27 de mayo de 2006

LOS HORNOS DE LADRILLOS EN LOBOS


El fin de semana pasado salí de casa dispuesto a recorrer aquellos sitios de la geografía lobense que a menudo resultan olvidados para quienes frecuentan la planta urbana. Un amigo se ofreció a acompañarme y fuimos a bordo de su auto tomando en primera instancia la calle Independencia y siguiendo el trayecto de la citada arteria en dirección a Empalme Lobos.
Sé que en algún punto de periplo doblamos en alguna dirección, pero no recuerdo exactamente dónde, más si tenemos en cuenta que la señalización en la denominada "zona de quintas", pasando La Dulcera, es prácticamente nula. Lo concreto es que descubrimos un mundo aparte, y volvimos con las pupilas repletas de imágenes que hasta ese momento eran desconocidas. Aclaro lo siguiente: no es que uno no haya andado nunca por allí.... es que cada vez que uno vuelve, parece como si fuera la primera vez. Lo que más me llamó la atención fue la proliferación de los hornos de ladrillos, que seguramente abastecen a los corralones de materiales de Lobos y la zona. También es impresionante ver la cantidad de cavas que existen como consecuencia de la extracción de la tierra necesaria para la fabricación de los mismos. Los ladrillos, sinónimo de progreso por excelencia, conformaban en este caso un cuadro totalmente despojado de visiones positivistas. Cuando vi a niños y mujeres cargar en carretillas los trozos de leña que posteriormente serán devorados por el fuego mi corazón se estremeció, y entonces no tiene sentido ponerse a pensar que el fruto del trabajo de estos vecinos se convertirá luego en edificios que lucirán sus mejores galas en las calles céntricas. Se me dirá que muchos de estos trabajadores infantiles recogen la leña con la anuencia de sus padres, en cuyo caso la responsabilidad por esta situación también les cabe a sus progenitores. Pero lo que pretendo expresar, a pesar de mis limitaciones, es que estos pibes no deben trabajar... ya tendrán toda su vida para hacerlo, si es que reciben una formación adecuada para tal fin.
A poco de decodificar esas imágenes que iban sucediéndose ante mí tomé conciencia de lo insondable y profundamente absurdo de la existencia humana, en tiempos en que los niños huyen de los lápices y de los juguetes acosados por el hambre y la marginalidad que súbitamente les arrebata para siempre una etapa de sus vidas. Y nótese que no hago ahora referencia a este caso puntual.... también es extensivo a todos aquellos que venden diarios, piden monedas en las confiterías, o venden flores de papel en la esquina de Buenos Aires y Chacabuco... ¿O es que usted, amigo lector, no los ha visto?
Por todo lo expuesto, me permito sugerir a quienes corresponda, tengan a bien dar una solución para que estos pibes puedan ocupar el lugar que con justicia se merecen. Esto no es demagogia barata ni un discurso de barricada, se los aseguro, es ni más ni menos que el resultado de la indignación de haber contemplado una escena que conmovió mis fibras más íntimas.

19 de mayo de 2006

UN DOMINGO EN EL PARQUE


El domingo último mi madre y yo fuimos a dar un paseo al parque municipal. Afortunadamente, con mamá tenemos una buena relación, y a menudo aprovechamos esas largas caminatas para darnos consejos o hacernos confidencias que cuyos únicos testigos son los frondosos eucaliptos de este singular espacio verde.

Mientras íbamos caminando por los senderos del perímetro que da hacia la calle Independencia, me puse a reflexionar acerca de varios aspectos inherentes a mi persona, que por supuesto no divulgaré en este espacio dado que no es el objetivo del mismo.

Lo que sí puedo decirles es que llegué a varias conclusiones que, seguramente, me permitirán afrontar con otras perspectivas las situaciones que se me presenten en el futuro.

Sé que muchos vecinos de nuestra ciudad concurren al parque, animados por las más diversas motivaciones, pero con el común denominador de mejorar su calidad de vida , aunque sea por una hora o treinta minutos.

Las caminatas en las tardecitas de otoño constituyen una experiencia que sólo se aprende a disfrutar con los años (y lo digo yo, que no estoy tan viejo). Mientras escribo estas líneas siento el peso de todas mis limitaciones, pues desearía describir del modo más fiel lo que significa contemplar los últimos rayos del sol ocultándose tras la espesa vegetación.

