Martes por la noche en la ciudad, una jornada no tan fría como sus antecesores. El domingo por la noche, haciendo un repaso mental de las tareas pendientes para la semana, me encontré divagando con la filosofía barata mientras intentaba dormirme, me puse a pensar en lo poco que podemos hacer para cambiar las cosas: corrupción, clientelismo, delincuencia, tráfico de drogas, y la lista sería infinita. No tenemos absolutamente ningún poder para decidir sobre estas cuestiones. Los gobernantes se sientan en la misma mesa que los empresarios y negocian cómo enriquecerse cada vez más, mientras les arrojan algunas migajas al pueblo, acto que será anunciado, desde luego por Cadena Nacional.
A medida que uno va creciendo, aparecen las canas y se esfuman los ideales. Todo lo que podemos hacer es conformarnos con vivir una vida tranquila, y además deberíamos sentirnos privilegiados si lo logramos. La mayoría de la gente vive alterada, presionada y maltratada por sus empleadores, con sueldos miserables que no alcanzan para invertir, fijarse metas y proyectar una realidad distinta.
Mi escepticismo hacia la política (y los políticos) es absoluto, aunque todos podemos tener simpatía por algún legislador solitario que hizo honor a su función asistiendo a las sesiones y argumentando con solidez y convicción en los debates.
En lo que a mí respecta, fuera de mi familia y mis amigos, no me importa nadie más. Quiero que esto se entienda bien. Por supuesto, hay personas que por distintos motivos me caen bien, pero no me importan lo suficiente. Me concentro en mi círculo íntimo, porque sé que son los únicos que van a estar a mi lado cuando me suceda algo ingrato.
Al focalizar nuestro afecto hacia quienes realmente valen la pena, evitamos el sufrimiento y el desgastes de una relación que no conduce a nada y nos sentimos contenidos emocionalmente por gente que nos conoce y nos quiere de verdad.
Blog de Lobos, ARG, desde hace 20 años en la Web.
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