19 de diciembre de 2011

10 años después


Hoy se cumplen diez años de la crisis de 2001, que derivó en la renuncia de De la Rúa y en un caos social sin precendentes. Como era previsible, los programas "de archivo" se están haciendo un festín desempolvando imágenes que aquellos momentos de represión y muerte. Una década después, me parece que tenemos que indagar en las razones de la crisis más que en los responsables de ella. De la Rúa y Cavallo se transformaron en focos de la indignación popular, y muy pocos admiten hoy que ambos fueron funcionales a un modelo que gozó de un gran apoyo en su momento. La gente no quería salir de la convertibilidad, por eso el gobierno de la Alianza mantuvo la paridad peso-dólar hasta las últimas consecuencias. Los diarios de mayor circulación (especialmente La Nación) fueron muy complacientes con De la Rúa, y recurrieron a miles de eufemismos para ocultar la realidad. Lo que más me preocupa, es que tengo la sensación de que diez años después no hemos aprendido nada. Pasamos por la peor crisis de la historia, pero seguimos equivocándonos, esperando que el Estado nos brinde todo, no esforzándonos por alcanzar metas propias.

La mentalidad del argentino promedio sigue siendo la misma que en 2001. Como escribí en un post anterior, no nos importa demasiado del otro, mientras estemos bien nosotros. Toleramos la corrupción y sólo reaccionamos cuando nos tocan el bolsillo. Somos el país más "anti-americano", pero en secreto más de uno desearía irse a vivir a EE. UU. Y, por supuesto, añoramos los tiempos del "uno a uno", de la dolce vita, los viajes al exterior, las boludeces importadas, y tantas otras cosas que nos hicieron creer que pertenecíamos al Primer Mundo. No tenemos humildad para reconocer que somos un país pobre, uno más del montón, dentro de América Latina. Todavía nos creemos superiores en varios aspectos, y no nos damos cuenta de que eso nos hace ignorantes. Por supuesto, hoy estamos mejor que en 2001, pero el precio que tuvimos que pagar fue demasiado alto. Ojalá algún día nos demos cuenta de que nosotros somos artífices de nuestro propio destino, y que todo lo que ocurrió tuvo que ver con nuestras decisiones.

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