Hasta abril/mayo, estábamos acostumbrados a decirles a nuestros amigos: "Cuanto todo esto pase, haremos tal o cual cosa". Hoy, esa expresión de deseo se volvió un tanto ingenua y naif, porque las sucesivas prórrogas de la cuarentena tornaron cada vez más lejano aquel "Cuando todo esto pase". Tendrá un final, más tarde que temprano, pero las últimas noticias no resultan muy alentadoras. El fantasma de volver a Fase 1, o de volver a foja cero, nos genera una duda cargada de profunda ansiedad. Es que, precisamente, el futuro provoca ansiedad ante lo desconocido. Ya no merece la pena detenernos a hablar de las variables económicas, de Vicentín, o del espionaje macrista. Todo eso es real, por supuesto, pero en momentos en que necesitamos mantener la calma, todo lo que enumeré son piedras en el zapato que nos impiden caminar. Por ejemplo, que el dólar suba o baje sólo es de interés para quienes tienen la capacidad de comprarlos, y no es mi caso. Si caemos en default y los "buitres" se enfurecen de codicia, no me van a rematar la casa. Reitero, no quiero decir que todas estas cuestiones no me preocupen, sino que no son relevantes para la vida cotidiana de cualquier argentino que vive con lo puesto.
Lo que sí me molesta, es que el Gobierno juegue "a todo o nada", que el Presidente esté entusiasmado por sus índices de popularidad y siga con una prédica demagógica. Que nos hablen de "soberanía alimentaria" cuando la pobreza es endémica y millones de compatriotas se cagan de hambre. Esto no es nuevo, ya que desde hace décadas todos prometen una solución para erradicar la pobreza en el país, no sé si porque estaban realmente convencidos de que podían lograrlo o porque era un discurso de campaña. ¿Se acuerdan del "segundo semestre" de Macri que nunca llegó? ¿De que la inflación sería de un dígito? Y la clase media VIP que escuchaba a Baby Etchocopar, Majul o Longobardi y toda esa sarta de reaccionarios fachistas decía:"Hay que esperar, hay que esperar....". Esperar qué? Cuatro años del "gato" fueron suficientes. Los que están ahora no son ningunos angelitos, pero ningún funcionario macrista tiene autoridad moral para hablar. Con ver 15 minutos de cualquier canal de noticias, ya te enterás de lo esencial, no hace falta más, porque el resto es un eterna letanía. La televisión se tuvo que poner de rodillas ante la realidad. Por suerte, hay muchas personas con capacidad de discernimiento que saber leer entre líneas y no se comen cualquier pescado que les quieran vender.
Ahora bien, retomando la idea central de esta nota, ¿qué es lo que percibo? Interferencia, cortocircuito, teléfono descompuesto, un desconcierto total. Es como salir en el auto por una ruta desconocida sin tener GPS. Fíjense que ya ni siquiera me quejo de mi magra situación económica en tiempos de pandemia, porque no puedo vivir mirándome el ombligo. Hay que tener una visión "macro", porque si nos quedamos en el chiquitaje no vamos a despegar nunca. De lo contrario, vamos a estar como el burro detrás de la zanahoria. Por primera vez en mucho tiempo, me siento afortunado de vivir en Lobos, porque pese a todo no estamos tan encorsetados como en el AMBA, que es lo que hoy desvela al Gobierno. Para Kicillof, somos un puntito perdido en el mapa de la enorme geografía bonaerense. Un limbo. Pero como es ante él que hay que gestionar los permisos para que nos otorguen nuevas excepciones, hay que meter violín en bolsa, esperar que regresemos a un estado parecido a la normalidad. Punto final.
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