13 de enero de 2014

Día de limpieza

Dentro de los quehaceres domésticos, no hay tarea más ingrata que la limpieza del baño. Ayer me tocó hacerlo. Cuantos más artefactos (inodoro, bidet, ducha, etc) y recovecos tenga el sanitario, mayor tiempo demandará la limpieza. Por lo general, en el lavatorio suelen acumularse restos de jabón, de espuma de afeitar, cabellos que quedaron atascados en el desagüe...en fin. Hasta ahí, no resulta demasiado problema. Hay que recurrir a un arsenal de productos como desinfectantes, lavandina, el famoso "puloil" (creo que todavía se llama así), y armarse de paciencia. 

Ya cuando nos dirigimos al inodoro y al bidet, la cosa roza lo escatológico. Se comienza limpiando el asiento y la tapa del excusado, y luego se pasa una escobilla con lavandina en el interior del mismo. El bidet, por su parte, suele albergar en cualquier casa algunos pendejos del culo que uno se ha lavado en su momento. En tal caso, la tarea consiste en retirarlos y volver a desifectar. 

Luego queda repasar los azulejos, quitar los hongos, limpiar el espejo del botiquín, barrer el piso y pasar el trapo con detergente. Todo este procedimiento que acabo de exponer, si se hace meticulosamente, demanda al menos una hora y abundante sudor. 

Si por mí fuera, echaría un chorro de lavandina por aquí, otro por allí, y con eso bastaría. Pero como la casa donde vivo es de mis padres, la limpieza debe hacerse conforme a lo que ellos consideran satisfactorio. En el botiquín del baño, por lo general, uno encuentra de todo: pomadas, crema de afeitar, brochas, prestobarbas, alcohol etílico, curitas, y todo lo que puedan imaginarse. Como en aquel memorable capítulo de "Seinfeld", si uno comete la indiscreción de abrir el botiquín de una casa ajena se encontrará con un cuadro similar. Un consejo: limpiar el baño periódicamente antes de que se convierta en el hogar preferido de microbios y bacterias. Punto final.

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