Lunes en la
ciudad. Últimos días del verano. Ya tengo casi resuelto retomar el gimnasio. Me gusta ir, lo que pasa es
que cada uno, como es natural, hace su rutina, y en consecuencia está
concentrado en ella. Eso hace que no sea el mejor espacio para poder socializar. Me aconsejaron hacer
actividad física grupal para paliar esa carencia, y estoy evaluando la
posibilidad de ir a un gym distinto al que estoy yendo habitualmente. No lo
tengo decidido todavía, lo que me gustaría es que pueda formar parte de un
grupo donde todos tiren para el mismo lado. De todos modos, mi prioridad es
salir del estancamiento en que se encuentra mi físico. Soy relativamente joven,
pero eso no alcanza para suplir ciertas falencias. Estoy más cerca de los 50
que de los 40. Me refugio en el periodismo, que es mi pasión, y trato de hacer
mi trabajo de la mejor forma posible. Antes de escribir cualquier pavada sin
sustento, prefiero no publicar nada, porque si para mí no está bien hecho, no
me inclino a ponerlo a consideración de los demás.
En mis ratos
libres, escucho música, que es un hobby que cultivo hace años. Tengo una
colección de discos (CD), y los voy rotando, un día escucho uno y a la mañana
siguiente otro, además de que también uso Spotify. Hago zapping en la tele en
el horario de los noticieros, que se repiten en su agenda informativa, por lo
cual es lo mismo ver cualquier canal que ir saltando de un número a otro con el
control remoto.
Trato de aprender
de los grandes escritores, detenerme a analizar cómo van tejiendo una trama que
atrapa al lector. Yo hago literatura como hobby, y hasta que no me convenza a
mí mismo de que ese contenido es publicable, no lo haré. Vengo madurando ideas
para futuros relatos, y ese es el camino inicial para desarrollar borradores e
irlos puliendo. El respeto al público significa no subestimarlo ni darle
cualquier porquería sin sustento, aunque pueda tener éxito comercial. En cada
columna que yo redacto me guío por la misma premisa: Escribir sobre un tema
interesante, en el cual sea idóneo, y entender que hay muchas ideas repetidas,
por lo cual hay que redoblar los esfuerzos por escribir narrativa original. Si
vamos a la literatura, hay libros que se han convertido en best sellers y son
malísimos, no tienen calidad. Los escritores amateurs nos conformamos con el
hecho de poder publicar y vender los ejemplares que la editorial haya impreso
para la ocasión.
Los periodistas
que más plata ganan están encorsetados en intereses espurios y reciben una
generosa pauta publicitaria de parte de las empresas. Son los que dominan los
grandes medios de comunicación, sobre todo los canales de noticias. En
realidad, lo que menos abunda son noticias, ya que tienen columnistas sobre
diferentes temas que se dedican a bajar línea constantemente. No informan, sino
que buscan influir en un posicionamiento de la audiencia. Nunca me gustó que el
periodismo se adjudique el rol de formador de opinión. Yo no ejerzo esa
posición, lo único que hago es describir los hechos según mi mirada y dejar que el
lector saque sus propias conclusiones. A lo que me refiero es a que nunca he
buscado erigirme como el depositario de la verdad. Que otros lo hagan, corre
por su cuenta. El público lector no es una masa amorfa que absorbe cualquiera
cosa. Muy por el contrario: Es crítico de esa información que recibe, la
cuestiona en caso de ser falsa o de faltar a la verdad.
Hay gente que
destina todos sus días a pensar. Pero no a pensar cualquier boludez, sino a
barajar posibles soluciones ante los problemas que afectan a la sociedad.
Después viene la fase de la acción, que es la más compleja de llevar a cabo.
Con planificar solamente no se llega a ningún lado. Los
dirigentes y funcionarios cuentan con varios asesores que hacen todo ese
trabajo de diseñar políticas públicas. Y deben aportar alternativas viables, no
salidas de la ciencia ficción. Si nos detenemos a escuchar discursos
grandilocuentes, no iremos a parar a ningún lado. La realidad exige que se
otorgue valor a aquellas soluciones que están al alcance de las autoridades, en
cuestiones tales como la seguridad, las protestas callejeras, la economía, el
comercio exterior, el tipo de cambio, entre otras.
No sé qué les
sucederá a ustedes, pero yo ya estoy cansado de palabras vacías, de discursos
que apelan a la fibras íntimas y emotivas pero que no dicen nada en concreto.
Me aburrí de los líderes mesiánicos que se suben al caballo como si fueran a
cruzar los Andes y apenas pueden dar un trotecito por una calle polvorienta. Ya
no me interesa que me digan “qué” es lo que van a hacer, sino “cómo” lo prevén
hacer. La diferencia es sustancial, porque implica cambiar el eje de la
discusión retórica, dejar de hurgarse el ombligo para ver las necesidades
palpables y concretas que tiene la gente. Tenemos personas que no pueden
esperar a que se implementen planes o proyectos, porque su vida corre peligro,
o bien porque están en una situación de vulnerabilidad social. Son personas que
necesitan de la asistencia del Estado, al menos durante un tiempo, porque están
cayendo en la indigencia como consecuencia de las medidas económicas adoptadas
por ese mismo Estado. Es un tema que daría para largo, porque implica indagar
en la compleja idiosincrasia argentina, que parece repetirse en sus errores e
incongruencias sin que nadie se haga cargo de ello. Nos estamos viendo pronto,
ya metidos de lleno en la cuestión que nos convoca al debate. Punto final.
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