Siempre traté de mantenerme equilibrado, tanto en mis facultades mentales como en mis opiniones. Si hay algo que me saca de quicio, es sentir que he perdido el control. Me ha sucedido en determinadas ocasiones, no lo voy a negar. A más de uno que me está leyendo le habrá pasado en alguna etapa de su vida. Cuando la angustia y la impotencia te superan, no alcanzan tu temple y tu fuerza de voluntad. Te sentís desbordado, y se trata de una situación que se lo deseo a nadie. Para mí, lo fundamental es refugiarse en los afectos cercanos, pero sin desbordarlos, de lo contrario los estaríamos usando como una esponja para que absorban todos nuestros problemas.
Tiene que haber una
retroalimentación. Es decir, cuando los demás la están pasando mal, también es
lógico estar al pie del cañón, brindar compañía, y no actuar con mezquindad. Con
el tiempo he comprobado que hay mucha gente que te usa como paño de lágrimas, y
a mí no me agrada entrar en ese juego. Ni siquiera tienen algo bueno para
contar, todas son pálidas. Hay gente que se vuelve muy pesada, incluso, ante
desconocidos. Les cuentan sus aflicciones, su tristeza, su soledad… Y el problema
es que un desconocido poco puede hacer para mitigar ese sufrimiento, si
realmente le interesa. En mi caso, tengo dificultades como todo el mundo, pero
trata de no agobiar a mi familia con ellas. Puedo pedirles un consejo, una
sugerencia, pero las decisiones que yo tome serán responsabilidad mía, no puedo
culpar a nadie por eso, no es lógico. La amistad puede otorgarnos cierta
confianza para contarle a un tercero que nos sentimos mal, pero cuando se
vuelve recurrente, parece una letanía, es cansador, a nadie le resulta
relevante escucharlo. Muchas veces experimentamos esa desazón por factores que
nos son ajenos, no tienen nada que ver con nosotros. Por supuesto que nos
afecta la situación del país, la falta de dinero, o lo que fuere, pero habría
que preguntarse qué podemos hacer nosotros para revertir ese amargo presente.
Seguramente algo se podrá hacer, y eso varía de persona a persona.
Al final, me
anoté para hacer dos cursos este año: Auxiliar en Marketing y Administración de
Bases de Datos. Ninguno de los dos dura todo el ciclo lectivo. El de Marketing
arranca en marzo y finaliza en mayo; y el de Bases de Datos arranca en mayo y
concluye en diciembre. Lo importante es lo que pueda aprender algo de ellos. Me
costó decidirme por los dos, porque este año no había tanta variedad como el
año pasado. De hecho, me hubiera gustado aprender Portugués, un curso que
estuvo disponible en 2024 pero que ya se discontinuó. No sé con qué criterio
armaron la planificación de este año, y si vamos al caso tampoco interesa. La
realidad es que los que quieran ser alumnos deben elegir dentro de la oferta
existente. Y si bien uno puede tener afinidad con algún curso, lo lógico es que
a mayor disponibilidad haya mayor variedad. Estoy convencido de que los días
que vendrán serán los mejores. Sólo hace falta tener un mayor grado de resiliencia
para sobreponerse ante la adversidad. Todo lo demás corre por cuenta nuestra,
sin excusas, sin quejas vanas y repetidas. Mientras tanto, el ejercicio del
periodismo no descansa. Y estoy determinado a dar pelea como lo hice cuando
recién empecé a ejercer la profesión, y me gané muchos enemigos dentro del
poder. A mí nadie me intimida, porque yo tengo mis cuentas en regla y sé
perfectamente la legitimidad de cada reclamo que hago. Nunca aspiré a ser un
privilegiado, muy por el contrario, siempre actué detrás de la trinchera,
fogueándome como si fuera un principiante, aunque haya acumulado varias décadas
en el oficio. Para mí, la única razón de ser es comunicar con la verdad, le
duela a quien le duela. No busco el reconocimiento masivo, me conformo con hacer
bien mi trabajo y que la audiencia emita su veredicto. Nos estamos viendo
pronto. Punto final.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario