15 de febrero de 2011

Los diamantes son eternos (parte 2)


Si hay un instrumento que me fascina escuchar, ése es el piano. Los pianistas de jazz (desde los indiscutibles como Bill Evans hasta los contemporáneos y más comerciales como Diana Krall), me provocar placer y admiración. El último CD que compré es una compilación de Thelonious Monk, un artista que supo ser dueño de un estilo que adoptaron sus contemporáneos y sus sucesores, el estilo denominado "bebop". La placa reúne distintas grabaciones realizadas para el sello Columbia entre 1958 y 1970. Para quien está habituado a escuchar canciones pop que a los sumo duran 4 minutos, como sucede en mi casa, tomarse de 10 a 15 minutos para disfrutar de algunos tracks para resultar tedioso, hasta que uno logra concentrarse. Porque la música que es compleja requiere, necesariamente, concentración para poder encontrar la belleza de la melodía. No vamos a negar que existen, sin embargo, canciones simples que son profundamente emotivas y conmovedoras, como "Imagine" de John Lennon.

Incursionar en el jazz supone ingresar a un territorio desconocido y en el cual los próceres del género están muchos afianzados que en el rock. Miles Davis no me gusta, pero la mayoría de quienes conocen de jazz serían capaces de apedrearme por proferir semejante herejía. Bill Evans es un grande, que murió en 1980 reventado por las drogas y el alcohol, como tantos músicos que frecuentaban las noches largas y las sesiones interminables en los estudios de grabación. Thelonious Monk murió poco después, en 1982. Debería escuchar algo de John Coltrane, todavía no lo he hecho, de manera que no puedo opinar, pero está considerado como el más grande saxofonista de jazz de todos los tiempos.
De más está decir que mis conocimientos sobre el género son muy limitados, pero tampoco me gustaría convertirme en un erudito o en un coleccionista compulsivo. La música se escucha, se disfruta, y el verdadero músico es aquel que compone lo que le gusta, priorizando su propio ego sobre el fervor de las masas. 

Desde luego, si esas composiciones son aceptadas por el público, el resultado es la consagración. Cuesta entender a tipos que quemaron novelas enteras porque no les gustaba lo que habían escrito, y sin embargo con la música sucede lo mismo. El artista genuino no va a componer cualquier basura para ganar popularidad. Gracias, Bill Evans, por dejado algo de belleza en este mundo y regalarnos para la posteridad la notas de tu piano sacudiendo nuestros sentidos.
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