28 de octubre de 2009

Busquemos el equilibrio justo

Hola, amigos, cómo están? Mientras estoy redactando este posteo, debo decir que lo hago sin saber aún si será el último del mes. Me he propuesto escribir todo cuanto me sea posible, en la medida que crea que tengo algo interesante (ponele) para contar. Hoy viajé hasta la Laguna para cubrir una nota, y cuando salía del lugar de la conferencia de prensa, detuve mi vista por un momento en el espejo de agua, totalmente manso, ajeno a los vendavales y a los temporales feroces de hace unos días. Realmente conservo esa imagen en mi memoria como una de las más gratificantes del día. 

La contemplé desde lejos, al atardecer, y el agua yacía sobre el lecho como lo hace un gato perezoso. Me lamento de no haber sacado fotos, y en parte no lo hice porque estaba apurado por volver a Lobos. Además, no había buena luz natural. Pero la mejor lente fotográfica son mis ojos. Me gusta más la experiencia de viajar a la Laguna un día hábil, como lo hice durante años cuando fui docente, que hacer lo propio un fin de semana, cuando la tranquilidad de la Villa Logüercio, donde residen de manera estable alrededor de 300 personas, se ve alterada por turistas bulliciosos del Conurbano, que los lugareños toleran porque saben que aportan divisas a los comercios de la zona. Es difícil encontrar lugares agrestes, donde el hombre no haya arruinado la belleza natural con un cartel, con edificaciones torpes y de mal gusto, o simplemente arrojando basura de un modo desaprensivo. A veces la mano del hombre es necesaria para hacer que un sitio resulte habitable o adecuado para acampar. Pero debe hacerse con mesura, respetando los límites que impone la naturaleza. No tan lejos de la Argentina, en la selva amazónica, el saqueo de las entrañas de la tierra es cotidiano. Por eso, no caigamos en la ingenuidad de pensar que Brasil es una superpotencia desarrollada y que nosotros somos la Cenicienta del Continente. Ni una cosa ni la otra.

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