19 de septiembre de 2021

Un espejo de 48 horas, pensando en lo que vendrá

 Es sábado por la medianoche, y antes de refugiarme en las sábanas hasta el día siguiente, me nació escribir esta nota como una expresión de gratitud hacia lo mucho que me ha dado la vida. Mi trabajo, si bien cansa o agota como cualquier otro, no es un trabajo pesado: no tengo que cargar bolsas de cemento, ni recoger las bolsas de residuos. De vez en cuando, si me sobran unos mangos, hasta puedo darme algún gusto personal, esto sucede cada vez con menor frecuencia, pero no me falta nada que sea motivo de queja. El 90 % de los textos que escribo dejan entrever invariablemente un reclamo, una queja. Por lo general derivan de un hecho puntual y con el tiempo ya deja de fastidiarme. Eso sí: siempre trato de fundamentar esa percepción. Pero vos te ponés a pensar: este fin de semana trajo consigo unos días espectaculares, pude hacer casi todo lo que me había propuesto para hoy, y lo demás es futuro, no existe aún, por obvio que parezca decirlo. 

Ya es domingo por la mañana. Para mí, ser periodista es una elección y una vocación. De algún modo, es lo mejor que me pudo pasar en la vida, aunque quizás en un pueblo chico uno sienta a veces que todo lo que vos digas o hagas es objeto del escrutinio público. Si estuviera en un medio nacional, sabría de antemano que me tendría que bancar dos o tres puteadas por día. Cuando te enroscás demasiado en este tipo de cosas, empiezan los problemas, a menos que las personas que te cuestionan tengan razón, ya sea porque omitiste mencionar algún detalle, o porque la noticia no fue redactada de una forma que se considera imparcial. 

Es hora de reafirmar que la objetividad plena no existe, es sólo una aspiración que te inculcan en las academias de periodismo, pero imposible de llevar a la práctica en el ejercicio diario de la profesión. Ojo, tomar partido por una determinada causa no te convierte en un periodista "militante". Para eso tenés a gente como Brancatelli, o Dady Brieva, y en ambos casos ni siquiera merecen llamarse periodistas. Son  opinólogos incondicionales, y que reciben unos cuantos billetes por mes a cambio de mantenerse siempre dispuestos a ir al choque. 

¿Con qué autoridad gente como Baby Etchecopar sale a agitar a la clase media, cuando este engendro fascista maneja un auto de alta gama, un Porsche, que vale millones de pesos? ¿O el Indio Solari, que pregona el "aguante" kirchnerista habiendo amasado una fortuna de 13 millones de dólares, que le permitieron comprarse un piso en Nueva York con vista privilegiada al Central Park y una mansión en un barrio residencial de Buenos Aires? Claro, uno siempre puede argumentar que la plata se la ganó trabajando. En el caso de Solari, como líder de una de las bandas más icónicas del rock argentino. La contradicción es que ellos viven como burgueses y discursean como bolcheviques. Si no fuera así, no tendría objeción que hacerles.

Mirtha Legrand es una "señora bien" de clase alta, y que apoya a partidos de la derecha, pero nunca lo negó ni lo pretendió disimular. Ese es un mérito que le reconozco.  Cuando le preguntó a Kirchner si se "venía el zurdaje", lo hizo convencida, porque así piensa ella, y está bien. Cualquiera es libre de cambiar de canal y ponerse a ver documentales por Discovery o History Channel. Mirtha no es periodista, pero por momentos "juega a serlo", y le sale bastante bien. La vieja está informada, no vive en un tubo. 

Creo que, casi sin darnos cuenta, vamos cediendo ante la evidencia de nuestra incapacidad para entender lo que nos pasa. Vamos perdiendo terreno frente a los que se manejan bajo el pragmatismo puro y no se permiten analizar. Prefieren la acción efectista al necesario ejercicio de causas y consecuencias. Todo esto no es nuevo. La sociedad sobrevive porque hay un puñado de leyes que la contienen. De lo contrario, esto sería una anarquía, o estaríamos regidos por la "ley del más fuerte". Las personas talentosas, que han demostrado su virtuosismo en las artes y en la ciencia, van dejando este mundo como consecuencia inexorable del ciclo biológico y no se vislumbra en las nuevas generaciones alguien que vaya ocupando esos espacios que quedaron vacantes. No hablemos de "reemplazo": cada persona es única e irrepetible. No habrá otro Michael Jackson, otra Mercedes Sosa, otro César Milstein. Hablemos de capacidades. De desarrollo cognitivo. De madurez para afrontar situaciones adversas, para elevarse por encima de la mediocridad general y ser como una brújula para la manada desorientada que vive el "día a día". Es difícil pensar en una sociedad mejor cuando la educación formal se encuentra en crisis desde hace por lo menos dos décadas y se hacen cambios cosméticos que no van de lleno a la raíz del problema, que no proponen una solución de fondo.

Pero pese a todo, no puedo dejar de mencionar hay pibes extremadamente talentosos, que hacen que la balanza logre equilibrarse un poco. Adolescentes o jóvenes que son promesas de la literatura, de las artes plásticas, de la música. Lo hacen a su modo, en plena era digital, con herramientas que nosotros no teníamos a esa edad. Escuchan música por Spotify, ven películas por Netflix, y está perfecto. Nosotros no lo hicimos porque simplemente había otros formatos que los precedieron, desde la recordada videocasetera hasta el DVD. Los millennials, aprendieron a aprovechar las redes sociales al máximo para darse a conocer. Mensaje final: No todo está perdido, dejemos de hablar de la meritocracia y de entrar en esos debates obsoletos. Yo estoy de acuerdo con que el esfuerzo individual muchas veces no es suficiente si no hay incentivos desde el Estado. Habría que analizar caso por caso, pues un joven con todos los recursos económicos a su alcance puede ser perfectamente inútil o mediocre. El día que entendamos que 2 + 2 no siempre es 4, cambiarán muchas cosas. Punto final. 


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