Llegamos al último día del mes. Llueve torrencialmente en la ciudad, no hay mucho para hacer. Me parece que hoy me voy a quedar guardado en casa, no tengo ganas de gastar plata al pedo. Hay un descenso de la temperatura que –según dicen- se extenderá hasta mañana. Vamos a ver si en los próximos días hay una mayor actividad por fuera de la campaña política. La semana que viene vuelvo a grabar el programa de tele, la verdad es que hace rato que me tomé un receso y ya es tiempo de reanudar el ciclo. No quiero repetir invitados de temporadas anteriores, pero es difícil encontrar a alguien nuevo que tenga algo interesante para decir. Si tengo que trazar un balance de agosto, diría que ha habido momentos gratificantes y otros complicados. A decir verdad, este año no es el mejor para mí, pero en lo cotidiano no me detengo a pensar en eso. Ya llegará el momento de buscar revancha.
Si hay algo que aprendí es a no tomarme
la vida tan en serio. Nunca es bueno hacer una novela de problemas triviales y
corrientes. Hay que ser capaz de adaptarse a diferentes situaciones. Si vamos
al caso, yo no me puedo quejar, me refiero a que he logrado metas que ni
siquiera imaginaba y que uno da por sentado que las tiene. Entonces no las
valora en su justa dimensión. Hay gente que la está pasando realmente mal, no
debería quejarme “de lleno”, como diría mi vieja. Si las cosas no salen bien,
hay que aceptarlo, ya habrá tiempo para mejorar. Eso es lo que pretendo
expresar cuando digo que la vida siempre da revancha. Nada es tan grave como la
pérdida de un ser querido, para eso no hay remedio que valga. Deberíamos ser
más empáticos como para entender que no somos el ombligo del mundo, nos hace
falta tener una mirada amplia de lo que sucede a nuestro alrededor, no dejar
que el árbol nos tape el bosque. Damos por sentado que todos los días tendremos
un plato de comida, cuando hay personas que no llegan a cubrir sus necesidades
básicas. Ahora que lo pienso bien, debería quejarme menos. Sé que lo seguiré
haciendo, porque uno nunca está satisfecho con lo que hace o con lo que tiene, pero lo menos que puedo intentar es no renegar de todo lo que me pasa. Otro
factor importante es que no debemos mirarnos en el espejo de la desgracia ajena
para que nos sirva de consuelo. De lo que se trata, es de aprender a darle
valor a lo que supimos construir.
Faltan cuatro
meses para que termine el año, y todavía es posible que el balance final dé un
saldo positivo, no lo sé. Creo que es bueno empezar a cuestionarse, a hacerse
preguntas. Mediante ese proceso de indagación se puede arribar a conclusiones
más profundas y esclarecedoras. Todos hemos pasado por etapas en las cuales la
suerte nos fue esquiva. Pero a veces es bueno mirar hacia atrás para tener
verdadera dimensión de lo que logramos en todo este tiempo. Creo haber hecho
bastante, pero no me puedo relajar en lo ya conseguido, ni conformarme con eso. Sí puedo afirmar que me sirve de estímulo para saber que estoy en condiciones de afrontar nuevos
desafíos. Cada uno tendrá en mente distintos objetivos, pero lo fundamental es
que sean metas concretas y reales. No se puede vivir de la ilusión. Y como
mencioné en el párrafo anterior, quejarnos constantemente porque las cosas no
se nos dan no sirve de nada. Lo único que logramos con eso es hartar a quien
nos está escuchando, porque nos convertimos en personas demandantes e
insoportables. A tenerlo en cuenta en lo sucesivo. Nos estamos viendo pronto.
Punto final.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario