30 de noviembre de 2005

EL EFIMERO ENCANTO DE LA NOVEDAD

Estamos en la era de la comunicación, suele decirse... y no falta quien –a modo de contrapunto- afirme que, en realidad , estamos incomunicados. Que el celular, el e-mail, y demás artefactos no hacen más que alienarnos y acentuar el individualismo. Lo cierto es que no me parece acertado un análisis tan tajante sobre una cuestión que fluye constantemente. Siempre que intento abordar un tema que se supone resulta complejo recuerdo aquella metáfora que relata la voz en off de Marlon Brando en el film “Apocalypse Now”: un enorme caracol deslizándose sobre el filo de la navaja. La tecnología, y en consecuencia, todo lo derivado de ella, fue concebida para servir al hombre. Sería un acto de extrema estupidez que el hombre creara objetos para inflingirse dolor o sufrimiento (se me dirá que la tecnología de las armas y que la industria bélica en general avanza a pasos agigantados –muy bien, de acuerdo). Pero lo que realmente hace que el celular, por citar un caso, tenga sentido en nuestras vidas, es que alguien se preocupe por nosotros y nos llame –aún cuando las tarifas de telefonía móvil resulten obscenas- o nos envíe un mensaje. Caso contrario, ¿para qué queremos el tan mentado aparato? Para escuchar música en MP3, o radio en FM? El contacto humano nunca se perderá, tengo esa convicción. La charla, el café, el contacto interpersonal, prevalecerán porque hasta el momento ninguno de los aparatos desarrollados para la comunicación ha podido sustituir la autenticidad de éste, su espontaneidad, su sencillez. Los estúpidos simbolitos que –bajo el nombre de “emoticons”- se crearon para sustituir la expresión humana en el chat, reflejan la ineptitud de la tecnología para suplir el contacto humano. Fue entonces cuando la web cam, una pequeña cámara que se conecta a la computadora para registrar los gestos de la personas mientras está chateando con otra, emergió como una alternativa más fiable. Sea como fuere, sería razonable que no nos rasguemos las vestiduras con el avance de la tecnología que vuelve rápidamente obsoletos a nuestros electrodomésticos más preciados, pues ésta proseguirá su curso, más allá de nuestro parecer. A veces, los textos que publican las revistas especializadas en determinadas áreas del conocimiento contribuyen a derribar mitos y a propinar una bofeteada a la ingenuidad de aquellos que, por en su afán por la novedad, encuentran dificultades en desarrollar un criterio que tenga en cuenta todas las facetas de una situación equis. Por ejemplo, estudios recientes han determinado que la calidad de sonido de un CD no ha podido ser superada hasta el momento por ningún otro medio de reproducción sonora (excepción hecho de otro soporte óptico de escasa difusión en la Argentina, como es el SACD, o Super Audio CD, desarrollado por Sony). Cualquier oído más o menos entrenado puede distinguir fácilmente la diferencia entre la fidelidad de un track de CD audio y un archivo de MP3. El proceso que lleva desarrollar un sistema en fase experimental y ponerlo a consideración del público masivo no es tan sencillo como parece. El MP3 será, a la larga, reemplazado por otro formato de compresión de audio que ganará en calidad y practicidad. Y así como hay un resurgimiento de los vinilos y en consecuencia nuestros CDs serán piezas de colección, correrá la misma suerte para los reproductores de MP3. Será cuestión, pues, de asumir esta situación del modo más equilibrado posible, rehusándonos a que se nos imponga la obligación de reemplazar un aparato por el sólo hecho de que su sucesor sea anunciado como el avance más notable del género humano, pero – y he aquí el problema- sin rechazar caprichosamente aquello que permite mejorar de un modo ostensible e inequívoco nuestra forma de percibir la música, los sonidos, las texturas o las imágenes.

"No me sueltes la mano", dijeron los senadores

Viernes por la tarde en la ciudad. Estoy tranquilo, pero también somnoliento, así que procuraré escribir lo que tengo en mente. Observo que ...