10 de mayo de 2006

LA MODA "RETRO" Y LOS JÓVENES DE AYER


Dicen que cuando uno comienza a referirse a sí mismo como “mi generación”, es señal de que se está volviendo viejo. Y algo de cierto hay en esa afirmación, a juzgar por la frecuencia con la que escucho frases de ese tenor en boca de individuos que se aproximan inexorablemente a la adultez. Los sujetos de cierta edad parecen sentirse seguros con el espíritu de grupo que les confiere su pertenencia a una generación determinada.

El tiempo nos demuestra, con pulso firme e irrebatible, que en nuestros años mozos más de una vez pecamos de ingenuos, llevados por el ímpetu que es hijo de esa efervescencia juvenil y que nos condujo a defender a ultranza verdades que creíamos absolutas. Por no decir que solíamos abonar a cada paso teorías conspirativas. El paso del tiempo contribuye a derribar mitos, perder idelales, y sembrar suspicacias.

Invitado por un amigo, hace poco más de un mes asistí, con más entusiasmo que convicción, a una de las “fiestas retro” que se han popularizado últimamente en el circuito de discotecas y locales bailables. La imagen que ilustra este artículo pertenece a un poster de una de las tantas fiestas "retro" que se hacen en Inglaterra todos los fines de semana. Contiene varios íconos de los '80: la tristemente célebre Margaret Tatcher, Mr. T, Robotech, etc.

Disculpen me vaya de tema. Les estaba diciendo: No sé si lo que sucede en Lobos se trata de una moda que a la larga terminará por diluirse tras la efímero encanto de la novedad, o si –por el contrario- se trata de una tendencia que en lo sucesivo a dará cabida a un sector que había quedado totalmente marginado de los boliches. Sea como fuere, lo concreto es que la propuesta viene a llenar un vacío que existía en Lobos desde hace ya largo tiempo, y que confinó a quienes hoy tienen más de 25 años a un limitado y tedioso peregrinar por bares y confiterías céntricas durante los fines de semana, a sabiendas de que en La Porteña o en otros boliches similares pasarían por momentos vergonzosos. Y no me refiero sólo a la tan mentada brecha generacional, sino al hecho de que el sector “+ 25” está absolutamente ajeno de lo que suena en las radios, de los temas de moda, y en consecuencia no se siente en absoluto identificado con la música que domina la escena de dichos locales, que taladra los tímpanos, impide toda conversación con una señorita digna de merecer y deja a nuestro John Travolta relegado a la barra del boliche revolviendo con el dedo los hielos de un vaso de whisky barato, que el barman ha tenido la precaución de servir en un infame vaso de plástico.

Ser abstemio y no fumar son dos puntos en contra para el Travolta vernáculo, ya que de ingresar al local deberá convertirse en fumador pasivo y aspirar el humo de miles de cigarrillos en labios de otros tantos miles de despreocupados fumadores, que con su nefasto hábito contaminan el ambiente y generan un vaho irrespirable que se impregna en la ropa, el cabello, y demás sectores de la anatomía del recién llegado. ¿Qué sucede con aquel que no bebe alcohol? Digamos que no se concibe la idea de un tipo ganador sin un cigarrillo en los labios y un vaso de whisky (o algún trago de similar graduación alcohólica) que, parapetado en la barra, se disponga a ejercer su innato poder de seducción ante la primera dama que se le cruce.

Lo cierto es que, más allá de estas consideraciones, las fiestas retro no terminan de convencerme. Quizá lo mejor será gratificarnos con el recuerdo de nuestra juventud perdida y aceptar que el boliche está destinado para los pendejos (dicho esto sin ningún ánimo peyorativo), y comprender que alguna vez fuimos nosotros aquellos inconscientes pendejos que ingresábamos al submundo maravilloso y cautivante de los boliches.

No estoy juzgando a la gente que concurre a las fiestas de los ’80, y (aclaro esto) tampoco estoy afirmando terminantemente que yo no lo vaya a hacer en el futuro. Pero me pregunto si esta suerte de regresión tiene algún sentido. Nosotros somos los jóvenes de ayer, no los jóvenes de hoy. Por ende, es momento de dejarles los lugares y los espacios que alguna vez sentimos como propios a aquellos que, en virtud de su edad, hoy son sus legítimos destinatarios.

Cayéndose a pedazos

  Nos estamos cayendo a pedazos. Más allá de lo desastroso que es el gobierno de Milei, y que salta a la vista, hay otros aspectos a conside...