5 de abril de 2019

Vencer a la tiranía de las agujas del reloj

Comienza un nuevo fin de semana, período que algunos aprovechan como una oportunidad para distensión y esparcimiento, en tanto que otros deben continuar trabajando. En mi caso, siempre hay algo para hacer, y los ratos libres los suelo  destinar a encontrarme con un amigo, a hacer la necesaria limpieza de mi habitación, o bien a ver alguna película. En esta nota decidí no hacer alusión a la situación socioeconómica, y menos aún política. Entiendo que ello puede conducir al hartazgo. Y además, para que no se nos crispen los nervios por cuestiones que no podemos resolver (al menos por ahora), es mejor tenerlas presentes pero no hacer de ellas un tema excluyente. Lo que sí me pongo a pensar muchas veces, es que hay gente que ni siquiera tiene acceso a algún tipo de esparcimiento, porque el tiempo no le alcanza, las horas de trabajo son muchas, hay que criar a los hijos, y en todas esas tareas se te consume el día. 

Como sostengo siempre, todos nos merecemos un poco de satisfacción, porque no vinimos a esta vida a sufrir o a pagar cuentas, cada uno le encontrará un sentido a la suya, pero ciertamente no es ése. Estamos atravesando una época de profundos cambios. Cada vez se ve menos televisión y se multiplican los contenidos digitales. Es más, un blog como éste con alguien que escriba periódicamente ya es casi demodé. Pero no me interesa, lo hago porque me siento bien y si a determinado público le agrada leerlo, mucho mejor. 



Estoy leyendo "Elogio de la lentitud", un interesante ensayo del periodista canadiense Carl Honoré que nos va mostrando cómo llegamos a este punto, a esta carrera alocada por hacer todo más rápido, por exprimir cada minuto con la vana aspiración de que nuestro día resulte provechoso. Yo soy de los que creen que no se puede hacer dos cosas a la vez. Nunca pude estudiar con la radio encendida, ni tampoco puedo concentrarme en un libro si pongo música  Quizás sí puedan realizarse ambas cosas, pero es difícil mantener el mismo nivel de eficiencia en ambas. Por eso el planteo del libro me resultó interesante, si bien desconfío de los "Best- Sellers". La tiranía del reloj es un factor decisivo, que nos condiciona pero que ya lo tomamos como algo natural. Si queremos escuchar un programa de radio o de TV necesitamos saber a qué hora se emite, lo mismo sucede si vamos a asistir a una exposición o a la proyección de una película (con el valor agregado de que en el caso de la película ya sabemos de antemano la duración de la misma). Antes del año 1300, aproximadamente, no existían los relojes, y el hombre llevaba a cabo sus actividades de acuerdo con el "tiempo natural", que estaba determinado por el sol. Como tampoco existía la electricidad, durante el día trabajaba y cuando la luz comenzaba a menguar se dedicaba a otros quehaceres. Estamos hablando de casi cinco siglos antes de que apareciera la Revolución Industrial, que se afianzó con la producción en serie, y la mecanización de la actividad productiva. Por supuesto, no podemos renegar de 600 años de historia moderna, pero el autor del libro advierte que muchas personas se dan cuenta de que no pueden seguir viviendo del modo en que lo están haciendo, en particular en las grandes ciudades, y esto ha dado origen al movimiento "Slow" ("Lento"). De qué se trata, lo averiguaremos en la búsqueda por alcanzar una mejor calidad de vida. Punto final. 

Dame aunque sea una mísera señal!

  Martes por la noche en la ciudad. La verdad es que no estaba del todo convencido acerca de escribir algo hoy. Pero si voy a esperar a deja...