decirles que si me molesto en escribir sobre lo que me pasa, es porque quizás esté siendo un poco egoísta, creyendo que lo mío le interesa a alguien más. Las vivencias son intransferibles, y cada uno decodifica la realidad con un lente distinto. A veces estoy harto de quién soy, ni yo me aguanto, y me empiezo a fastidiar pero no tengo a nadie a quién culpar. Todo pasa por mí, yo me hice el rulo y en consecuencia tengo que hacerme cargo.

Queda mucho camino por recorrer, pero estoy dispuesto a transitarlo de la mejor manera, de eso estoy seguro. Al final del día, descubrís que una mala racha es lo único que te permite valorar los buenos tiempos. Nos estamos viendo pronto. Punto final.

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