Excepto algunos sectores de extrema derecha, la mayoría de la opinión pública coincide en que durante la última dictadura militar se perpetraron hechos aberrantes, que deberían avergonzarnos como nación. Pero es momento de decir basta. La manipulación que este gobierno hace de los Derechos Humanos, hurgando en la década del '70 para obtener un indisimulable rédito político y justificar la guerra que le ha declarado a la prensa que no le es adicta, está provocando un hastío social evidente y la sensación de que nos hemos quedado en 1976. Yo no necesito escuchar dos horas un discurso de la Presidenta por Cadena Nacional para que me explique, con tono didáctico, qué ocurrió en aquellos años. Vi "la República Perdida", leí el "Nunca Más", tuve oportunidad de conversar con personas que estuvieron en cautiverio y que me relataron sus padecimientos y la incertidumbre de no saber qué sería de ellos. No somos chicos de escuela como para nos sienten en un pupitre y se tomen el trabajo de decirnos lo mucho que se preocupan por nosotros y por quienes nos precedieron. Demagogia barata, apelando a la noche más negra de la historia argentina, para iniciar una ofensiva contra los medios. Jugar a todo o nada, como hacen los Kirchner, es jugar con fuego. Por favor, no me hablen más de 1976, porque el matrimonio presidencial se dedicaba a la industria del juicio y a rematar propiedades durante la dictadura, en Santa Cruz. No revuelvan los archivos buscando titulares de "Clarín" o de "La Nación" de aquella época. Es un recurso tan bajo como lamentable. Y además, es un insulto a los millones de argentinos que diariamente eligen a los dos diarios más importantes de la Argentina como medio de información.
Lo lamentable es que este Gobierno tiene una asombrosa capacidad para arruinar sus aciertos. Nobleza obliga, hay que reconocer que sin demasiado esfuerzo logró reactivar la economía y darle un respiro a la clase media luego de la debacle de 2001. Logró hacer descender el índice de desempleo, y por un momento creímos que nos aproximábamos a un país normal del Tercer Mundo. Pero el romance con el modelo chavista y la falta de una política que nos asegure un autoabastecimiento de energía nos condenaron a tener que rogar para que no venga una ola de calor, o un invierno crudo. Podría seguir enumerando los infinitos tropiezos de esta gestión de Gobierno, pero todavía tengo la mínima esperanza de que prevalezca la razón por encima del revanchismo y el camuflaje ideológico.
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