29 de junio de 2021

Personas que son imposibles de olvidar

Mi abuela nació en enero de 1929. No puedo precisar la fecha exacta. Sin embargo, lo recuerdo muy bien porque fue el año de la Gran Depresión en EE.UU., que afectó también a algunos países periféricos. Yo vine a este mundo 50 años después que ella, y obviamente, ella vivió muchas cosas que yo no pude por una cuestión generacional. Nunca le pregunté si tenía simpatía por algún partido político, pero vio el ascenso y caída de Perón, la Década Infame, casi todos los gobiernos militares, el surgimiento de la televisión... nuestras charlas no abundaban en sus vivencias, salvo cuando contaba alguna anécdota. Eran las conversaciones típicas que toda abuela mantiene con su nieto. Nos separaba medio siglo, pero nos entendíamos bastante. Sé que me quería muchísimo, muchas veces cuando era chico me preguntó si me quería quedar a dormir en su casa, y por supuesto que ahora me arrepiento de haberle dicho siempre que no. Aquella casa tenía algo que no me gustaba, nada paranormal o sobrenatural, cabe aclarar. Y cuando uno es un niño, es caprichoso, o antojadizo en la mayoría de los casos. 

 A Hebe le gustaba Pavarotti, y uno de sus hijos le regaló un cassette que ella escuchaba con placer. También le gustaba una canción de Elton John, "Nikita", porque decía que Elton se la había dedicado a su hija, algo que yo también pensaba pero luego, Wikipedia mediante, descubrí que no tenía nada que ver.   

Llegó el momento en que, por los duros golpes y las pérdidas de seres queridos que padeció en su vida,  Hebe ya comenzaba a tener dificultades cognitivas, se olvidaba de las cosas, y ese fue el principio del Alzheimer. Los últimos 15 años de su existencia los pasó en distintos geriátricos, ante el olvido del resto de sus hijos, excepto por mi padre que nunca dejaba de visitarla al Asilo. Las internaciones en el Hospital comenzaron a ser cada vez más frecuentes. Pero esa mujer, dentro de la fragilidad de su estado, tenía una fortaleza que hacía que siempre pudiera recuperarse. Mi viejo (y mi mamá, su suegra) tienen hoy la tranquilidad de haber hecho todo lo humanamente posible. Los medicamentos que le recetaban a mi abuela no hacían más que mantenerla estable, pero de ningún modo eso le permitió volver a ser la de antes, lúcida, ubicada en tiempo y espacio. En sus últimos años perdió la voz, pero yo intuyo que algunas veces entendía lo que le decíamos, pese a ser una enfermedad cruel y degenerativa. Ya no podía valerse por sí misma para alimentarse e higienizarse. Y muchas veces pensé, que no merecía sufrir de esa manera, que era mejor que el final se produjera cuanto antes. Durante todo ese tiempo, mucha gente, "señoras bien" que la habían conocido, me preguntaban: "Decime querido, ¿Te abuela vive?", como si se tratara de un dinosaurio. Claro que la preocupación de esa gente llegaba hasta ahí, ya que nunca la fueron a visitar al geriátrico. 

Hebe falleció el 27 de abril de 2017. Tuvo una vida longeva, vaya uno a saber por qué, en virtud de lo que mencionaba antes: El sufrimiento innecesario para una anciana, el cual sólo se prolongó con el paso del tiempo. Mi padre se encargó de todos los trámites ante la funeraria, y en mi casa nunca se volvió a hablar más del tema, salvo cuando recordamos sus mejores épocas, aquellas en las que gozaba de buena salud. Mi abuela era muy elegante, le gustaba comprarse ropa, los famosos tapados de piel que hoy casi no se usan. 

Dos o tres años después, y estando su casa deshabitada, nos pusimos a limpiar el placard y encontramos toda clase de objetos: monedas viejas, cospeles de Entel, sobres de cartas que mi abuelo mandaba al programa de Silvio Soldán porque era fanático del tango. Algunas fotos, como así también carnets o credenciales de clubes del barrio, de obras sociales, que por supuesto ya habían caducado. Muchísimos discos de vinilo que habían pertenecido a mi tío, aunque sólo me quedé con una mínima parte de ellos. Como la muerte de mi tío coincidió con el surgimiento del CD, que en aquel momento eran muy caros, él había pedido a una disquería muy conocida de Capital que le mandaran el catálogo disponible. Escuchaba siempre FM Aspen y grababa las canciones en cassettes, como hacíamos casi todos en esa época. Yo escuchaba FM Horizonte, y en realidad ambas radios tenían un estilo muy parecido. Tal es así, que cuando mi viejo me hizo un regalo por el Día del Niño, fuimos a la vieja disquería Canepare, y elegí comprarme un vinilo de Horizonte. Ese es el único LP que tengo, antes de que los "compacts" arrasaran con todo. 

Pese a que esta nota tiene un sesgo de nostalgia o tristeza, me quedo con los mejor que me dieron ambos: Mi tío, muy compinche, buena persona, y querido por todos. Mi abuela, también cómplice en el buen sentido del término, que me daba plata a escondidas al igual que hacían muchos abuelos, y que me compraba los juguetes que en aquel entonces mis padres no podían adquirir, como los autitos a control remoto, que me llevaba de paseo en el Ford Taunus verde. Estarán para siempre en mi recuerdo, aunque suelo resistirme a ir al Cementerio para dejarles flores o lo que fuere. Podría seguir extendiéndome, pero eso es todo por ahora. Hay mucho para contar, y quedará para otra ocasión. Punto final. 

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