A diez días de las elecciones, podemos decir que al menos en el orden nacional, no habrá sorpresas: se impondrá Scioli, en tanto que Macri y Massa se disputan la posibilidad de llegar al ballottage, ese engendro que fue uno de los condicionamientos de los radicales para el Pacto de Olivos y la posterior reforma constitucional de 1994. Por un momento me pongo en la piel de estos tres tipos: seguramente van a cuatro o cinco lugares por día, dan conferencias de prensa, deben responder siempre con alguna "chicana" para el adversario de turno, y así será hasta que llegue la veda. Veda que es prolijamente violada en las redes sociales como Facebook, debido a que hay un vacío legal que nadie se preocupó demasiado en corregir.
Hoy, haciendo zapping, lo vi fugazmente a Scioli en una aparición televisiva en Córdoba: el tipo estaba demacrado, respondía casi como un autómata, tenía unas ojeras terribles, y su semblante no demostraba mucho interés en estar allí. Pero está en juego nada más y nada menos que la Presidencia, y la ambición sin límites ante tan tentador bocado hace que los candidatos lleguen al límite de sus fuerzas para convencer a los indecisos. Hoy hablaba de esto con un amigo, y para mí que estos tres están medicados con algún ansiolítico, no creo que puedan descansar o conciliar el sueño tan fácilmente sabiendo que al día siguiente los espera una jornada agotadora. Estas campañas no son como las de Alfonsín y Luder, o Menem y Angeloz: hay mucho Twitter, mucho Facebook, mucha boludez dando vueltas. Como sucede en el deporte, todos van a querer tener una foto con el campeón. Punto final.
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