5 de junio de 2009

La vejez, divino tesoro


Segundo post del mes. Esta vez tardé unos días más de lo habitual en redactar un texto nuevo, en parte porque tuve que cubrir distintos actos políticos que no me hacen mucha gracia pero que son propios de una campaña electoral. No pienso referirme más al tema, al menos en este espacio, dado que siempre, desde hace casi 4 años, he evitado referirme a cualquier tipo de campaña y menos aún a hacer especulaciones y futurología sobre los resultados de una elección. No sé si alguna vez se han puesto a pensar, pero muchas personas honestas, nobles y honradas mueren demasiado pronto, cuando tenían todavía mucho para dar y para disfrutar de su paso por este mundo. Los dictadores, los compradores de voluntades y los mercaderes de la conciencia ajena por lo general gozan de una vejez (o de una longevidad, en todo caso) inmerecida. Por supuesto, no podemos esperar justicia en el ciclo biológico de una persona más allá de los rasgos que la definen, pero se trata de un hecho que no deja de llamarme la atención. La vejez y los achaques son motivo de preocupación para la mayoría de la gente, aunque algunos no lo admitan públicamente. Nadie quiere terminar recluido en un depósito de ancianos (como lo son algunos mal llamados geriátricos), ni mucho menos sufrir el progresivo abandono de familiares y amigos, que dejan al anciano en cuestión con la sola compañía de un televisor en uno de estos decandentes hospicios a lo que he hecho referencia. Los gobiernos parecen preocuparse mucho por la mortalidad infantil, o por brindar contención a los menores, pero no se advierte el mismo énfasis para quienes están en el último tramo de su vida. Es así como la experiencia de haber vivido, las anécdotas que cada persona lleva consigo, y el privilegio de haber sido testigo de un contexto histórico determinado permanecen en el olvido y en la indiferencia. Hace pocos días murió la última sobreviviente del Titanic, que debió vender sus recuerdos de aquella tragedia para poder solventar su estadía en un geriátrico. El último sobreviviente de la Primera Guerra Mundial murió en Australia en condiciones similares. No sería extraño pensar que en esta Argentina de "memoria selectiva" existan historias semejantes, de desidia y dejadez hacia quienes fueron parte de la historia moderna.

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