9 de febrero de 2022

No te dejes engañar por aquello que (quizás) nunca sucederá

 Primeras horas del miércoles en la ciudad. Había comenzado a escribir este texto ayer por la noche, pero tenía varios errores de tipeo porque el cursor del Word se disparaba para cualquier lado, parecía epiléptico, así que decidí empezar, casi, de cero.

Este mes he actualizado el blog esporádicamente, bastante lejos de la frecuencia habitual. La mayoría de las veces que me surge una idea que parece interesante, eso acontece ya estoy acostado en la cama, con lo cual levantarse, encender la compu, y darle forma a una nota, no es el mejor plan. Pero desde que empecé a usar una notebook, hacer varios años, cuando tenés ganas se vuelve más fácil. Es un rato que dedico para mí y para nadie más. El resto del día se vive demasiado "intoxicado" por la pantalla de los canales de noticias, y a veces uno cede a la tentación de hacer algún comentario sobre un hecho puntual. Por citar un caso, seguir buscando una razón valedera por la cual Kicillof no le pega una patada en el culo a Berni, el Ministro de Seguridad más inoperante que hemos tenido y autor de exabruptos tan desquiciados que ya son de antología, pero considero que ya está todo dicho. ¿Qué puedo aporta yo de novedoso, si está a la vista de todos? Hay repudios tan unánimes que no vale la pena ser redundante. Es una cuestión de sentido común.

No quiero vivir exigiéndome en base a lo hipotético. Y seguramente muchos de ustedes se sentirán identificados, porque el hecho de vivir conjeturando cosas se vuelve una compulsión difícil de manejar. Puede ser un ejercicio de ordenamiento mental, del mismo modo que puede hacernos sufrir. No está de más recordar que el dolor suele tornarse inevitable, pero el sufrimiento no. Sobre todo cuando uno imagina los peores presagios. Después de todo, quienes nos gobiernan no son tan culpables de nuestras miserias. Son los representantes que la mayoría votó en elecciones libres. Hay algo en nosotros que hace que tropecemos dos veces con la misma piedra, con una torpeza admirable.

Muchas veces, se vuelve desgastante "pensar en el futuro": en el futuro nuestro, del país, de nuestros hijos (si es que los tienen), o de la cotización de dólar. Esto último es importante no porque estamos interesados en comprarlos, sino porque para los industriales toda excusa que permita aumentar los precios es bienvenida. Lo único que tenemos para aferrarnos es el momento presente, lo que estamos viviendo, y por lo tanto aventurarse a lo que vendrá no aporta demasiado. Es casi imposible, porque por citar un caso, ahora, mi presente es concentrarme en esta nota que estoy escribiendo y en no decir ninguna gansada. Lo que sí podemos hacer es tomar conciencia de que, más allá del gasto público del que nadie conoce su obsceno rostro de su magnitud, ya es casi una proeza administrar nuestra doméstica para llegar lo mejor posible a fin de mes. Eso de algún modo también es pensar en el futuro, pero desde un lugar diferente: no ya desde lo que pueda o no suceder, sino previendo que la guita no nos va a alcanzar si nos gastamos casi todo lo que ganamos en los primeros 15 días.

A nivel macro, cuanto menos expectativas tengamos sobre "lo que vendrá", mejor nos vamos a sentir si -llegado el momento- si alienan los planetas y las cosas nos salen bien. Contrariamente a lo que la gente cree, tener aspiraciones modestas no es de mediocres, es de personas equilibradas que realmente piensan en sus posibilidades concretas y no construyen "castillos en el aire".

Reitero: No quiero vivir exigiéndome en base a lo hipotético, o a lo que “podría ser”. No me caben dudas de que -seguramente- buena parte de ustedes se sentirán identificados, porque el hecho de pasar demasiado el cuaderno del tiempo conjeturando cosas se convierte en un impulso difícil de autoreprimir. Puede ser un ejercicio de ordenamiento mental, y a su vez puede hacernos sufrir. No está de más recordar que el dolor suele tornarse inevitable, pero el sufrimiento no.

Estaba pensando en los recuerdos que cada uno de nosotros tenemos, difusos o quizá ya más instalados en la memoria, del año 2002. Cuando Eduardo Duhalde, siendo candidato a Presidente en 1999, propuso "cambiar el modelo", la clase media argentina se horrorizó. Y es natural, porque estábamos endeudados hasta las b... en dólares, pagando cuotas para un auto, una heladera o un televisor. O bien pagando un crédito. Fue entonces que, garantizando que se mantendría el "1 a 1", ganó De la Rúa dichos comicios. El resto es historia conocida. Y por esas parábolas de la historia, Duhalde logró su cometido de ser Presidente, no por el voto popular, sino por la Asamblea Legislativa, ya que habían pasado cuatro tipos por la Casa Rosada antes que él, los cuales ni siquiera alcanzaron a pisar la alfombra porque huyeron como ratas. Nadie quería agarrar ese "fierro caliente". El Primer Mundo, al que con tanto orgullo decíamos pertenecer, nos expulsó del Edén casi de inmediato.

 En 2002, sólo quienes tenían dólares en el colchón se vieron beneficiados. Si hablamos de indicadores económicos, fue el peor año en todos los sentidos: cayó la construcción, el empleo, el poder adquisitivo se redujo dramáticamente. Paulatinamente, estamos volviendo a eso. Pero hace ya 20 años, la gente que cagaba de hambre mucho más que ahora. Hubo que recurrir a "segundas marcas" en las góndolas de los supermercados: algo había que comer, sea arroz, polenta o lo que fuere. Si era "marca pirulo", no importaba: también se empezó a vender después de muchos años leche cruda o sin pasteurizar, que uno compraba a algún conocido, la hervía, le sacaba toda la grasa que podía, y se la tomaba. No había otra salida más que comer lo que se pudiera. Muchos jubilados murieron en la vana espera de que les reconocieran sus depósitos bancarios, cuando por su avanzada edad, ellos deberían haber tenido la prioridad. La gente golpeaba con palos y piedras las sucursales de los bancos, prolijamente tapiadas con chapas, caso contrario hubieran sido incendiadas o saqueadas.

 En medio de todo este quilombo, hubo un Mundial de Fútbol para el olvido: se disputó en junio y por primera vez la sede fue compartida entre dos países, Corea y Japón. Los partidos, por la diferencia horaria, había que verlos a la madrugada. La Selección dio vergüenza, sólo le alcanzó la "nafta" para jugar los tres partidos de su grupo y cayó en la primera ronda. El equipo argentino era favorito, pero flaco favor le hicieron los elogios de la prensa cuando hubo que jugar la Copa del Mundo. De esta manera, esos 11 zombis que dieron lástima deambulando por la cancha, no hicieron más que exacerbar la frustración, en un país donde el fútbol es el deporte más convocante.

 Volvamos a la actualidad: Entre lamentos, nostalgias y confusión, ha transcurrido buena parte del verano 2022. Hubo otro famoso "veranito" (siempre los argentinos somos tan ingeniosos para los eufemismos), cuando Roberto Lavagna asumió como Ministro de Economía de Néstor antes de haber ocupado el mismo cargo con Duhalde, siguiendo un consejo de Alfonsín, y cuyos efectos favorables comenzaron a notarse, poco a poco, al final de 2003 y principios del año siguiente. Por supuesto, los políticos, famosos, y empresarios, ni se enteraron de que 2002 fue el peor año de nuestra historia, y siguieron con sus vidas como si nada hubiese sucedido. Para ellos, el huracán fue apenas una leve brisa. Nos estamos viendo pronto. Punto final.

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