Me molesta terriblemente el fundamentalismo dogmático, la radicalización de las ideas, el hecho de que con sólo intentar un debate sobre lo que ocurre en el país se produzca un enfrentamiento entre personas que solían tener una buena relación. No se trata solamente de ser K o "Anti K", sino del modo que tenemos los argentinos de no respetar la opinión del otro. Sin embargo, hay algo muy cierto: respetar las opiniones del otro no significa cambiar las propias. Yo creo que vivimos un diciembre convulsionado, con políticos que obviamente buscar sacar rédito de esa situación. No me referiré nuevamente a los saqueos porque ya les dediqué bastantes líneas del blog. Me refiero a cómo somos, fíjense por ejemplo cómo cualquier boludo se cree solidario porque deja un paquete de harina o de polenta en un comedor. Es un gesto, nada más, que no te hace ser mejor persona. Ser solidario implica, entre otras cosas, no hablar por celular en el auto, respetar las reglas de tránsito, no arrojar la basura en cualquier lado, no tomar alcohol en exceso uno sabe que no podrá controlar su comportamiento o reflejos, y la lista sigue.
Cuando estoy debatiendo con alguien (sobre el tema que sea, desde fútbol hasta cine), es casi obvio poner ciertas condiciones: no interrumpir, dejar que el interlocutor pueda argumentar, y no caer en la bajeza del insulto o al agravio, que es el modo más fácil de arruinar todo lo que podría ser una buena conversación entre dos personas "civilizadas". Por supuesto, en el fragor de una discusión, podemos reaccionar con cierta virulencia, pero una de las cosas que aprendí con los años es que primero hay que escuchar y después hablar. Estas consideraciones no las hago por ninguna persona en particular, sino que es algo que me ha sucedido en distintas ocasiones. Entonces es cuando uno se harta de todo y dice: "Ya está, no sigamos más con esto, pensá lo que quieras, monologá todo el tiempo que tengas ganas, no pienso seguir perdiendo el tiempo en una conversación que no va a ningún lado". Punto final.
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