"Qué falta de respeto", "qué maleducados son estos chicos". Eran frases recurrentes que nosotros solíamos escuchar hasta el cansancio de nuestros padres o familiares, y que no nos importaban en absoluto, por diversos motivos. Éramos pendejos, por supuesto, y teníamos un largo camino por delante. Tampoco conocíamos las dificultades que se avecinarían, ni cómo relacionarnos de un modo correcto con una persona mayor. Teníamos menos de la mitad de la edad que en aquel momento tenían ellos. Ahora que pasamos la barrera de los 40, casi sin darnos cuenta, repetimos aquellas quejas de nuestros progenitores.
En realidad, no sé si éramos maleducados, quizás nuestros modales no se comparecían con lo que ellos consideraban adecuado. Pero a su vez, eso está ligado al respeto. Una palabra que no se puede definir en todo su sentido ni siquiera recurriendo al diccionario de la RAE. Sería más conveniente mencionar lo opuesto: Humillar, subestimar, insultar, comportarse de un modo arrogante y soberbio, pretender llevarse al mundo por delante sin ningún escrúpulo. Y para lograr ese fin, pisotear a todo aquel que se cruce en el medio. En fin, no me alcanzaría el espacio disponible para seguir citando posibles ejemplos. Ni hace falta, si vamos al caso.
Pero me estoy yendo de tema: Lo que pretendo expresar es que cuando ya llegamos a determinada edad, entonces sí entendemos a nuestros padres un poco mejor, por el ciclo propio de la vida. Parece una obviedad, pero nos empiezan a fastidiar aquellas actitudes que ellos mismos denostaban, y actuamos de un modo distinto porque ni el físico ni los horarios nos lo permiten. Si el país está en medio de una crisis, sea cual fuere, nuestros antecesores directos ya han padecido unas cuantas, por ese eterno deja vu del ADN argentino.
No estoy seguro, pero estimo que al cabo de unos años, yo o mis contemporáneos hablaremos de "la juventud" refiriéndonos a eso que dejamos de ser. Seguramente diremos que la juventud está perdida, entre tantas afirmaciones burdas y pelotudas. Pero está claro que, si trazamos esa distinción, aceptamos que -como dice la canción-, nosotros somos los jóvenes de ayer, y esa etapa irremediablemente quedó atrás.
La juventud es un "tesoro", en sentido estricto, si entendemos que (biológicamente hablando) estás en la plenitud física, la salud de una persona promedio es buena, y después comienza un lento declive que se va profundizando hasta el final. Tenía razón Clint Eastwood, veterano actor: "no hay que dejar que entre el viejo". Si te entregás a la vejez anticipadamente, estás al horno. A riesgo de ser redundante, es similar a ese enunciado tan nuestro, que a veces se tiñe de un dejo de melancolía: "Me agarró el viejazo". Perdón si los aburrí. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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