5 de octubre de 2010

Cuando nadie se hace cargo


Hola amigos, redacto el post de hoy sin demasiadas novedades, por el mero hecho de escribir algo. Hoy la tranquilidad pueblerina se vio un poco alterada por la presencia de los controladores y/o fiscalizadores de ARBA, que a decir verdad hicieron un trabajo muy prolijo porque se los podía ver por todos lados. Es un buen momento para preguntarnos si los impuestos que pagamos son excesivos o no. En este país la evasión fiscal sigue siendo ejercida impunemente, y debo decir que aunque la ley les cabe a todos por igual, me indignan los grandes evasores. Aquellos que realmente tienen guita de sobra para pagar los impuestos, y no lo hacen por su codicia sin límites. Siempre tienen un contador amigo dispuesto a asesorarlos sobre cómo burlar los controles y pagar lo menos posible, y sobre cómo declarar bienes por un valor inferior a los que realmente poseen. No soy un especialista en economía ni nada que se le parezca, pero es notable que mucha gente se pregunte para qué pagar impuestos, dado que siente que este dinero que aporte no es retribuido en salud, seguridad o educación.
Todo lo que que estoy exponiendo es conocido por todos, y seguramente otros con mayor lucidez han hecho un análisis más profundo de la cuestión. Pero lo que a mi criterio debería implementarse, aunque traiga como consecuencia una merma en la recaudación, es la exención del pago del IVA para determinados productos. Al economista lo único que le interesa es que los números "cierren", eso está claro. Pero tanto AFIP como ARBA ejercen una presión asfixiante sobre la clase media, y hacen concesiones con los sectores de mayor poder adquisitivo. Y encima, el que paga puntualmente tasas, impuestos o lo que sea, es tratado igual que aquel que carga con varias deudas, porque nunca falta una de las famosas "moratorias", con la cual regulariza su situación y hasta le perdonan los intereses. Una suerte de amnistía al evasor.

Algún día, cuando pague sus impuestos hasta el último infeliz que vive en un paraje perdido en el medio de la nada, podremos decir que se habrá hecho justicia. De lo contrario, seguiremos viviendo en una realidad utópica, según la cual todos son buenos ciudadanos, decentes y honestos, que contribuyen para el bien común, como nos enseñaron en la escuela. Con los años, y una vez que hemos perdido la ingenuidad porque el Estado nos hizo beber de su propia medicina, nos damos cuenta de que no es así.

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