También vienen a mi mente las clases de educación física de mi adolescencia, que -hasta no hace mucho tiempo- casi todos los colegios de Lobos solían realizar en el parque. Hoy varias instituciones cuentan con un gimnasio o un salón de usos múltiples destinado para tal fin, de modo que muchas escuelas han prescindido del parque como lugar destinado a la práctica de deportes. Me gusta cuando veo al parque lleno de chicos, compitiendo por los Juegos Intercolegiales o bien por los Torneos Bonaerenses.

Pero quizá porque crecí en el barrio del parque, y porque desde pequeño retozaba en la placita o me dejaba mecer en las hamacas de la misma... por esas reminiscencias de mi más tierna infancia es que me cuesta tanto entender la actitud asumida por aquellos que se dedican a destruir todo lo que contribuya a embellecer este pulmón verde de la ciudad.

Los fogones, las parrillas, los bancos, incluso una simple e inocente bomba de agua…. todo lo que los lectores se imaginen resulta un blanco fácil para los vándalos, que evidentemente no logran discernir los conceptos de lo público y lo privado, y las implicancias de cada uno.

Como el predio ocupa una superficie considerable, superior a cualquier otro paseo público, resulta tarea ardua vigilarlo en toda su extensión. Pero, aun contando con cuidadores o serenos, la presencia de estos centinelas no hará mella en el ánimo depredador de estos antisociales.

Reitero lo dicho: por casi dos décadas tuve al parque como mi silencioso vecino, mi bálsamo en los momentos de angustia, de desesperación. Con su quietud, con su eterna agonía, el recorrer sus calles internas me bastaba para analizar los hechos con mayor calma y tomar decisiones más acertadas.

Por todo lo expuesto, cada vez que vuelvo al barrio y doy un paseo por el parque no puedo menos que sentir indignación e impotencia ante un cuadro que desnuda la incapacidad de la sociedad para cuidar de un patrimonio que con justicia le pertenece, y que todos los lobenses hemos recorrido en algún momento de nuestras vidas.

14 de mayo de 2006

"VUELOS" (CUENTO BREVE)

Agradecemos a los lectores que colaboran periódicamente con nosotros y que nos envían material para publicar en este sitio. He aquí uno de los últimos textos recibidos.

El día no tiene entidad propia, sólo se trata de una luz que se proyecta sobre la oscuridad de una eterna noche. Es que en verdad todo lo que se conoce del día es que este amanece de la noche y al atardecer, una mancha roja refleja una herida de muerte sobre alguien que en algún momento se creyó una estrella.

No soy otra cosa que la parodia de la belleza, con un frac elegante posando y abrigando mi cuerpo desnudo. La elegancia, al igual que el día, murió desde que yace en mi extraña imagen casi imperceptible en la falta de claridad.

Al diferencia de otras criaturas de mi especie, a mí no me gusta volar ciegamente por los cielos. Mis alas en verdad no sirven casi para otra cosa que no sea abrigarme, mientras veo todo patas para arriba.

Mis orejas también fallan, y mi pesado cuerpo se choca (o es chocado) contra otros cuerpos en la infinitud de la monotonía vacía de la nada que se encuentra y pierde a la vez en un eco sin respuesta. El tiempo tan sólo se vuelve un eterno presente en una vida condenada a la existencia.

Durante la progresiva secuencia interminable mi vuelo bajo, continuo al ras de un piso cubierto de resíduos y estiércol, con un horizonte que tropieza contra las paredes de una ciudad dormida. Así, es que yo despierto en el sueño de los otros buceando en sus laberintos abandonados sobre los senderos de una especie de Edad Media que juega y sueña a ser eterna. Singular paisaje es que el que se visualiza desde la loma de un basural que rebalsa de ilusiones descartadas o simplemente condenadas a muerte por la memoria.

Las bestias renacieron y la selva espesa es atravesada por quienes se disputan el liderazgo de un reino de carroñas sin ancestros, dueños ni herederos definitivos, en una lucha interminable de la que sin menos voracidad yo termino siendo un espectador menos que pasivo.

Criaturas de la noche, amos del terror... Me dice una voz interminable desde lo más remoto de algún incosciente, como liberándose en un portal que evoca una dimensión lejana, mientras transcurre la transición de un transe de vigilia en el momento que una tibia luz profundiza las sombras ya oscuras de las noche. Y así con el sol del amanecer todo se empezó a dibujar, quedando mi humanidad al redescubierto.

