Ultimo día de
septiembre. Transitamos el final de un mes que tuvo momentos de mucha
intensidad, comenzando por las elecciones del 7/9 y siguiendo con las
repercusiones del resultado de los comicios, la reacción de los mercados, la
respuesta del Gobierno, y el salvataje provisorio de EE. UU. Ahora entramos en
la recta final del año, y es difícil pronosticar qué nos depararán los últimos
meses de 2025. A veces no somos conscientes del paso del tiempo, tal vez porque
estamos acostumbrados a vivir en piloto automático. No somos capaces de valorar
y disfrutar del día a día. La vorágine del ritmo de vida actual, que antes era
propio de las grandes ciudades, se ha propagado a los pueblos del Interior. Todavía
existe la hora de la siesta, ciertos rituales que se mantienen, pero por lo que
he visto en tiempos recientes, ya no se vive con la misma tranquilidad de hace
20 o 30 años. Son tantas las cosas que han cambiado que es imposible
enumerarlas en su totalidad. No puedo decir con certeza qué factores han
incidido, pero lo que se ve en Lobos es que la gente circula muy apurada en sus
vehículos, siempre con prisa, y no se dan cuenta de que están librando una
carrera absurda, porque llegar a determinado lugar 5 minutos antes o después no
hace la diferencia. Por otra parte, en Lobos la fisonomía de la ciudad se fue
adaptando a los hábitos del público joven, pero aquellos que ya peinamos
algunas canas no tenemos muchos lugares que nos identifiquen. Tiene que ver con
el sentido de pertenencia, que no florece si hay locales comerciales de vida
efímera. Si todo es tan fugaz y descartable, uno no puede sentirse partícipe de
ese espacio que comparte con otros vecinos. Los clubes de barrio, por ejemplo,
no suelen ser frecuentados por adolescentes. En la cantina los viejos juegan al
truco o matan el tiempo con un partido de bochas. El fenómeno de los cafés de
especialidad está sepultando la identidad de los viejos bares que supimos
conocer, donde el café era para todos los parroquianos por igual, donde se
podía pedir un vaso de vino berreta o una copita de licor sin quedar catalogado
como un dinosaurio. La decoración de los locales posmodernos es siempre la
misma, lo único que cambia es el nombre del negocio, pero fuera de eso es
difícil encontrar rasgos que distingan a un lugar de otro. Posiblemente sea una
moda, y como tal, en algún momento comenzará a languidecer, cuando deje de ser
una novedad y la zona céntrica de la ciudad vuelva a reinventarse con otra
propuesta comercial. Lo que es digno de destacar es la visión del dueño de un
emprendimiento cuando logra detectar una necesidad, algo que el público está
demandando, y destina su inversión a satisfacer ese nicho del mercado.
En el tiempo que
resta hasta el final del año, es fundamental tener una mirada amplia para que
el balance de los 12 meses arroje un resultado positivo. En mis últimos
posteos, por ejemplo, mencioné que este año no ha sido muy provechoso en el
plano personal. Sin embargo, estoy convencido de que tuvo buenos momentos. Es
evidente que cuando me propuse analizar este ciclo, no he reparado en esas
buenas rachas, y por lo tanto no les he otorgado una valoración significativa.
Por lo general, el tránsito por etapas de crisis e incertidumbre hacen que la
balanza se incline hacia lo negativo. Si nos tocó atravesar situaciones
difíciles, no caben dudas de que dejarán
huella en nuestra memoria y en nuestro futuro accionar. Pienso que lo
más importante es descubrir que hemos aprendido algo de ese recorrido aciago.
Cuando todo marcha sobre ruedas no es frecuente que pensemos en haber aprendido
una lección, simplemente nos dejamos llevar, porque queremos disfrutar de ese
viento a favor. En cambio, si las cosas no salen bien, el único consuelo que
nos queda es decir que nos sirvió para corregir el rumbo. A priori, podríamos
afirmar que nada puede ser tan terrible como para opacar por completo lo
sucedido en el transcurso de un año. Pero todos sabemos que lo imprevisible, lo
imprevisto, es parte de la vida misma. El camino se hace al andar, no hay nada
escrito con anterioridad. La mayoría de nosotros tenemos que tomar decisiones
urgentes, contra reloj, en situaciones críticas. Y si no tenemos margen para
evaluar posibles consecuencias, todo se vuelve más difícil. A nadie le agrada
tener que decidir bajo presión, pero lo cierto es que es algo que se da en el
común de los casos. Todos hemos escuchado alguna vez historias de resiliencia
sorprendentes, de personas que sufrieron la pérdida de un ser querido y pese a
ello supieron hacer el duelo y seguir adelante. No todos pueden recuperarse
luego de haber vivenciado un golpe semejante, y es oportuno recordar que el
duelo es un proceso cuya duración no es exacta, y va variando de una persona a
otra.
Lo que podemos
rescatar de esta nueva etapa que se inicia, es que estamos quemando los últimos
cartuchos de 2025. Si no hemos podido sacarle el jugo al año en los meses
previos, tenemos tiempo aún para intentar paliar ese déficit. Vamos a apostar
todas las fichas en estos meses finales, que pueden tener sabor a revancha en
el caso de que nos estemos quedado sin incentivos. Siempre es posible salir delante
de la adversidad, lo que varía en cada persona es el plazo que necesitamos para
lograr esa recuperación. Todavía tenemos chances de dar vuelta la historia y de
cerrar este ciclo con una mirada optimista. La suerte está echada, sólo se
trata de vivir. Nos estamos viendo pronto. Punto final.