26 de febrero de 2010

Viviendo en el país de lo trucho

Estoy redactando el que quizá sea el último post de febrero. La experiencia me indica que marzo suele ser un mes complejo, seguramente porque el comienzo de las clases y la mayor actividad luego del letargo estival hacen que la labor del periodista sea más ardua. De todas maneras, no me quiero anticipar a los hechos, porque muchas veces durante estos meses hubo muchos días que aparentaban ser "tranquilos" y en los cuales uno tuvo que lidiar con el malhumor, la desidia, y la falta de respuestas a cuestiones que resultan elementales para cualquiera que aspire a tener una calidad de vida aceptable. }

Las instituciones burocráticas están colapsadas, y puedo citar por caso el Registro Civil, donde es un suplicio hacer cualquier trámite por simple que sea. Es probable que no dispongan de suficiente personal, o que el Registro Provincial de las Personas sea el responsable último en la entrega de documentos. Lo cierto es que actualmente muy poca gente tiene acceso al nuevo "DNI tarjeta" que anunció el Gobierno. Hace tiempo vengo diciendo que los DNI vigentes (la clásica libretita de tapas verdes) resultan totalmente obsoletos y fáciles de falsificar y adulterar. Los informes televisivos dan cuenta de verdaderas mafias que evidentemente tienen algún contacto con un empleado del Registro que se dedica a esa infame tarea. 

Vamos de nuevo: Esto implica que una persona con antecedentes penales puede cambiar su identidad con un nuevo nombre o una foto que le garantice impunidad, para obtener una notable metamorfosis e infiltrarse dentro de la sociedad. Paradójicamente, vivimos en un país en que todavía hay personas que bregan por encontrar su verdadera identidad porque sus padres biológicos fueron secuestrados y asesinados durante la dictadura. 

Obviamente, quienes hacen estas maniobras con los DNI apócrifos ni siquiera se han puesto a pensar en lo que costó que la Argentina pudiera comenzar a devolverles a los hijos y desaparecidos el nombre y apellido que les corresponde por derecho. 

Tal vez me esté yendo por las ramas con este planteo, pero siento que hay un hartazgo de la sociedad ante lo trucho, ante lo falsificado, al menos en cuestiones como éstas. Una cosa es comprar un DVD pirata, y otra muy diferente es hacer lo propio con su pasaporte o con un DNI. Al menos por una vez, en temas tan sensibles como estos que permiten todo tipo de aberraciones, deberíamos imitar los modelos adoptados por los países desarrollados, ¿no creen? 

 Mejor pongo un disco de Los Beatles en la compactera ("Past Masters", tal vez) y me acuesto a dormir. Nos vemos!

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