30 de agosto de 2005

DECLARACION DE PRINCIPIOS (PARTE I)



Cada vez que se cumple un nuevo aniversario de la fundación de Lobos (y ya vamos por el 203º), se cede a la tentación de recordar aquellas cosas que hemos perdido. En realidad, debe admitirse que cualquier ocasión es propicia para la nostalgia. Nótese la profunda depresión que produce en el género humano el día domingo, quizá por la inminencia del maldito lunes. De este modo, al día de escogido por los suicidas y los adictos al asado y a la lectura de la revista Viva le sucede otro aún peor, en el cual los asalariados deben retomar la agobiante rutina semanal.
Evidentemente, la nostalgia no pide permiso, simplemente irrumpe en nuestro esquema mental: lugares que ya no están, aromas que han desaparecido, sabores que nos remiten a otros tiempos.
Pero -y he aquí el problema- deberíamos contemplar la posibilidad de que el deterioro de nuestra calidad de vida se deba a esa incapacidad crónica para aceptar que no todo tiempo pasado fue mejor.
Si fuimos alguna vez una comunidad próspera y pujante, no hay motivos para suponer que no podamos volver a serlo.
Deberíamos plantearnos, ante todo, qué perfil de ciudad pretendemos para Lobos. A menudo se confunde la encomiable tarea de fomentar el turismo, con la velada intención de concebir una “ciudad-country”, al estilo de Pilar, donde quienes han nacido y crecido allí ven desdibujada su identidad cultural ante el avance de los barrios privados que brotan como hongos.
Los cambios que se van dando en la sociedad moderna se extienden cada vez más rápidamente de las grandes metrópolis a los pequeños centros urbanos. La brecha que existía entre las grandes ciudades del país y los asentamientos urbanos periféricos se ha reducido considerablemente. En consecuencia, éstos últimos resultan más permeables a los vicios y virtudes que los medios masivos de comunicación difunden a diario. Alguien nos hizo creer que tener un televisor “plasma” o una conexión a Internet, por sí solos, son sinónimos de progreso. Hace tres décadas, un viaje a Buenos Aires era todo un acontecimiento para los “pajueranos” del interior (mote con el que se nos conocía pasando la General Paz). En la actualidad, quien no deba realizar un trámite administrativo o una consulta médica de urgencia puede prescindir de viajar a Buenos Aires sin que ello le impida acceder a las opciones de confort, consumo y esparcimiento de “la reina del Plata” ofrece.
Lobos se vive. Lobos se sufre. Lobos se siente en cada nueva calle pavimentada, en el llanto de un niño recién nacido, pero también en cada fábrica que cierra y en la destino ingrato del anciano que pasa sus días postrado en una cama. Lobos es el reflejo de una sociedad, ni más ni menos. Suele decirse que a un pueblo lo define su gente. Y nuestra gente a menudo alienta enconos, discusiones estériles, suspicacias que nos limitan como cuerpo social y nos impiden crecer. Seguramente el lector estará cansado de escuchar a licenciados, “opinólogos”, y pensadores de diversas vertientes –no sólo en Lobos, justo es decirlo- aludir reiteradamente a “la crisis de valores”, o bien a que “se ha trastocado la escala de valores”. La pregunta es: ¿Alguien asume un compromiso genuino con lo que está diciendo, o es una “frase comodín”, carente de sentido, que nos gusta repetir en reuniones sociales para demostrar nuestro grado de preocupación con la situación actual?
El ejercicio mediático de la política contribuye a que conozcamos a un concejal por la foto, por lo que vemos publicado en tal o cual diario, pero no por haber escuchado su intevención en el recinto deliberativo.
En un año electoral, deberíamos plantearnos de qué manera queremos estar representados al momento de la toma de decisiones que nos involucran a todos.
Nos aguardan tiempos complejos, en los que necesitaremos de personas capaces, a quienes no les tiemble el pulso para votar una ordenanza por sus propias convicciones y no por mera “disciplina partidaria”.
Otra paradoja: cuando estamos alejados de Lobos, extrañamos esta tierra que nos vio nacer. Cuando estamos aquí, renegamos de ella.
Uno de los mayores aportes a la racionalidad que podemos hacer es no creernos imprescindibles. Lobos seguirá existiendo, con o sin nosotros. Tratemos de desempeñarnos en nuestros quehaceres de la mejor manera posible, sin estridencias ni actitudes de divismo.
La búsqueda por la verdad no debe detenerse nunca y es una tarea que debe asumir como propia cada uno de nosotros. Quien cree que el periodismo es el único ámbito en el cual debe develarse la verdad está desconociendo el valor de las instituciones democráticas.
Pero también hay un Lobos pujante, creativo y solidario. Con jóvenes que dibujan, pintan, diseñan, construyen, escriben. En tiempos recientes, la ciudad cuenta con un florecimiento de las actividades culturales, en sus diversas manifestaciones, que contribuyen a elevar el espíritu por sobre lo fugaz e intrascendente. La lectura y consulta de material bibliográfico en general, sea cual fuere la naturaleza de éste, es una de las actividades más gratificantes que puedan existir, por cuanto permite al lector tomar contacto con otras realidades.
La estridencia del devenir cotidiano, que nos aturde y nos impide reflexionar, encuentra un bálsamo apropiado en las bibliotecas. Muchas de ellas fueron creciendo con el aporte de colecciones particulares, que fueron sumando en sus ananqueles volúmenes imposibles de hallar en las librerías. Textos que no han vuelto a editarse o que resultan demasiado onerosos para ser adquiridos, encuentran cálido refugio en nuestras bibliotecas.
El Grupo de Apoyo a la Cultura es otra institución que no podemos dejar de mencionar. Que se haya conformado un grupo de personas con ganas de trabajar desinteresadamente para ofrecer charlas, exposiciones y disertaciones, y para rescatar del olvido a tantos hitos de la historia pueblerina, es un orgullo para todos los lobenses.
La cultura no es algo que se “tiene” (como generalmente se dice), sino que es una producción colectiva y esa producción es un universo de significados, el cual está en constante modificación.
Por todo esto, por lo que somos capaces de hacer, por el potencial de nuestra gente, por el empeño de los que no bajan los brazos y deciden seguir luchando, es que 36.000 personas hoy han decidido tomar a Lobos como lugar de residencia. Desde luego, ello no implica asumir posturas intolerantes –cuando no reaccionarias- ante quienes emigraron hacia otros puntos del país o del mundo. Cada uno sabrá las razones –todas personales, todas atendibles- que lo llevaron a tomar esa determinación.


Partiendo de esta línea de razonamiento, quizá sea posible que cuando llegue el ocaso de nuestros días podamos decir, orgullosos (o en el peor de los casos, con cristiana resignación): somos lobenses.

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