Eduardo Bobbio

10 de mayo de 2006

LA MODA "RETRO" Y LOS JÓVENES DE AYER


Dicen que cuando uno comienza a referirse a sí mismo como “mi generación”, es señal de que se está volviendo viejo. Y algo de cierto hay en esa afirmación, a juzgar por la frecuencia con la que escucho frases de ese tenor en boca de individuos que se aproximan inexorablemente a la adultez. Los sujetos de cierta edad parecen sentirse seguros con el espíritu de grupo que les confiere su pertenencia a una generación determinada.

El tiempo nos demuestra, con pulso firme e irrebatible, que en nuestros años mozos más de una vez pecamos de ingenuos, llevados por el ímpetu que es hijo de esa efervescencia juvenil y que nos condujo a defender a ultranza verdades que creíamos absolutas. Por no decir que solíamos abonar a cada paso teorías conspirativas. El paso del tiempo contribuye a derribar mitos, perder idelales, y sembrar suspicacias.

Invitado por un amigo, hace poco más de un mes asistí, con más entusiasmo que convicción, a una de las “fiestas retro” que se han popularizado últimamente en el circuito de discotecas y locales bailables. La imagen que ilustra este artículo pertenece a un poster de una de las tantas fiestas "retro" que se hacen en Inglaterra todos los fines de semana. Contiene varios íconos de los '80: la tristemente célebre Margaret Tatcher, Mr. T, Robotech, etc.

Disculpen me vaya de tema. Les estaba diciendo: No sé si lo que sucede en Lobos se trata de una moda que a la larga terminará por diluirse tras la efímero encanto de la novedad, o si –por el contrario- se trata de una tendencia que en lo sucesivo a dará cabida a un sector que había quedado totalmente marginado de los boliches. Sea como fuere, lo concreto es que la propuesta viene a llenar un vacío que existía en Lobos desde hace ya largo tiempo, y que confinó a quienes hoy tienen más de 25 años a un limitado y tedioso peregrinar por bares y confiterías céntricas durante los fines de semana, a sabiendas de que en La Porteña o en otros boliches similares pasarían por momentos vergonzosos. Y no me refiero sólo a la tan mentada brecha generacional, sino al hecho de que el sector “+ 25” está absolutamente ajeno de lo que suena en las radios, de los temas de moda, y en consecuencia no se siente en absoluto identificado con la música que domina la escena de dichos locales, que taladra los tímpanos, impide toda conversación con una señorita digna de merecer y deja a nuestro John Travolta relegado a la barra del boliche revolviendo con el dedo los hielos de un vaso de whisky barato, que el barman ha tenido la precaución de servir en un infame vaso de plástico.

Ser abstemio y no fumar son dos puntos en contra para el Travolta vernáculo, ya que de ingresar al local deberá convertirse en fumador pasivo y aspirar el humo de miles de cigarrillos en labios de otros tantos miles de despreocupados fumadores, que con su nefasto hábito contaminan el ambiente y generan un vaho irrespirable que se impregna en la ropa, el cabello, y demás sectores de la anatomía del recién llegado. ¿Qué sucede con aquel que no bebe alcohol? Digamos que no se concibe la idea de un tipo ganador sin un cigarrillo en los labios y un vaso de whisky (o algún trago de similar graduación alcohólica) que, parapetado en la barra, se disponga a ejercer su innato poder de seducción ante la primera dama que se le cruce.

Lo cierto es que, más allá de estas consideraciones, las fiestas retro no terminan de convencerme. Quizá lo mejor será gratificarnos con el recuerdo de nuestra juventud perdida y aceptar que el boliche está destinado para los pendejos (dicho esto sin ningún ánimo peyorativo), y comprender que alguna vez fuimos nosotros aquellos inconscientes pendejos que ingresábamos al submundo maravilloso y cautivante de los boliches.

No estoy juzgando a la gente que concurre a las fiestas de los ’80, y (aclaro esto) tampoco estoy afirmando terminantemente que yo no lo vaya a hacer en el futuro. Pero me pregunto si esta suerte de regresión tiene algún sentido. Nosotros somos los jóvenes de ayer, no los jóvenes de hoy. Por ende, es momento de dejarles los lugares y los espacios que alguna vez sentimos como propios a aquellos que, en virtud de su edad, hoy son sus legítimos destinatarios.

Hasta que el destino nos alcance

  Nos tocó otros comienzo de semana con lluvia. La verdad es que hacía tiempo que tenía ganas de escribir algo nuevo. Pero, que sea algo “nu...