16 de diciembre de 2007

Crónica de una noche maldiciendo a Movistar

En un mundo dominado por la necesidad de estar permanentemente comunicado, hay situaciones que no dejan de sorprenderme. Desde la 1 de la madrugada de hoy (domingo), y hasta las 15 aproximadamente, los usuarios de Movistar se encontraron con que sus móviles no tenían señal. ¿La razón? Difícil saberlo, más aún cuando la empresa no fue capaz de enviar un mensaje de texto a cada cliente a modo de disculpa, explicando el inconveniente. La penetración de la telefonía celular en la vida cotidiana es tal, que muchos de los que habíamos salido el sábado a la noche a recorrer el circuito de bares y boliches (bastante reducido por cierto) nos vimos impedidos de acciones tal elementales como concertar un punto de encuentro o avisar a nuestros familiares que estábamos bien, ante la inquietud de éstos por los desmanes y los actos de violencia que ya son moneda corriente los fines de semana.
Me sentí estúpido al advertir mi frustración por no poder enviar un mensaje de texto a un amigo, dado que el teléfono me lo rebotaba una y otra vez. Y casi sin proponérmelo, pensé en cómo era mi vida hace dos o tres años, cuando la idea de tener un celular me era totalmente ajena a mis convicciones. Y descubrí, con desagrado, que nos imponen permanentemente "necesidades", objetos de consumo de prometen darnos la receta de la felicidad, resolvernos la vida, o al menos hacérnosla más cómoda, cuando en realidad sucede todo lo contrario.
También fue en ese momento cuando me di cuenta del valor del teléfono público, para casos en los cuales el celular se niega a cumplir con su función específica por culpa de la ineptitud de las empresas. Con una simple y devaluada moneda de 25 centavos podemos traer tranquilidad a quien se preocupa por nuestro paradero o bien explicarles a nuestros amigos dónde y a qué hora nos encontraremos para salir.
La campaña sistemática de desprestigio de los teléfonos públicos, orientada a hacerlos ver como objetos obsoletos y anacrónicos, es una canallada que no sería aceptada en ningún país desarrollado, donde cumplen una función vital.
Abandonados a su suerte, presa fácil del vandalismo y de la agresión impune, los teléfonos públicos resisten como pueden la feroz competencia de los locutorios y de la telefonía celular.
Estoy convencido de que mi vida no cambiaría demasiado si de un día para otro tuviera que prescindir de mi celular (toco madera para que eso no suceda). Por supuesto, al principio extrañaría la comodidad de poder llamar a alguien desde cualquier lugar, o de lograr acordar una cita con un simple mensaje de texto. Pero a la larga, no es más que una nueva necesidad que la sociedad de consumo ha logrado instalar con éxito, con una campaña publicitaria vergonzosa y un marketing bien estudiado para seducir a las muchedumbres.

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